El Cairo abraza a las pirámides
Los minaretes de las mezquitas sobresalen en el perfil de la capital de Egipto, un gigantesco caos urbanístico en el que la vida se abre paso como el cauce del Nilo.
Si el viajero no ha estado nunca en Egipto, le puede extrañar que en esta serie sobre ciudades del mundo la gran referencia de El Cairo, su inmensa capital, sean las pirámides. Al fin y al cabo, las fotos que vemos en las guías o las que nos muestran amigos que ya han tenido oportunidad de visitar de cerca estas maravillas del mundo siempre aparecen rodeadas de un basto desierto. Y con ser cierto que Giza, donde se levantaron algunos de los monumentos funerarios de los faraones más espectaculares, con las tres pirámides mayores dominando el paisaje, es un lugar desértico, la cosa engaña, porque la trama urbana de El Cairo llega prácticamente hasta los muros que rodean el recinto de las pirámides, fruto de un crecimiento urbanístico desaforado.
De momento quedémonos en El Cairo, que recibe al visitante con su tráfico infernal. Los coches llenan prácticamente las calles y carreteras hasta el punto de colapsarlas. En todo caso, si el viajero ha estado, pongamos por ejemplo, atrapado alguna vez en los indescriptibles atascos de Moscú, seguramente puede llegar a ver con optimismo el hecho de que los coches, pese a la densidad del tráfico, no llegan prácticamente a detenerse. Allá va la teoría: en El Cairo no hay semáforos, lo que le da una cierta libertad para que los conductores opten por sus reglas de tráfico y, a veces, funciona. Lo del tráfico es importante además si desea dar un paseo a pie por las calles y tiene que cruzar una avenida con cierto tránsito. Deberá armarse de valor para cruzar entre coches que circulan muy rápido y, por la noche, sin luces. Paciencia y un punto de temeridad serán imprescindibles. Los cairotas caminan entre coches, camiones y autobuses sin problema. Usted no los imite. Podría llevarse un buen susto.
Otro primer impacto es el estado de la ciudad. Lo cierto es que El Cairo ha vivido mejores momentos. Algunos barrios que acogieron los mejores tiempos hoy languidecen por el abandono de las viviendas. Y por lo que se refiere a las nuevas zonas de expansión, los métodos de construcción que se usan dejan inmensas zonas residenciales en los que los edificios parece que están a medio terminar, ya que ni se enlucen ni se pintan las fachadas. Además, la palabra urbanismo debe ser tan compleja para ellos como para nosotros un jeroglífico egipcio sin la piedra roseta a mano para descifrarlo.
La visita a Giza, donde están las pirámides y la gran esfinge, es el punto de partida para un viaje por la ciudad
Pero no se apure. La visita a El Cairo, mucho mejor si se hace fuera de la temporada estival por las altas temperaturas, es grata. La gran metrópoli del mundo árabe tiene mucho que ver y mucho que enseñarnos. Pero por encima de todo Egipto evoca al viajero pirámides, esfinges, momias e historias que o nos recuerdan aventuras de película o que ayudan a los más aficionados a la época faraónica a entender mejor esta civilización.
Quizá por esta razón la visita a las pirámides de Giza es de lo primero que debe plantearse a su llegada a El Cairo. Conviene salir pronto del hotel, por los atascos. La visita empieza con una parada en la parte alta del recinto que ofrece unas vistas panorámicas. Ahí, donde ya recibiremos el acoso de los vendedores ambulantes, se puede bajar a la base de las pirámides en camello. Prepárese para la gota malaya que representan los camelleros pidiendo constantemente dinero, por hacerte una foto, por un pañuelo...
En la base de las tres pirámides mayores, las tumbas de Keops, Kefren y Micerino, citadas aquí de mayor a menor. A sus pies, más de 40 siglos nos contemplan ya. Aproveche para admirarlas desde fuera, porque sólo está permitido el acceso al interior en la de Kefren. La entrada tiene un coste adicional que se compra en una taquilla casi secreta frente a la pirámide. Quizá en su grupo se encuentre con compañeros que les aseguren que no vale la pena. Pero quien esto escribe se negó a estar a la puerta y no hacerlo. Si se decide debe tener en cuenta varias cosas: la entrada a la cámara mortuoria se realiza por un angosto pasaje en el que hay que ir en cuclillas y en el que el aire está enrarecido. Vetado por tanto a problemas respiratorios o de claustrofobia. Muchos de los que lo intentan dan marcha atrás por el calor y la humedad que acumulan los túneles. Un largo pasillo desemboca en la cámara mortuoria. Es pequeña, las paredes no presentan ni grabados ni jeroglíficos. Sólo el sarcófago de faraón. Pero la sensación de estar bajo miles de toneladas de bloques de piedra y de estar en un recinto pensado para que nadie entrase en ella por los siglos de los siglos tiene su encanto. Un detalle importante, no dejan entrar las cámaras de fotos. Pero si tienen una lo suficientemente pequeña, métasela en el bolsillo. Las fotos en los angostos túneles son un buen recuerdo.
