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Tribuna
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La degradación electoral del presupuesto

El presupuesto público es el principal instrumento de política económica de un Estado democrático y uno de los más sensibles a la ciudadanía.

A través del sistema tributario participamos todos los ciudadanos, según nuestros recursos económicos, en los ingresos con que se han de financiar los servicios que el Estado ofrecerá para la utilización de los ciudadanos. El gasto público es, por tanto, la otra cara de la participación ciudadana, en los servicios que queremos que nos facilite el Estado.

Las desviaciones de la finalidad propia del presupuesto en cualquiera de sus dos aspectos, ingresos y gastos, y la desconfianza que esto crearía en los ciudadanos constituyen el mayor daño que se puede hacer, desde el punto de vista económico, a la democracia. Consideramos, por tanto, que la utilización con fines electoralistas de los ingresos o gastos presupuestarios es un mal servicio que están haciendo a nuestra democracia, lo mismo el partido que está en el poder que el de la oposición.

El PP ha centrado sus propuestas principalmente en el lado de los ingresos, proponiendo importantes reducciones en el IRPF y en el impuesto sobre sociedades, la eliminación total del impuesto sobre el patrimonio y casi la práctica desaparición del impuesto de sucesiones. En cálculos del PSOE, ya que el PP no los ha dado a conocer, esto podría suponer una disminución de los ingresos del Estado y de las comunidades autónomas, que tienen transferidos algunos de estos impuestos, entre 5.000 y 25.000 millones de euros.

En este terreno las ofertas electorales del PSOE son menos ambiciosas, aunque en su puja con el PP han llegado a aceptar la supresión del impuesto sobre el patrimonio, a la que se habían opuesto anteriormente por razones ideológicas, y se proponen eximir del impuesto de sucesiones a todas las herencias inferiores a 60.000 euros.

Ante esta temporada de rebajas nos podemos preguntar los ciudadanos, con toda razón, por qué no se nos ha reducido antes el coste fiscal que venimos soportando si, como es de suponer, se piensa que va a poder seguir respondiendo el Estado a la demanda de los ciudadanos con menos ingresos.

El PSOE ha escogido la otra vertiente del presupuesto, es decir la del gasto, para hacernos su mejor oferta económica en esta precampaña electoral. Con las contribuciones que aportamos todos los ciudadanos para financiar los servicios del Estado, va a pagar 400 euros a 13 millones de contribuyentes para que le voten.

Se afirma que estos 5.000 millones de euros van a ir a cargo del superávit presupuestario, con lo que parece insinuarse que no es más que una aplicación de la ortodoxia keynesiana, que en épocas de recesión proponía dar dinero a los ciudadanos para que no cayera la demanda de consumo. Keynes propuso que este dinero se diera como retribución a los que trabajaran en obras públicas que mejorarían el bienestar general y no se le ocurrió que podía ser el precio con que comprara parte de sus votos el partido que estuviera en el poder.

Prescindiendo de las matizaciones con las que cada día se va concretando esta medida, que bien pudiera ser una más de las que Pedro Solbes dijo en una entrevista que aceptaba con 'cierta frustración' porque 'han llegado a nuestro conocimiento demasiado tarde, muchas veces sin posibilidad de estudiarlas con la profundidad necesaria', lo cierto es que, como en el caso de las bonificaciones fiscales, los ciudadanos podemos preguntarnos si aportamos demasiados ingresos al presupuesto público para que se puedan hacer esos obsequios y si entre las aplicaciones legítimas del gasto presupuestario puede incluirse la de favorecer los intereses de un partido determinado.

En una época en la que se están descubriendo tantos casos de corrupción por utilizar competencias legales en provecho propio, se está más expuesto a correr el riesgo de que se valoren con calificativos parecidos decisiones políticas que, aunque no se refieran a intereses individuales, sí benefician a un colectivo propio. Y todo esto lleva a que, estando en juego un instrumento tan importante y sensible como es el presupuesto público, aumente el desinterés y el menosprecio de los ciudadanos, y de un modo particular de los jóvenes que no caigan en el cebo, hacia la política.

Eugenio M. Recio. Profesor honorario de Esade

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