Liubliana, más cerca
Acaban de inaugurarse vuelos directos entre Madrid o Barcelona y la capital eslovena: un destino seductor para un 'city break' romántico y relajado.
Eslovenia es una república joven: fue la primera en independizarse de las seis naciones que integraban la antigua Yugoslavia. Y es la única que está ya dentro de la Unión Europea y el reino del euro. Pequeña y muy verde, sus llanuras agrícolas están rodeadas de estribaciones alpinas coronadas de nieve. Y parece gozar de un alto nivel de vida, si miramos los precios y el lustre de los coches o las viviendas.
Liubliana, la capital de Eslovenia, es una ciudad con gran personalidad. Parece un decorado de cuento, una miniatura, pero eso es sólo el centro histórico. Y aún ese reducto originario resulta engañoso: no se abarca en una mañana, ni siquiera en un par de días. Liubliana es una ciudad que se oculta detrás de inacabables detalles. Es mucho más vieja de lo que aparenta: en medio de unos jardines puede uno toparse con un trozo de muralla romana o unas termas. De las cuatro orquestas sinfónicas con que cuenta en la actualidad, una de ellas, la Filarmónica, figura entre las tres más antiguas de Europa (1701), y tuvo como director durante un tiempo a Gustav Mahler. Su sede fue rehecha por Adolf Wagner en 1891, junto a la universidad (actual rectorado), otra institución eminente en una comunidad tan repleta de eventos culturales como de ciclistas, corredores y adictos al aire libre.
El centro histórico se puede patear fácilmente, entre otras cosas porque está casi todo peatonalizado. En el patio del Ayuntamiento barroco se puede ver, en un mural esgrafiado, un plano clarificador: en la orilla derecha del río Liublianica estuvo la Emona romana (y ahora la ciudad moderna); en la orilla izquierda se alza la colina coronada por el castillo y, a sus pies, las calles medievales y edificios barrocos (o lo que de ellos dejaron los terremotos de 1550 y 1895).
El corazón de Liubliana es la plaza del poeta Preseren, o "de los tres puentes": en lugar de tirar el primitivo, que se había quedado pequeño, el genio local Joze Plecnik (1872-1957) tuvo la idea de flanquearlo con dos puentes peatonales. No sólo eso, modeló a su gusto su ciudad natal, que le parecía fea al regreso de sus estudios y trabajos en Viena y Praga. Plecnik está por todas partes: trazó puentes y farolas, levantó la Biblioteca Nacional, convirtió el monasterio de Krizanke en centro de ocio, creó capillas funerarias en el cementerio de Zale, tendió una galería porticada para alojar el mercado... Esa galería, asomada al río, empieza en los tres puentes y acaba en el Puente de los Dragones (o "de las suegras"), de un discípulo de Otto Wagner. El dragón es el símbolo de Liubliana, está en el escudo de la ciudad y un dicho popular afirma que el día que crucen ese puente cuatro vírgenes, los cuatro dragones moverán la cola.
El mercado ya no cabe en los porches, así que se extiende por la explanada contigua. Desde ésta sube un teleférico reciente hasta el castillo, que tiene poco que ver, pero ofrece buenas vistas. Junto al mercado, la catedral de San Nicolás, de Andrea Pozzo (1706), es buen ejemplo de las iglesias barrocas, cubiertas de pinturas y altares de sabor austriaco, que esconde la ciudad.
Hay mucho que ver en esta urbe tan chica. Entre las cosas imprescindibles: la Galería Nacional (buena colección de pintura y escultura, y una intervención interesante en el edificio), el Museo Municipal, la âpera (que está siendo objeto de otra arriesgada intervención), los muchos edificios modernistas al gusto del imperio austrohúngaro... Pero lo más llamativo es la vitalidad que, sobre todo en verano, bulle en las márgenes del río y calles adyacentes, llenas de terrazas elegantes, velitas y buena música.