Jerusalén, la paz imposible
La Ciudad Santa de tres religiones es un caso único, cuya historia y pulso cotidiano quedan desbordados por la fe.
Puede uno ser agnóstico o creyente, pero nadie puede negar que Jerusalén es la ciudad más rara del mundo. No sólo por su calidad mítica, para tres de las grandes religiones de la tierra, sino también por el cariz esquizoide que le confiere estar disputada por dos bloques políticos antagónicos y varios grupos étnico-religiosos de emulsión imposible. Además, habría que precisar de qué ciudad estamos hablando; porque está la ciudad nueva, y la Ciudad Vieja, amurallada, la cual se divide a su vez en cuatro sectores o barrios: el árabe (el mayor, donde se concentra el trajín comercial), el judío, el cristiano y el armenio. Pero lo más importante: estas divisiones o particiones son relativamente recientes y malamente soportadas.
A la situación actual se llegó después de la Guerra de los Seis Días (1967), conquistando Israel a Jordania la parte oriental (donde está la Ciudad Vieja), ampliando el municipio con terrenos árabes de Cisjordania y haciendo caso omiso al mandato de la ONU que desde 1947 reclamaba para Jerusalén un estatus internacional. Los palestinos, cuyo estado independiente es ahora un hecho aceptado, reclaman Jerusalén como capital de su nación, al igual que lo es de Israel (no es Tel Aviv la capital judía, aunque estén allí la mayoría de las embajadas). Todo este galimatías (más una historia tan antigua como traumática) hay que tenerlo en la cabeza a la hora de moverse por la ciudad y no sentir extrañeza por el hecho de que, por ejemplo, para pasar de un barrio a otro, haya que cruzar una barrera policial similar a una aduana.
La mejor manera de abarcar la ciudad de un vistazo es acudir al mirador del paseo de Shérober: desde allí se divisa, en el centro, la Ciudad Vieja, con la muralla que hizo construir el magnífico Soleimán, en el siglo XVI, y sus cabalísticas Siete Puertas (Krzysztof Penderecki les dedicó una de sus últimas composiciones); hacia oriente queda el Monte de los Olivos y el sector árabe extramuros; a poniente se alza el Monte Sión y la parte judía, arrogante y reluciente, con hoteles que apuntan a la ciudad nueva, que se intuye hacia el norte; debajo de todo ese friso, el valle del torrente Cedrón, donde sólo hay tumbas: de ellas saldrán los muertos, el día del Juicio Final, y ascenderán la ladera para entrar en la Ciudad Celestial, la Nueva Jerusalén, a través de la Puerta Dorada, que ahora permanece tapiada.
Con este croquis in mente podemos ya aventurarnos en el laberinto de la Ciudad Vieja, penetrando normalmente a través de la puerta de Jaffa, o la de Damasco, y teniendo en cuenta que no es éste un vecindario al uso. Junto a cosas habituales en cualquier sitio, como pueden ser tiendas, bares, autos o turistas, vamos a tropezar sobre todo con peregrinos, frailes y monjas en procesión, o fieles hebreos que se dirigen, enlutados y aprisa, hacia el Muro de las Lamentaciones.
Y sobre todo: si en otras ciudades se visitan monumentos históricos, ruinas y museos, aquí las piedras, por antiguas que sean, sólo importan por su significado religioso. Con lo cual, no todo puede verse; no se puede ver, por ejemplo, lo más visible y aparatoso, la Cúpula de la Roca, santuario levantado por los omeyas en torno a la piedra donde Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a Ismael (a Isaac, para judíos y cristianos), y en la misma explanada, la mezquita de Al-Aqsa. Sí se puede, en cambio, penetrar en el recinto sagrado judío del Muro de las Lamentaciones, incluso en los túneles (antiguas caballerizas) donde los piadosos judíos leen la tora o recitan salmos, ajenos por completo a la curiosidad de los turistas.
