La renta real cae un 3,8% por la debacle del empleo
La masiva destrucción de empleo ha reducido la renta real de la que disponen los asalariados un 3,8%, una tasa negativa peor que la de la crisis de 1993. El fenómeno ha hecho descender gravemente el consumo de los hogares. La alta dependencia de la economía española del gasto privado (supone el 60% del PIB) impide la recuperación del mercado laboral, encadenando así un círculo vicioso.
La economía española ha entrado en una espiral destructiva. La progresiva desaparición de puestos de trabajo, que avanza indefectiblemente pese a la disminución del número de parados en los tres pasados meses, ha eliminado 1,4 millones de empleos en el último año. Y la tendencia continúa. El número de ocupados descendió en julio al 6,39% en tasa interanual, con un retroceso medio del 6,8% desde enero, en comparación con la caída del 0,5% de 2008.
Esta evolución ha generado un agujero en el bolsillo de los asalariados mayor que el de la crisis de comienzos de los años noventa. La renta real de los trabajadores se calcula sumando la tasa de creación de empleo a la subida salarial nominal pactada, y restándole la inflación. Pese a que los dos últimos datos han resultado beneficiosos para las familias, la espectacular debacle laboral ha hecho mella en las posibilidades de gasto de los hogares.
El aumento salarial pactado hasta julio en los convenios colectivos ascendió al 2,67%, según datos del Ministerio de Trabajo. Una cifra positiva en la actual coyuntura (la patronal recomienda no superar el 1%) pero no excesiva, si se tiene en cuenta que el aumento se mantuvo en el 3,5% anual durante el último decenio.
La tasa de inflación, por su parte, se ha situado en términos negativos por primera vez en toda la serie histórica. El dato avanzado de julio del Índice de Precios de Consumo marcó un -1,4%, nuevo récord en el registro. En lo que va de año, el coste de la vida se ha abaratado de media un 0,3% (inflación media).
Aunque el descenso de los precios beneficie a las familias, al cruzar los datos de empleo con los incrementos salariales se comprueba cómo se ha producido una dramática pérdida de renta disponible, que llega al -3,8%. Una variable que comenzó a descender el año pasado y que en los últimos 20 años sólo registró tasas negativas entre 1992 y 1994. Ni siquiera entonces, durante la anterior crisis, el retroceso fue tan pronunciado.
Este fenómeno, la pérdida de poder adquisitivo real de los ciudadanos, es el principal responsable de que el consumo se haya congelado en España. Más aún, el gasto final de las familias se redujo un 4,1% en el primer trimestre del año. Casi el doble que en los últimos meses de 2008, según el INE. Semejante desplome en la demanda supone un problema especialmente grave en un país, cuya economía depende mayoritariamente del consumo. En concreto, el 60% de todo el producto interior bruto.
El desempleo y el cabeza de familia
Y es ahí donde arranca la generación de un perverso círculo. Si la congelación del gasto lastra la economía, ésta difícilmente será capaz de parar la destrucción de empleo y volver a generarlo. A menos trabajadores, inferior renta, menos posibilidades de gasto y mayor hundimiento de la actividad.
La tendencia se observa claramente comparando el aumento de la tasa de paro del cabeza de familia con el consumo de los hogares (ver gráfico). Cuando quien aporta el sueldo principal del hogar pierde su empleo (cifra que actualmente alcanza el 14,5% de los casos) la contracción del gasto repercute en mayor medida. La mejor prueba de ello es ver cómo se ha acelerado la tasa de ahorro, que ha aumentado hasta el 14% de la renta, el nivel más alto de la década.
A la incertidumbre sobre la situación económica global, hay que unir el escaso margen para gastar que les queda a algunas familias, que se sobreendeudaron en el pasado. El último boletín del Banco de España muestra que la morosidad afecta ya a uno de cada 15 hogares. El total de crédito dudoso se eleva a 29.361 millones de euros, el triple que hace un año. De este montante, una tercera parte (10.952 millones) está relacionado con la compra de bienes de consumo.
El único dato esperanzador parece ser la confianza de los ciudadanos que ascendió en julio a sus mejores niveles desde febrero de 2008, según el último indicador que elabora el Instituto de Crédito Oficial (ICO). La estadística registró una subida de 9,7 puntos, la mayor de la serie, hasta los 76,1 en una escala en la que 200 es el máximo, y a partir de cien la consideración del consumidor es favorable.
