Los otros blancos gallegos
Los ribeiros ganan terreno en el mercado de los vinos de calidad
No todo en Galicia son albariños, aunque la denominación que los acoge, Rias Baixas, haya eclipsado el resto de las DO gallegas. Entre ellas a los ribeiros, que en los últimos años han dado pasos de gigante en pro de la calidad.
Tradicionalmente han sido unas elaboraciones asociadas a las tabernas y la cunca -esa taza de cerámica blanca todavía tan extendida pero tan poco apropiada-, vinos bastante planos y con poca gracia, que se bebían en compañía de un buen plato de pulpo a feira. Se vendía mucho ribeiro, y las bodegas no parecían interesadas en cambiar las cosas.
Afortunadamente, hace unos años que algunos elaboradores empezaron a hacer mejor su trabajo. Empezando, como es de rigor, por la viña. La recuperación de variedades autóctonas (treixadura, torrontés, godello, lado, loureiro, albariño) casi desaparecidas por la sustitución de la productiva palomino (hoy todavía constituye el 60% del viñedo), dota a estos otros blancos gallegos de aromas, volumen y estructura.
Hoy en día esta zona vitivinícola con centro en la orensana Ribadavia puede presumir de ofrecer blancos modernos (también se hacen tintos, pero en general todavía resultan poco reseñables) basados en los más actuales sistemas de elaboración. Uno de los primeros en dar el salto fue Javier Alén en Viña Meín (su Viña Meín blanco joven y fermentado en barrica sigue siendo un ejemplo a seguir). A su rebufo han ido surgiendo muchos más: los Colección Costeira de la Cooperativa de Ribadavia, los Gomáriz de María Alvarez Serrano, el Sanclodio de Produccions Amodiño, el Lagar do Merens de la adega homónima... vinos de nariz intensa y aromas frutales y florales, vivos, equilibrados, de gran frescura, que se toman con placer.