Los lugares cristianos son los más numerosos: la iglesia del Santo Sepulcro, levantada en el siglo XII para sustituir a la que hiciera construir en el siglo IV Santa Helena, auténtica inventora (en sentido etimológico) de los Santos Lugares; en el mismo espacio se amontonan las cinco últimas estaciones del Vía Crucis, el Calvario, la piedra de la Unción (tras el Descendimiento) y el Santo Sepulcro. Fuera de las murallas se encuentra el Cenáculo (donde además de la última cena tuvo lugar Pentecostés y está enterrado el rey David), y en dirección opuesta, en el Monte de los Olivos o su piedemonte, la Basílica de la Agonía, el edículo de la Ascensión (en el punto desde el cual ascendió Cristo a los cielos) o la antigua iglesia de la Tumba de María (son, naturalmente, muchos más que éstos los sitios cristianos).
Ante esta condensación religiosa, lo demás se relativiza. Pero no hay que desdeñar las ruinas profanas (como el cardo romano), los zocos (con todo su encanto oriental), los museos (dentro del recinto amurallado, la torre de David narra la historia de la ciudad; extramuros, el Museo de Israel, con los manuscritos del Mar Muerto o, entre otros, cerca del Kneset o Parlamento, el reciente y emotivo Museo de Yad Vashem o museo del Holocausto. Algo que también merece un vistazo, siquiera sea furtivo, es el barrio ortodoxo de Mea Shearim (allí el turista no es bienvenido, hay que andarse con precaución). En la ciudad nueva, las calles King George, Ben Jehuda y avenida de Jaffa concentran los principales hoteles, restaurantes, cafés y terrazas, centros comerciales y hasta un atisbo de vida nocturna: hasta la ciudad más santa del planeta tiene su ración de tentaciones a la vuelta de la esquina.
Guía práctica
Cómo irLa compañía israelí El Al tiene vuelos diarios desde Madrid y Barcelona (excepto los sábados) al aeropuerto Ben Gurión (entre Jerusalén y Tel Aviv). También Iberia tiene vuelos diarios desde Madrid y cuatro semanales desde Barcelona. Air Europa tiene dos vuelos semanales desde Madrid y Click Air, y tres semanales desde Barcelona.DormirHotel King David (23 King David Street, 972 2 620 8888, www.danhotel.co.il), todo un referente para la ciudad; construido en los años treinta en piedra rosada, es un ejemplo de arquitectura colonial, con un interior decorado a base de elementos orientalizantes; en él se han alojado personalidades como Winston Churchill o Haile Selassi y fue, durante el mandato británico, sede del gobierno. Sigue siendo el elegido para personalidades y actos oficiales.Hotel Inbal Jerusalem (3 Jabotinsky Street, esquina a calle King David, 972 2 675 6666, www.inbal-hotel.co.il), otro cinco estrellas con magníficas vistas sobre el vecino Liberty Bell Park y sobre la ciudad, cerca del King David y con la misma piedra cálida.American Colony (2 Louis Vincent Street, en la zona de Nablus Road, 972 2 627 8777, www.americancolony.com), perteneciente a la cadena The Leading Hotels of the World, está situado en la parte norte, cerca del barrio árabe extramuros, a diez minutos a pie de la puerta de Damasco; también este hotel tiene una larga historia familiar.ComerEucaliptus (4 Safra Square, Russian Compound, 972 2 624 4331), en la parte moderna, en un viejo edificio de Russian Compound, una de las cocinas más atractivas de Jerusalén, sencilla y tradicional, con abundantes hierbas y especias y una exquisita presentación.Dolphin (9 Shimon Ben Shatach Street), especializado en mariscos, uno de los mejores restaurantes de todo Israel.Mamma Mia (38 King Georg V Street, 972 2 624 8080) uno de los mejores italianos de la ciudad, también comida judía.Cavalier (www.rest.co.il/cavalier), excelente comida francesa.