El millar de encuestados parece empezar a interiorizar que la situación económica no puede empeorar más y que el mercado de trabajo comienza a dar síntomas de mejoría. Esta percepción, generada por los tres meses consecutivos de disminución de desempleados, podría cambiar, sin embargo, en otoño. El propio Gobierno ha advertido que al terminar la temporada estival, que ha provocado un repunte de las contrataciones, y finalizar las obras del fondo de inversión local, la evolución del mercado de trabajo podría empeorar de nuevo.
La perspectiva generalizada de que la situación se deteriorará a partir septiembre aleja la posibilidad de una pronta recuperación. Los precedentes tampoco ayudan. La crisis de los años noventa, que estuvo fuertemente ligada a la masiva destrucción de empleo, ocasionó un 23% de tasa de paro, la mayor de la historia de España (si bien durante la actual se ha alcanzado el mayor número de desempleados, 4,1 millones según la EPA). La renta real de los asalariados entró en tasa negativa en 1992 y se mantuvo en dicha senda dos años más. Hoy, teniendo en cuenta que el fenómeno se inició de nuevo a finales de 2008 y que tanto la destrucción de puestos de trabajo, como la caída del consumo revisten una mayor gravedad, la situación podría continuar así, al menos, hasta el año 2011.
Las expectativas y la incertidumbre disparan el ahorro
El drástico frenazo del consumo no puede explicarse únicamente por el descenso de la renta disponible, sino que también ha estado influido por cambios en los hábitos de los ciudadanos. La tasa de ahorro ha subido de forma exponencial en el último año, situándose en el 14% de la renta disponible en el primer trimestre, el nivel más alto de la serie histórica, que se mide desde el año 2000. Hay diversos factores que ayudan a entender esta estadística. Por un lado, existe un factor psicológico. La palabra crisis está en boca de todo el mundo y ello contribuye a extender una cierta aversión al consumo, incluso entre aquellos -como los funcionarios- que han visto aumentar su salario un 3,8% este año y que no temen quedarse en el paro.Por otro lado, el deterioro del empleo -la tasa de paro ha subido hasta el 17,9% cuando un año antes se situaba en el 10,4%- alienta el temor de los asalariados a ser despedidos. Y, a diferencia de etapas anteriores, las posibilidades de encontrar hoy otro empleo son mucho menores. Así, las expectativas futuras de los ciudadanos están marcadas por el pesimismo y la incertidumbre y, por lo tanto, ahora se lo piensan mucho más antes de gastar un euro.De hecho, el dinero que los españoles tenían en efectivo y depósitos ha pasado de 746.000 millones en el primer trimestre de 2008 a 805.000 millones en marzo de este año, según los últimos datos del Banco de España, lo que supone un incremento del 8%.Por otra parte, en España existe una cultura de la propiedad y los ciudadanos prefieren comprar casa antes que vivir de alquiler. Buena parte de la riqueza de las familias proviene de sus activos inmobiliarios, que en el último año se han depreciado. La riqueza inmobiliaria de los hogares representaba en el segundo trimestre el 543% del PIB, cuando un año antes se situaba en el 574%. Dicho de otra forma, las viviendas de los españoles hoy valen menos que hace un año y ello provoca lo que los economistas llaman el efecto pobreza, que contribuye a incrementar el ahorro y frenar el consumo.Además, la caída de la Bolsa ha intensificado esta tendencia. En el primer trimestre del año, los hogares españoles mantenían 465.403 millones en acciones cotizadas, un 35,5% menos que hace un año. Un descenso espectacular que se explica, sobre todo, por el desplome que sufrieron los mercados de valores a finales de 2008 y a principios de este año. Y es que numerosos inversores han optado por vender ante el panorama que se avecinaba. Los ciudadanos, ahora, prefieren depositar su dinero en el banco -aunque obtengan intereses bajos- que jugar en Bolsa. Aun así, la mejora de los mercados bursátiles en los últimos meses puede contribuir a recuperar el efecto riqueza y con él paliar la atonía de la demanda.