No se les ve, pero siguen ahí

Los fondos soberanos han sido ángeles y demonios. Eran demonios cuando invertían en sectores estratégicos de las economías occidentales; y ángeles cuando se prestaron a capitalizar empresas o entidades en problemas.

Hace tiempo que no se oye hablar de los fondos soberanos, los vehículos de inversión estatales de países principalmente en desarrollo, ni para bien ni para mal. Pero ahí siguen. Algunos más tocados y otros menos. Los más arriesgados no han podido evitar fuertes pérdidas en sus balances, que se han depreciado cerca del 30%. Los más conservadores, los que invertían en renta fija de máxima calificación, han mantenido el tipo.

Un informe de IHS Global Insight recién publicado constata que los fondos soberanos son en estos momentos una de las pocas fuentes de capital dispuestas a asumir riesgo. Pero llama la atención sobre el cambio de actitud que se ha producido. Visto lo visto, han perdido todo interés por los bancos occidentales para centrarse en la economía real: inversiones industriales y de materias primas.

Pero quizás lo más importante es que están adaptando su papel a la crisis económica. Lejos de ser inversores internacionales temidos por los Gobiernos y adorados por los empresarios en apuros, se están convirtiendo en factores de estabilización fiscal en sus propios países. Es decir, que sus inversiones se han vuelto domésticas y encaminadas a capitalizar industrias locales.

Sorprendentemente, están siguiendo las recomendaciones del FMI, jinete apocalíptico de las economías en desarrollo en anteriores crisis. El organismo ha pasado de recomendar contención de déficit y austeridad a abogar por políticas expansivas fiscales y monetarias para combatir la recesión. Y va más allá: recomienda a las economías en desarrollo que centren sus esfuerzos en impulsar su demanda interna, porque vaticina un deterioro notable de las exportaciones.

Los fondos soberanos han optado por ayudar a limpiar la casa desde dentro, y con ello igual nos ayudan a todos.