A veces es bueno llevar la contraria
Dijo en su día el gran André Kostolany -cuyas reflexiones sobre la ineficacia del patrón oro y de otras políticas monetarias deflacionistas deberían recordarse en días como hoy- que cuando el último bajista se convierte en alcista hay que vender la cartera a toda prisa. Es una de las mejores formas de ilustrar la validez del sentimiento contrario: cuando todo el mundo es alcista ya no hay nadie más que pueda serlo, y sin compradores potenciales no hay gasolina para que el mercado siga subiendo.
La semana pasada la encuesta de la Asociación Americana de Inversores Individuales mostró el menor porcentaje de alcistas desde, curiosamente, marzo de 2009. Por si alguien no lo recuerda, fue cuando el Ibex hizo mínimo desde 2003, y a partir de ahí empezó su frenética subida. En paralelo, ayer Bloomberg daba cuenta de que menos del 29% de las recomendaciones de casas de Bolsa a nivel mundial eran de compra, según la friolera de 159.919 calificaciones recopiladas por la empresa del alcalde de Nueva York. Es el nivel más bajo desde 1997. Pesimismo entre los inversores y entre los analistas, provocado seguramente por la poca vitalidad de la economía estadounidense.
Llevar la contraria siempre es una opción atractiva, sobre todo cuando se acierta. Pero en Bolsa, normalmente, el sentimiento contrario es jugar contra tendencia. Muy peligroso. Por otra parte, y por mucho miedo que se tenga a la doble recesión, los beneficios empresariales están superando las expectativas en EE UU. Además, la vuelta de las operaciones corporativas refleja el hecho de que, tras casi tres años de crisis y reducción de costes, las empresas empiezan a dar salida al dinero que acumulan en caja.
La economía puede ir para un sitio y los mercados para otro. No quiere decir eso que haya que comprar acciones a manos llenas, pero en mercados como el actual no habría que descartar un violento cambio de tendencia.