Un viejo mercado para el siglo XXI
Histórico, castizo y monumental, el de San Miguel se reinagura con un enfoque cosmopolita.
Estaba condenado a desaparecer, pero dos años de complejas obras de remodelación y seis millones de euros de inversión han hecho posible que el histórico mercado madrileño de San Miguel se reinaugurara el pasado miércoles.
Desde luego el resultado es espectacular y prometedor, porque la reconversión no ha afectado únicamente al edificio, sino también su oferta, modernizándola, adaptándola con un concepto nuevo, más cosmopolita y gourmet. Muchas cosas llaman en él la atención, empezando por la belleza incuestionable del propio edificio: es el único mercado de hierro que existe en la capital -tras la lamentable desaparición de los de La Cebada y Los Mostenses-, un monumento muy característico de la ciudad que tiene la consideración de Bien de Interés Cultural.
El espacio que ocupa, al lado de la plaza Mayor, ya era un mercado callejero al aire libre en 1809, y tras diferentes avatares, el arquitecto Alfonso Dubé y Diez lo levanta como mercado cubierto de hierro y cristal -siguiendo las modas imperantes en la época- en 1916. Con el nuevo siglo la actividad comercial cae estrepitosamente, y un grupo de empresarios, reunidos en la sociedad El Gastrónomo de San Miguel, adquiere el mercado para reconvertirlo completamente.
El proyecto, iniciado en 2003, ha resultado más complejo de lo que se preveía, sobre todo por la complejidad técnica de la rehabilitación, que debía dar prioridad a los valores culturales y arquitectónicos. También el equipamiento interior, que ha tenido que adaptarse a las necesidades actuales, revaloriza el edificio (suelo de granito, marquetería de roble y cristal, nuevas farolas fernandinas), diseñando individualmente cada uno de los puestos, en función de su uso y requerimientos.
Según sus propietarios, el de San Miguel está llamado a ser el mercado tradicional del siglo XXI, porque entiende la gastronomía como un hecho cultural. No sólo se van a poder adquirir productos, sino también degustarlos in situ, y además se van a desarrollar otra serie de actividades (conferencias, recitales, conciertos, cursos, catas) en el espacio que se ha habilitado en el centro del mercado y en torno al cual se vertebran todos los puestos.
En suma, se ha concebido como algo más que un simple mercado de abastos, de ahí que su horario de apertura sea inusual: de domingo a miércoles abrirá de diez de la mañana a diez de la noche, y los jueves, viernes y sábado hasta la 1,30 de la madrugada. "Se pretende -dicen sus responsables- que los consumidores encuentren aquí una oferta nocturna, que puedan tomar un producto fresco, de temporada, cuando salgan del teatro, la ópera o el cine".
Son en total 33 puestos cuya oferta cubre las necesidades de cualquier gourmet. Hay pescados y mariscos gallegos de la mano de Lonxanet; cortes de carne europeos, aves y caza de Les Boucheries; excelentes ibéricos y productos de charcutería a cargo de Carrasco-Guijuelo.
Pastas frescas italianas, especias y legumbres en la tienda Pastaio; de las coloristas frutas y verduras se ocupa en La Flor; de los quesos, Quesarte; los salazones y ahumados son de La Casa del Bacalao; los dulces, chocolates y turrones llevan la firma del célebre Horno de San Onofre, y la pastelería V se encarga de las tartas tradicionales de vocación centroeuropea.
También se pueden adquirir flores y centros de frutas y hortalizas diseñados por Meli López (Víctimas del Celuloide), utensilios y vanguardistas objetos de cocina en el puesto de Vinçon, o hacerse con las últimas novedades editoriales en gastronomía en la librería Laie.
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En el mercado se pueden tomar zumos recién exprimidos, comprar café tostado al momento y probarlo en su cafetería, pedir las famosas croquetas de Lhardy, o comerse unas ostras con champagne en el espacio de Daniel Sorlut. Pero hay también bodega (Pinkleton & Wine), y un espacio para el vermut, el fino o los encurtidos a la hora de los aperitivos. Y, por supuesto, cervecería (El Pescado Original) que no sólo ofrece bocaditos y tapas, sino que prepara in situ el pescado o el marisco recién adquirido en la pescadería contigua. Para degustar éstos y cualquiera de los productos que se venden en el mercado, existe un espacio central provisto de barras altas.