La parte mala de que algo vaya mejor
La publicación del resultado de los stress test para la banca estadounidense, que se anunciaron como la prueba del nueve sobre la solidez del sistema, ha puesto fin a un culebrón que arrancó en febrero. Cuando se anunciaron los stress test, se esperaba una criba que dejase algunos bancos en buena situación mientras otros se verían abocados a la quiebra o, en el probable caso de que el Gobierno no quisiese otro Lehman, a la nacionalización de las entidades insolventes.
Al final, para aseverar que algunos bancos estadounidenses necesitan capital, como se ha filtrado a lo largo de esta semana, pero no se ven problemas de solvencia, quizá no hacían falta tantas alforjas. O bien la vigorosa recuperación del mercado ha aliviado la situación de las entidades, o bien todo el mundo estaba profundamente equivocado a principios de año respecto al alcance de los problemas en la banca. O, una tercera opción, quizá las autoridades han tomado el camino fácil y, a la luz de la mejora del mercado, han suavizado los test y esquivado la criba en el sistema. Algo que concordaría con el sorprendente hecho de que los enfermos diagnosticados han participado en el diagnóstico diferencial, lo que indica que el responsable de éste no es, precisamente, el Doctor House.
Esto tiene desventajas, y no sólo porque, como han señalado algunos comentaristas, si los test han sido magnánimos los problemas pueden simplemente retrasarse. Está el problema añadido de que, siendo la propia autoridad quien respalda la situación de las entidades, el incentivo a que el sistema salga reformado y fortalecido de la crisis es escaso.
Si al final la cosa no ha sido para tanto, no habrá nada de malo en -poniéndose uno en el caso extremo- volver a repartir bonus obscenos por dedicarse a empaquetar hipotecas ninja... Todo después de haber destinado cantidades milmillonarias al rescate de la banca. Y, la verdad, la cosa, aparentemente, sí ha sido para tanto.