La segunda parada es un poco más abajo, donde está la gran esfinge, aquella a la que le falta la nariz. Un templo a sus pies y alguna otra maravilla, lamentablemente poco cuidada, rodean a esta mole de piedra. Una mañana puede ser suficiente para visitar la pirámides. En el recinto se organiza un espectáculo nocturno de luces, rayos láser y sonido, mientras afectadas voces -hay pases en castellano- cuentan historias del antiguo Egipto. Si no son egiptomaniacos, pasen de este evento; hay alternativas igual de kitsch en, por ejemplo, Terra Mítica.
Superada la etapa faraónica, hay que cambiar de época. El islam entró de lleno en el país, pese a que en la ciudad la convivencia entre musulmanes, cristianos y judíos sin problemas es un aspecto que enorgullece a los egipcios. Una mañana merece la visita a la ciudadela de Saladino, donde para llegar se atraviesa la Ciudad de los Muertos. Esta barriada acoge, en una un tanto siniestra mezcla, a tumbas con viviendas. Ya en la ciudadela, la mezquita de alabastro es una de las más lujosas de El Cairo. Aunque ya no se practica el culto en ella, para entrar las mujeres deben cubrirse el cabello y todos descalzarse. Al margen de contemplar una obra bellísima, la visita permite, por su posición en altura, en el monte Muzzattam una gran perspectiva de la inmensa ciudad.
Para completar el escenario de multirreligiosidad, hay que acercarse a las intrincadas callejuelas del barrio Copto, donde se pueden visitar la iglesia de Santa María, el templo cristiano más antiguo de la ciudad, la iglesia de San Sergio, construida sobre una cueva que, según la tradición, cobijó a la Sagrada Familia, así como la sinagoga Ben-Ezra, la más antigua de Egipto.
Los mercadillos, en especial el de Jan el-Jalili, son el otro gran polo de atracción para los turistas. Aprenda a regatear y necesitará otra maleta para la vuelta a casa.
Guía práctica
Cómo ir. Egyptair (www.egyptair.com) tiene vuelos diarios desde Madrid y Barcelona a El Cairo (el vuelo dura unas cuatro horas y media). Iberia (902 400 500, www.iberia.es) vuela también desde Madrid a El Cairo todos los días, excepto los lunes y los jueves.Dormir. Las grandes cadenas internacionales tienen hoteles en la ciudad, fundamentalmente en las orillas del Nilo. El Cairo Marriott Hotel es uno de los mejores. También es interesante el Four Seasons. El que ha perdido gracia para los turistas es el Hyatt, pese a su ubicación privilegiada, ya que el nuevo propietario ha prohibido el consumo de cualquier tipo de alcohol en el hotel, algo que sí suele estar permitido en el resto. Lo normal es elegir un hotel de categoría superior en una ciudad como El Cairo, ya que garantizan estándares occidentales para el visitante.Comer. Normalmente, en los viajes organizados se acaba comiendo en los hoteles o en alguno de los restaurantes flotantes ubicados en el margen del Nilo, como el Omar Hayyam. Hay barcos, como el Scarbée, que incluso ofrecen cena con espectáculo mientras recorren el río. En el Abu Shaqra, podrá probar el auténtico kebab. El barrio de Zamalek es un punto de referencia para buscar y descubrirNo se pierda. El Museo Egipcio de El Cairo es el mayor del mundo en su especialidad. Se está construyendo un nuevo edificio para albergar la inmensa colección que atesora un museo que en algunas zonas recuerdan al almacén que aparece al final de En busca del arca perdida. La entrada a la sala de las momias se paga aparte. La célebre máscara de Tutankamon se puede ver sin problemas. En el museo están prohibidas las fotos y vigilantes -no siempre muy atentos- persiguen a los infractores y les riñen. Si se atreve, inténtelo, porque la tienda del museo es francamente precaria.El Fishawy es un punto de parada obligado. Mítica café-tetería en pleno Jan el-Jalili que fue punto de reunión de intelectuales. Un buen té le servirá de reconstituyente.