Las hijas de Obama, a la privada
Carter fue el último presidente que optó por la escuela pública.
La próxima primera dama de Estados Unidos, Michelle Obama, asegura que conducirá un auto híbrido Ford Escape y vestirá ropa de los almacenes J. Crew en vez de elegantes trajes de Valentino, la marca predilecta durante la campaña a la vicepresidencia de la gobernadora de Alaska, Sarah Palin. Pero es improbable que la esposa del presidente electo de EE UU bruña su reputación de populista escogiendo una escuela pública de Washington para sus hijas, Malia, de diez años, y Sasha, de siete.
Al contrario que otros funcionarios que pasan vergüenza cuando lo personal se aparta de lo público, Barack Obama y su esposa ni siquiera se han ocupado de fingir que estén pensando en una escuela pública, pese a los elogios del entonces candidato presidencial Obama, en uno de los debates de la campaña electoral, a los logros de la directora del sistema escolar de Washington, Michelle Rhee.
No importa cuál sea su posición respecto a los vales escolares o las escuelas especiales, rara es la vez que un congresista o un funcionario del gabinete, demócrata o republicano, envía a sus hijos a una escuela pública.
El último ejemplo fue Amy Carter, la hija del presidente Jimmy Carter, y su experiencia no fue lo que se dice normal. Amy no podía salir fuera a la hora del recreo y ni los puestos más bajos del Servicio Secreto que la protegían podían evitar que su presencia fuera obvia.
En la primera visita de los Obama a Washington desde la elección del candidato demócrata hubo casi tantas cámaras enfocadas en varias escuelas como en el jardín de la Casa Blanca. Dejando a su marido los asuntos de Estado, Michelle Obama visitó dos de las tres escuelas privadas que, según se ha dicho, constan en su selecta lista. Sidwell es una de ellas, junto con Georgetown Day School, donde las minorías constituyen un 35% de los alumnos y donde Obama recibió el 89% de los votos en la elección simulada del plantel.
También se halla en la lista la Maret School, a la que asisten los hijos de muchos ayudantes de Obama. Los coches que transportan a los estudiantes de Sidwell son de marcas como Mercedes y BMW. En Maret, donde abundan los hijos de periodistas, y en GDS, donde los estudiantes llaman a los profesores por sus nombres de pila, se pueden ver más Volvos y Prius. En Sidwell es más que posible que uno vea un traje de Valentino como los que usó Sarah Palin. En Maret, se llevan los de los almacenes Banana Republic.
Dinero y poder
El poder, no el dinero, solía ser la moneda del reino en Washington. Ahora rivaliza con Nueva York en ambos órdenes. El temor a que los hijos sufran una humillación en las prácticas de béisbol, mezclado con la inquietud que despiertan unas normas más exigentes en materia de desempeño académico, hacen de Washington un lugar tan propenso como el Upper East Side de Manhattan a extravagantes fiestas de graduación para los estudiantes de primaria y viajes a centros de esquí en los Alpes. La ciudad ha llegado a ser el epicentro de los padres que viajan en helicóptero, que gastan el equivalente al PIB de Brasil en ropa escolar y presionan a los responsables de admisiones como si la suerte de sus hijos dependiera de que se matriculen en un parvulario selecto.