De la economía bursátil a la real
Cuando la Reserva Federal orquestó el salvamento de Bear Stearns trazó, dilemas morales aparte, un cortafuegos para que el sistema financiero no colapsara en su conjunto. Aunque sin duda la actuación de Bernanke no estará exenta de críticas, la excepcionalidad se justificaba por lo que estaba en juego: que volviéramos a la edad de las cavernas. Desde entonces, las probabilidades de un escenario Armaggedón han remitido, y los mercados, aliviados, han rebotado con cierta alegría.
El que por ahora no parezca probable la llegada del Apocalipsis, no quiere decir, sin embargo, que hayan desaparecido los problemas. Queda por valorar la implicación que en los mercados financieros tiene que EE UU entre en recesión. Una recesión del montón, como las que innumerables veces se han repetido a lo largo de la historia y como las que, aunque nos empeñemos en evitar, se suceden porque la ciclicidad es parte de la naturaleza humana y, o nos quedamos cortos o nos pasamos de frenada.
Si nos fijamos en la última recesión, bautizada como 'de las puntocom', el efecto sobre las Bolsas fue devastador, con caídas generalizadas del orden del 50% y puntuales superiores al 80%. La economía real, sin embargo, sufrió muy poco, dos trimestre de leves caídas en EE UU y aquí, ni eso. La razón la podemos encontrar en que la causa de la recesión fueron los excesos de inversión y valoración en empresas, principalmente tecnológicas, que cayeron, en primer lugar, por estar muy caras, y en segundo, por el propio deterioro económico. Esta vez el comportamiento puede ser diferente. Los excesos se han cometido en los mercados de crédito e inmobiliario, lo que tiene un efecto más directo en los bolsillos de los consumidores y puede llevar a que la recesión en la economía real sea mucho más severa, especialmente en España, que esta vez está nominada como actriz principal y no de reparto, como en el 2000. Lógicamente en este entorno las empresas sufrirán y sus beneficios se resentirán, pero, dado que esta vez las Bolsas no partían de precios absurdos y su valoración actual es razonable, es probable que las caídas sean más moderadas.
Enrique Borrajeros. Socio director de Abante