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Análisis

Bienvenido a la realidad, señor presidente

Como decimos en Castilla, el presidente del Gobierno "se ha caído de la burra", o lo han bajado, como ustedes prefieran.

Tras el intenso fin de semana en Bruselas, las dudas de los mercados ayer y el interesado toque de atención de Barak Obama , el presidente Zapatero ha concretado un recorte del gasto público perceptible, intenso y estructural. Tras resistirse durante dos años largos de crisis a las recetas que toda la doctrina le marcaba como imprescindibles para recuperar la economía, tras embarrancarse en políticas de protección social sin hacer los cálculos de coste, por el simple hecho de mantener una bandera ideológica costosísima e inútil para toda la sociedad, pero con el apoyo miope de los unos sindicatos infamemente irresponsables, Rodríguez Zapatero ha entendido que hay que controlar el gasto público como primera providencia para garantizar la ulterior recuperación de la economía. Bienvenido a la realidad, señor presidente.

Era un clamor que la crisis no podían soportarla únicamente los trabajadores del sector privado, unos con reducciones de sueldos intensas, otros con pérdidas irreparables de su empleo y renta permanente. Era un clamor, atendido hoy, que los funcionarios , con empleo infinito por prescripción legal, tenían que hacer una aportación notable a la solución del problema. Más cuestionable es la congelación de las pensiones , puesto que tal medida vulnera una ley aprobada en el Parlamento que garantiza a los pensionistas que no pueden perder nunca poder adquisitivo, aunque tampoco garantiza que deban ganarlo. Con ambas decisiones, más la eliminación de estímulos presupuestarios más electorales que efectivos como el cheque bebé, o el recorte de la ayuda al desarrollo, se deshace una política de incentivos al crecimiento que tenía poca razón de ser en una economía que iba camino de duplicar en una legislatura su endeudamiento público.

Los afectados por el recorte de ahora pueden no entender en qué contribuyen ellos a la mejora de la economía con su sacrificio: evitar nuevos castigos de los mercados financieros a la deuda pública, y con ello un encarecimiento de la financiación que tendría efecto sobre los impuestos de todos los ciudadanos, y que absorbería cada vez más recursos de los ahorradores privados, que serían hurtados a la actividad privada. Eso que se llama efecto expulsión del ahorro de la actividad productiva para atender las necesidades parasitarias del sector público, eso que se conoce como crawding out, y de lo que el señor Zapatero ni ha oído hablar, simplemente porque no le gusta escuchar.

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El recorte afecta también a la inversión pública, y eso es seguramente lo más doloroso para la actividad, puesto que es evidente que dañará al crecimiento. Pero démosle por bien empleado si al final, tal paquete, acompañado de las reformas que deben hacerse, producirá una explosión de crecimiento. Lo reducirá a corto plazo, pero lo estimulará a largo. Siempre ha sido así en todas las economías libres, y no será diferente esta vez. Eso sí: reformas, reformas y reformas. De las de verdad, no de las nominales a las que nos tiene acostumbrado un Gobierno que araña en la superficie, pero no entra en profundidades porque le aterra. Haga con la reforma laboral, señor Zapatero, como ha hecho con los funcionarios: deshaga el nudo que paraliza la contratación y fragmenta el mercado de trabajo.

El programa expuesto por un Gobierno gobernado, debe tener esta vez ineludiblemente, el respaldo de toda la Cámara. Nada valoran más los mercados financieros como la determinación de un país, no de un Gobierno, para llevar a cabo las reformas que hay que hacer, con pleno consenso. Miren para Irlanda: ajuste duro, rápido y consensuado. Porque si los mercados siguen enfilando al Reino de España, pagarán todos los ciudadanos y empresas, sacrificando parte de su patrimonio, depositado en acciones, en fondos o en simples ahorros, así como en sus puestos de trabajo. En nombre de los españoles, señor Zapatero, bienvenido a la realidad.

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