La elegancia está en el éxito
El consejero delegado de Fiat está en boca de medio mundo por sus hábiles operaciones con Chrysler y Opel. Y por sus jerséis.
En qué consiste la elegancia? Honoré de Balzac, uno de los grandes escritores franceses del siglo XIX, dijo una vez que el bruto se cubre, el rico se adorna, el fatuo se disfraza y el elegante se viste. Más tarde añadió que la elegancia es la ciencia de no hacer nada igual que los demás, pareciendo que se hace todo de la misma manera que ellos. Se podría discutir si Sergio Marchionne (1952, Chieti, Italia), consejero delegado del grupo Fiat, cumple o no la primera definición, pero está claro que la segunda la clava. Donde otros se hubieran encogido, apoltronados en la comodidad del sillón de mando de la otrora joya de la industria italiana, Marchionne ha apostado fuerte por hacer de su firma una de las grandes. Empeño, garra y una exquisita habilidad en las negociaciones son cualidades innatas en este italo-canadiense.
El responsable de la automovilística de Turín ha conseguido en poco más de una semana cerrar un preacuerdo de colaboración con Chrysler y posicionar a su compañía como la candidata más aventajada para hacerse con la filial europea de General Motors. Y todo desde un grupo que hasta hace cuatro años no hacía más que protagonizar las páginas de sucesos de las publicaciones económicas. Ha demostrado ser un auténtico mago de la gestión.
Marchionne es conocido por romper sistemáticamente los protocolos de etiqueta -lo cual no tiene por qué reñirse con la elegancia propiamente dicha-. Ya sea con sus directores o en los consejos de UBS, del que es miembro, nunca viste americana y corbata. En vez de ello luce un suéter del que sobresale el cuello de la camisa. Y, aunque es cierto que cada vez se ven más ejecutivos en mangas de camisa por Wall Street o por la City londinense, Marchionne tiene el honor de haber sido de los pioneros en la relajación de las formas -hace años que viste como ahora-.
El responsable de Fiat acude a sus reuniones en Maserati y nunca viste americana ni corbata, cosa que contribuye a humanizarle
De esta guisa se entrevistó el pasado lunes con el ministro alemán de Economía, Karl Theodor zu Guttenberg. Llegó a su cita en un Maserati, un coche ligeramente distinto al que suelen usar los CEO en sus reuniones de trabajo. Se fue de Berlín dejando a las Autoridades germanas con una sonrisa en la boca, habiéndoles liberado de la carga de encontrar a un comprador que garantice la continuidad de Opel. Desde la óptica de Fiat, en cambio, se trata de una jugada maestra: la compra a precio de saldo, y con garantías gubernamentales, de una de las principales automovilísticas europeas.
Está claro que el atuendo de Marchionne, alejado del uniforme estipulado para su profesión, denota que tiene una gran seguridad en sí mismo. Cosa que, siguiendo a Balzac, le diferencia del resto. Y contribuye a humanizarle. Puede que fuese esa la clave de la seducción a Obama, con quien se entrevistó para hablar sobre la adquisición del 20% de Chrysler apenas una semana antes de acudir a Berlín. O puede que la razón del éxito cosechado en Estados Unidos simplemente radicase en la sensación de alivio que, como en el caso alemán, provocó al Gobierno Federal cuando éste vio que no tendría que ocuparse al menos de una de las antaño Tres Grandes de Detroit. Y es que, si el grupo Fiat absorbe la parte europea de General Motors y prospera el preacuerdo con Chrysler, la sociedad resultante se convertiría en el segundo mayor grupo automovilístico del mundo, por detrás de Toyota. Según sus estimaciones, vendería entre seis y siete millones de coches al año y generaría ingresos por valor de 80.000 millones de euros.
Pero a pesar del los éxitos cosechados hasta la fecha, Marchionne fue recibido con recelo cuando asumió en 2004 la dirección de la Fabbrica Italiana Automobili Torino. No en vano, este jurista no tenía experiencia en el sector automovilístico. Cuando acabó sus estudios en Canadá trabajó allí como consultor, hasta que en los años 90 se mudó a Suiza para ocupar puestos directivos en varias empresas hasta ser nombrado en 2002 responsable de la firma de certificación e inspección SGS. En sólo dos años la reestructuró y saneó.
Y ocurrió que el grupo suizo estaba controlado por la familia Agnelli, la misma que dirigía al grupo Fiat. Al morir Umberto en 2004, el último de la dinastía, se le entregaron las riendas del negocio a Marchionne en un momento en que atravesaba la crisis más grave de su centenaria historia. Primero arregló las cosas en casa. En poco tiempo renegoció un acuerdo de participación con General Motors, que se vio obligada a pagar 2.000 millones, y reestructuró las plantas de producción, logrando capear las protestas de los temibles sindicatos italianos. Y ahora va a por el mercado mundial.
Ya se sabe que en Italia los coches son algo sagrado. La escudería Ferrari, propiedad de Fiat, mueve a legiones de seguidores. Y Marchionne no es una excepción. Para sus citas laborales, el Maserati, y para su tiempo libre, pronto ampliará su colección con uno de los exclusivos Alfa Romeo 8C Competizione -sólo se fabricarán 500-. Aunque puede que acabe en siniestro total, como el Ferrari 599 GTB que destrozó en 2007 en una autopista suiza. Lo importante ahora es que el vigoroso y elegante acelerón que ha pegado en el sector automovilístico no haga que éste acabe como su Ferrari.