Un economista de garra
El ex vicepresidente del Gobierno y ex director gerente del FMI se perfila como el sustituto de Miguel Blesa al frente de Caja Madrid. Un gestor de contrastada valía en un momento delicado.
El oso de Caja Madrid parece haber encontrado ya a su nuevo cuidador. Aún no es oficial, pero que Rodrigo de Rato Figaredo (Madrid, 1949) será el próximo presidente de la segunda caja de ahorros española es un secreto a gritos, casi una certeza; algo que nadie -o muy pocos- cuestiona a estas alturas. No es el candidato propuesto por Esperanza Aguirre, que como presidenta de la Comunidad de Madrid tiene mucho que decir en el asunto. Ella prefería a su segundo, Ignacio González, con quien las malas lenguas dicen que Mariano Rajoy no se lleva demasiado bien. Fue éste quien pensó en Rato, y desde que se empezó a hablar de él muchos supieron que sería el candidato de consenso. Después de todo, ¿quién osaría rechazar su nombre? Desde luego, nadie del Partido Popular.
Y es que si con sus más de dos metros de altura y su media tonelada de peso los osos se cuentan entre los mamíferos más grandes del mundo, Rato es todavía uno de los pesos pesados del PP. Ocupa junto a José María Aznar los peldaños más altos en el imaginario -quizá nostálgico- del partido. La viva imagen del trabajo bien hecho, del rigor y de los resultados. El artífice y conductor de la que hay quien considera que ha sido la mejor etapa de la historia económica española. Y una figura que despierta pocas antipatías en los despachos populares. Algo que con los tiempos que corren no es poco. No es por casualidad que muchos viesen en él al sucesor natural de Aznar, aunque éste optase finalmente por Rajoy.
A diferencia de los osos, Rato no hiberna. Ni se esconde en una cueva. De hecho, no ha parado desde que abandonó el Gobierno para dirigir el Fondo Monetario Internacional. Pasó allí tres años, hasta que a finales de 2007 abandonó repentinamente su cargo alegando motivos personales. Algo que no gustó al Gobierno y que algunos interpretaron como un gesto para volver a la política. Pero no fue así. Y según comentan quienes le conocen, es poco probable que lo haga. Regresó a la casilla de salida: el sector privado. Aunque, eso sí, con un caché muy diferente al de sus inicios: pasó a asesorar al Santander, se incorporó al banco de negocios estadounidense Lazard y a Criteria.
Aunque nacido en Madrid, los orígenes de Rato se pierden en Asturias -una de las regiones de España, por cierto, con más osos pardos-. Biznieto de Faustino Rodríguez-San Pedro, ministro en el reinado de Alfonso XIII, Rodrigo Rato nunca ha tenido problemas económicos. Desciende por parte de padre de una antigua familia gijonesa con intereses en diversas industrias, y por parte de madre de propietarios en la minería del carbón y siderometalurgia.
El joven Rato estudió con los jesuitas de Chamartín, donde conoció al que sería el marido de Esperanza Aguirre, Fernando Ramírez de Haro. Comenzó sus estudios en Icade para acabar licenciándose en derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Luego obtuvo un máster en Administración de Empresas por la Universidad de California (Berkeley). Era 1974. De vuelta en España fue consejero de cuatro empresas familiares, entre ellas la cadena de emisoras de radio Rato. En 1979 inició su carrera política en Alianza Popular, donde fue miembro del Comité Ejecutivo Nacional y secretario general adjunto. Tras la refundación del partido ocupó también este último cargo hasta que en 1990 se dedicó en exclusiva a la actividad parlamentaria (fue diputado entre 1982 y 2004).
Y el resto es harto conocido: portavoz de economía y del Grupo Popular en el Congreso, ministro de Economía en las dos legislaturas de Aznar y vicepresidente -primero y segundo- del Gobierno. Etapa ésta dulce, con la excepción del escándalo de Gescartera. Durante todos esos años se labró una merecida reputación de brillante político y parlamentario, así como de extraordinario orador. Y pese a que los que le conocen aseguran que es una persona sumamente leal, nunca se cortó la lengua cuando creyó conveniente discrepar -como en el caso de la guerra de Irak-.
Dicen que los osos acuden a pescar año tras año al mismo punto del río. Si hay una cosa que en la que coinciden los que han tratado con Rato es en su disciplina. De los que cuando viaja a Washington a una reunión se levanta a las seis de la mañana para ir a correr antes de ponerse a trabajar. Y de los que se preparan concienzudamente las intervenciones. No es deportista (aunque esquía y juega al golf), pero corre, practica el yoga y hace ejercicio. Suele comentar en privado que, según los americanos, para rendir hay que sudar y leer el Wall Street Journal. Y que por eso él hace ambas cosas. También le gusta el cine y escuchar música -los Rolling Stones y Van Morrison son dos de sus grupos favoritos-.
Sus allegados le definen como una persona muy poco dada a los cotilleos. Aunque resulta bastante cómodo trabajar con él porque pese a ser muy exigente tiene buen trato con la gente. No suele hacerlo, pero cuando se enfada tiemblan las paredes. Sus despliegues de carácter, dicen, son constantes, aunque no se deja alterar con facilidad.
Rodrigo Rato no ha salido de la cueva porque nunca entró. Ni ha estado hibernando porque no ha parado de hacer cosas. Pero lo que sí es cierto es que el doctor Rato -leyó su tesis sobre política fiscal en 2003- hasta ahora se ha mantenido al margen de los focos mediáticos. Cuando le nombren presidente de Caja Madrid, como parece que sucederá con cierta rapidez, volveremos a verle más a menudo en los telediarios. La pregunta es: ¿regresará más adelante a la política? Seguro que algunos, y no necesariamente del PSOE, antes preferirían que le encerrasen en una osera.