El hipotecador hipotecado
Hace no demasiados meses una empresa inmobiliaria sorteó públicamente la adjudicación de una promoción de viviendas aún en construcción. No eran de protección oficial; antes al contrario, se trataba de la urbanización que acompañaba un nuevo campo de golf en pleno páramo castellano. Las grúas aún se elevan entre el cereal, pero la empresa que organizó el concurso debatía ayer si solicitar otro concurso, el de acreedores.
Martinsa-Fadesa no puede ser el nuevo icono de la burbuja inmobiliaria. No puede sustituir a Astroc por la sencilla razón de que el valor de un icono es simbólico, y la inmobiliaria presidida por Fernando Martín es mucho más que una imagen. Y, aunque se aceptase como tal, las dos empresas representan dos cosas distintas. Una indica cuándo -allá por abril de 2007- se acabó la etapa del 'todo vale' mientras la segunda enseña la lección de quien se hipotecó en exceso confiando en que la sonrisa del banquero es eterna y en el mantra de que los pisos nunca bajan.
Son dos agarraderas tan endebles como voluble es la voluntad humana; lo que ayer era blanco hoy es negro. Y en la misma trampa, o parecida, que Martinsa y otras promotoras de menos renombre -ya van un puñado de quiebras- cayeron un buen número de particulares. Fueron ellos en última instancia quienes dieron alas a la burbuja al entrar en la rueda, incentivados por un surrealista sistema fiscal que subvenciona a quien puede pagar un piso a costa del que no.
En ambos lados el fulgor del ladrillo cegó el principio de prudencia financiera, y el credit crunch ha agudizado el problema. Esta es la historia, en todo caso, de los ciclos económicos; un día los pisos se sortean y al otro no hay quien los compre. La purga de los excesos es siempre traumática, aunque resulta extraño que, por 150 millones, una empresa con millones de metros cuadrados de suelo y decenas de promociones en marcha sopese suspender pagos.