La cerveza artesanal quiere ser el nuevo vino
Pequeñas cerveceras españolas llegan a los restaurantes
España es el cuarto consumidor europeo de cerveza, con una media de 65 litros por persona al año. Una cifra muy alta pero que tiene matices. Nuestra cultura cervecera es la de la caña y el botellín. Es la bebida del aperitivo o de las tapas, pero difícilmente acompaña a un menú de cierto nivel. Las cosas ahora, sin embargo, están cambiando. En los últimos años han aparecido en el mercado una docena de pequeñas fábricas de cerveza artesanal que pugnan por hacerse un hueco entre los consumidores más exigentes.
"España ha mejorado mucho su cultura del vino, pero la tendencia parece estar cambiando y las cervezas artesanales tienen un gran recorrido", explica Ramon Ollé, uno de los creadores de Rosita, una cervecera tarraconense que, con sus tres variedades, ha logrado que cocineros como Ferran Adrià, Sergi Arola, Santi Santamaría o Carme Ruscadella la hayan incorporado a la carta de sus restaurantes.
Estas nuevas cervezas españolas siguen la tradición de países como Alemania o Bélgica, donde el consumo de estas bebidas tiene mayor tradición. "De hecho, hasta ahora lo normal era que cuando alguien quería una cerveza especial tenía que recurrir a marcas importadas", explica Ollé. Marcas como Franciskaner, Grimbergen, Kwak o Duvel se popularizaron en España de la mano de los restaurantes alemanes y los consumidores españoles conocieron términos como trapense o de abadía, utilizados para destacar el carácter artesanal. Ahora, incluso, han llegado tiradores de este tipo de cervezas, como Paulaner, que está en plena expansión.
Estas pequeñas cerveceras españolas, lejos de querer competir con las grandes del sector, aspiran a competir con el vino. "Si en Alemania están empezando a descubrir la cultura del vino en un país eminentemente conocedor de la cerveza, nosotros estamos recorriendo el camino inverso", explica Ollé.
El problema fundamental es que en la cultura colectiva aún cuesta asumir que una cerveza pueda costar más de lo que estamos acostumbrados a pagar. "El consumidor medio sí está dispuesto a pagar 60 euros por un buen vino, pero aún está por llegar que ese criterio lo aplique a la cerveza de calidad", señala Ollé.
Valga por ejemplo que, en una bodega, canal que utilizan fundamentalmente este tipo de marcas, un botellín o tercio de una de estas marcas puede rondar los dos euros. En la mesa de uno de los restaurantes antes mencionados, puede alcanzar los cuatro, e incluso "en un hotel concreto de cinco estrellas, pedir una Rosita puede costar hasta ocho euros", explica Ollé, quien, junto a José Luis Pérez, son los accionistas mayoritarios de Cerveses La Gardènia, la empresa que fabrica y vende Rosita.
Cataluña concentra una decena de marcas de cerveza artesanal, aunque también hay en el resto de España algunas iniciativas, unas doce en total, que tienen marcas como La Guineu, Glops, La Moska, Almogàvers, Tyris de València o Altura de Vuelo. No en todos los casos estas pequeñas cerveceras tienen instalaciones propias, ya que su producción es pequeña. Lo normal es que no superen las 100.000 botellas al año, con lo que echan mano de otras cerveceras para que les elaboren el producto según sus indicaciones. En el caso de Rosita, la producción este año pasado fue de 325.000 botellines. "La planta de Estrella en Barcelona fabrica 100.000 veces más", bromea Ollé. Pero confía en que su negocio crezca como la espuma.
La aventura de unos consultores de ingeniería
La historia del nacimiento de Rosita tiene elementos muy curiosos. La iniciativa parte de un grupo de compañeros de una consultoría de ingeniería industrial. "Disponíamos de tiempo libre y pensamos qué podíamos hacer, poner en marcha algún negocio, vinculado a nuestra ciudad, Tarragona. Primero pensamos en hacer un vino, pero era un campo muy saturado ya y con buenos productos. Al final llegamos a la idea de hacer una cerveza artesana, explica Ramon Ollé.Pero tampoco era cosa de crear una fábrica sin saber cómo iba a reaccionar el mercado. Así que el primer test contó con ayuda externa. "Nos fuimos a un pequeño fabricante cervecero del sur de Francia que nos hizo las 20.000 primeras botellas. Nuestra idea era que si las vendíamos en cuatro meses, quizá había negocio. El día 23 de abril de 2007 empezamos. En 15 días las habíamos vendido todas". El éxito les animó a montar su propia fábrica en Alcover (L'Alt Camp, Tarragona), y el negocio iba tan bien que los clientes hacían cola en la nueva planta. "Pero llegó la huelga del transporte de junio de 2008 y, de repente todo se paró", explica Ollé. "Acostumbrados a ventas masivas, tuvimos que replantearlo todo. En 2008 lo pasamos mal, pero en 2009 ya hemos ampliado nuestra base de clientes, comenzamos a exportar a Australia, Finlandia, Italia y, ahora Japón, y estamos más consolidados, con un mercado más sólido", afirma.El año que acaba de concluir colocaron 325.000 botellines en el mercado. La previsión "prudente" para 2010 es aumentar un 15% las ventas. La facturación ronda los 300.000 euros. "Confiamos en el futuro, pero seguimos de consultores", bromea Ollé.