Berlusconi III, ante el desastre económico
La holgada victoria conseguida en las elecciones del domingo y el lunes en Italia le puede otorgar a Silvio Berlusconi varios años de mandato sin sobresaltos políticos, lo cual no es poco en un país que ha tenido 62 gobiernos en los últimos 63 años. Sin embargo, es poco probable que la gestión de la economía del país le dé muchas alegrías a corto plazo.
El líder populista, de 71 años, será investido primer ministro de Italia por tercera vez desde su irrupción en la política, en 1994. Por entonces, Berlusconi era conocido por su espectacular dinamismo empresarial. Propietario de tres cadenas de televisión que suman casi la mitad de la audiencia del país, el segundo hombre más rico de Italia (sólo superado por Benito Ferrero, del grupo alimentario de su apellido) no ha dudado en utilizarlas como plataforma política.
Además de esa faceta, hoy cuenta con la de haber ganado tres elecciones alternas, una cada siete años. Dentro de la decadente economía italiana, el grueso del periodo de gobierno del magnate (entre 2001 y 2006) se caracterizó por los peores registros de actividad en décadas. Los seis ejercicios bajo su mandato se saldaron con un aumento medio del PIB del 0,7%, nivel sólo comparable, entre los países más avanzados, al sufrido por Japón hasta hace pocos años.
El anterior mandato de Il Cavaliere se saldó con un crecimiento medio del 0,7%
El segundo mandato del líder de Forza Italia, excepcionalmente largo para las costumbres italianas, no le sirvió para introducir reformas de calado en un país que no sabe cómo adaptarse a la globalización. El pobre avance de la productividad y la pérdida de poder adquisitivo de los salarios son las consecuencias más graves de esos años de inactividad.
Esos paupérrima evolución económica ha permitido que un país como España alcance ya la renta per cápita del antaño todopoderoso centro neurálgico de la moda, el diseño y los coches deportivos. Curiosamente, los italianos han elegido al propio Berlusconi para poner orden en el desaguisado económico al que tanto contribuyó.
Durante su último periodo opositor, el próximo primer ministro no tuvo empacho en incluir en el debe de su predecesor Romano Prodi las subidas de precios de los alimentos o la energía, problemas generalizados en el ámbito global. Antes del cierre de campaña, cargó contra el Banco Central Europeo por no reducir los tipos de interés de referencia por debajo del vigente 4%, un nivel que se adecua mal a una economía casi parada como la italiana. Pero ahora le toca a él marcar el paso. Il Cavaliere ha hecho de las rebajas impositivas uno de sus reclamos fundamentales durante la campaña, llegando al punto de afirmar que 'es lícito evadir impuestos cuando estos son muy elevados'. Una afirmación especialmente significativa, viniendo de una persona inmersa en varios procesos por fraude fiscal dentro de su conglomerado empresarial Fininvest.
Además de los recortes impositivos, el programa económico de Berlusconi se basa en inversiones masivas en infraestructuras, de dimensiones tales como la unión por carretera de la isla de Sicilia con el continente. El problema será encontrar financiación para la reducción de impuestos y el aumento de la inversión, porque, a diferencia de España, Italia no dispone precisamente de unas cuentas públicas saneadas. Con el déficit presupuestario por encima del 2% y la deuda pública en el 104% del PIB -lo que significa que el Estado debe más de lo que produce todo el país en un año-, el margen para los estímulos fiscales es muy escaso.
Esta vez Berlusconi tendrá que afrontar también reformas estructurales si quiere que el país recupere la senda de la productividad que otrora le caracterizó. Un mercado laboral demasiado rígido o un sistema de pensiones difícilmente sostenible siquiera a medio plazo se encuentran entre las principales tareas pendientes.
Pero los problemas acuciantes no se limitan a la economía. Sorprende que uno de los miembros del G-7 sufra durante meses la acumulación sin fin de la basura en la tercera ciudad del país, Nápoles. Por no hablar, por supuesto, de la todavía espesa red de intereses y condicionamientos que ejerce la mafia en buena parte de la zona sur.
Las diferencias económicas entre el norte industrial y el sur todavía agrícola son brutales. La tasa de paro meridional duplica la de las ricas zonas alpinas, pero no parece que la reducción de las desigualdades regionales esté entre las prioridades de Berlusconi. Máxime, por la introducción electoral de una nueva variable política: la coalición derechista debe buena parte de su éxito al fulgurante ascenso de la Liga Norte.
El partido xenófobo de Gianfranco Fini ha logrado multiplicar por dos sus votos de hace apenas dos años, con un programa poco predispuesto al reparto con las regiones que menos tienen. Fini ha dejado clara una de las condiciones de su apoyo a Berlusconi: 'Pondremos fin al centralismo romano. Queremos un federalismo fiscal para que Roma entiéndase como eufemismo para referirse al resto del país no se beneficie del trabajo de las regiones del Norte'.
Las dificultades en el horizonte económico son, pues, abrumadoras, pero Berlusconi cuenta al menos con la ventaja de una probable estabilidad política. Precisamente, una de las reformas más esperadas es la del sistema electoral que él mismo introdujo en 2005, que permite a partidos muy minoritarios condicionar gobiernos. Tampoco es probable que Berlusconi se dé prisa en cambiarlo: ese sistema acabó con Prodi, y ahora le permite gobernar con comodidad.