Historia de una huelga difícil de explicar
Los líderes sindicales de CC OO y UGT están echando el resto. Día tras día recorren la geografía española participando en asambleas convocadas para explicar los motivos de la huelga general convocada para el próximo 29 de septiembre.
Este trabajo sindical está siendo arduo porque si se analiza al detalle, esta convocatoria de huelga es bastante difícil de explicar: desde la escenografía de su puesta en marcha, pasando por las relaciones entre sus protagonistas o el propio fondo de la protesta.
Para empezar, se puede poner alguna que otra pega, desde el punto de vista de la estrategia sindical, al momento del anuncio de esta jornada. Anticipar una huelga general prácticamente antes de conocer el contenido de la reforma laboral -principal leit motive del paro- y con tanto tiempo de antelación, suponía, en teoría, dar manga ancha a un Gobierno, que de haberlo querido, podría haber hecho cambios en el mercado laboral mucho más profundos y, a ojos de la mayoría de expertos y profanos, muy necesarios.
A nadie se le escapa que tras el anuncio del 29-S el daño estaba ya amortizado, con lo que el Ejecutivo podía haber aprovechado para efectuar los recortes que ya sabía que le iban a exigir los mercados, Bruselas y la propia realidad.
Sin embargo, al parecer los máximos responsables sindicales no tenían ese miedo. En ningún momento pensaron que José Luis Rodríguez Zapatero fuera a hacer grandes averías en contra de los derechos de los trabajadores. Si era así, ¿por qué convocar una huelga general?
Enseguida surgió en los círculos empresariales y políticos la interpretación de que se trataba de un acto en clave interna de los sindicatos, "para justificarse ante sus bases", aseguraba un dirigente socialista. Pero claro, eso tampoco es fácil de explicar.
Una prueba de las buenas intenciones de Zapatero con los sindicatos es la actitud de "absoluto respeto" hacia el 29-S que ha impuesto como consigna general entre todos los miembros de su Gobierno. Ayer mismo, el líder del Ejecutivo aseguró desde Japón que está dispuesto a seguir dialogando con los sindicatos "el día después" de la huelga general. Como si nada hubiera pasado.
Si esta predisposición al diálogo es correspondida por CC OO y UGT, surge nuevamente la duda sobre el fin último del paro. ¿Por qué y para qué se ha convocado si las relaciones entre Gobierno y sindicatos seguirán basándose en el diálogo y la colaboración? Esto convierte la jornada de protesta en una especie de acto teatral, en el que cada uno desempeña el papel que se espera de él.
Defender sus intereses
En esta línea Zapatero manifestó también ayer que es difícil que los sindicatos respalden la reforma de las pensiones y justificaba esta postura no por el contenido de la reforma (que no se conoce), sino porque CC OO y UGT están obligados a defender sus intereses del día a día. Según esto puede interpretarse que, a juicio de Zapatero, los intereses del país no son los mismos que los de los representantes sindicales.
Por todo esto y llegados a este punto hay quien piensa que el idilio entre Zapatero y los líderes sindicales no puede seguir después del 29-S. Es un esfuerzo de coherencia que se reclama desde algunas instancias internas de los sindicatos pero que no está claro que vaya a producirse. Si bien ayer, Cándido Méndez (UGT) respondió a Zapatero que no quiere diálogo sino "rectificación" de la reforma. Aún así, si no se dañan estas relaciones sería otra causa más que haría inexplicable el recurso a la huelga general, que es la mayor escenificación de ruptura de relaciones entre un Gobierno y los representantes de sus trabajadores. A esto hay que unir otro de los reproches que se escuchan fuera y dentro del entorno sindical y que, lejos de ir en contra del paro, creen que hubiera sido necesario convocarlo antes. Quienes defienden esta tesis creen que si los sindicatos hubieran respondido con este mismo llamamiento a la huelga, al inicio de la crisis, y tras comprobar en los dos primeros meses de negociación la dificultad de llevar el diálogo a buen puerto, quizás habrían conseguido una fuerza mayor para liderar los cambios del mercado de trabajo.
El fondo de la protesta
Esto lleva a la principal causa del paro: el contenido de la reforma laboral. También a este respecto surge la dificultad en las justificaciones. De hecho, pese al esfuerzo de los numerosos dirigentes y delegados sindicales que se dedican a explicar mediáticamente y en asambleas el por qué de la huelga, la sociedad no parece tener claro los puntos negros de la reforma.
Si se pregunta en un centro de trabajo, qué medidas concretas de la reforma se quieren echar abajo con la huelga, probablemente no se obtenga respuesta. Así las quejas sindicales se centran más en daños generales como que la reforma "aumenta la precariedad", "es una locura", "va en contra de los derechos de los trabajadores", etc. Ni siquiera la mayor facilidad teórica -que la práctica aún la deben dictar los jueces- para despedir a un trabajador con una indemnización de 20 días está siendo un caballo de batalla a la hora de explicar la protesta.
Esto también está marcando la diferencia con otras huelgas en las que se luchaba contra la reforma del desempleo, los contratos basura. En definitiva, no falta quien opina que dicha ausencia de concreción en los agravios de la reforma obedece a que ni los propios sindicatos creen que el daño hecho sea tan grave.