Punta del Este, refugio de ocio y negocio
La costa uruguaya ofrece rincones de playas casi vírgenes y atractivas posibilidades de inversión inmobiliaria en viviendas de lujo.
Saltar a la otra punta del mundo no resulta tan difícil cuando el destino es un lugar apacible, todavía sin explotar por el rodillo inmobiliario y donde el tiempo parece transcurrir más lentamente. En el espacio en que el Río de la Plata se funde con el océano Atlántico, Uruguay es refugio habitual para argentinos apresurados y, cada vez más, para europeos que buscan su lugar en el mundo, soltando lastre de todo aquello de lo que reniegan los habitantes de las grandes ciudades, del ruido y del hormigón.
Uruguay bien puede ser un lugar desde el que poner tierra de por medio y en el que no faltan españoles que han arribado como hicieran hace un siglo tantos miles de canarios, gallegos o asturianos atraídos por las posibilidades de una tierra muy próxima a la entonces próspera Argentina y muy escasamente poblada. Ahora la historia se repite, aunque en una versión muy diferente, la de ciudadanos de economías holgadas con un objetivo algo menos emprendedor y más residencial e inversor. El español es el europeo que más vivienda está comprando en los últimos tiempos en Punta del Este, durante décadas lugar de veraneo del argentino acaudalado, que buscaba en sus playas el glamour y el prestigio social de la lejana Costa Azul francesa.
La población de Punta del Este es el lugar del bullicio y de las playas repletas en temporada alta, justo ahora que comienza el verano austral. Una auténtica avalancha de turistas -Punta del Este y alrededores alcanzan en temporada alta alrededor del medio millón de habitantes, sobre una población total del país de poco más de tres millones de personas- llega para pasar el fin de año a esta zona de Uruguay, en que la costa se abre al Océano Atlántico. Pero a poca distancia de los rascacielos que bordean las costas de Punta del Este -y que llegan a recordar por momentos a una especie de Benidorm remozado, de apartamentos de lujo-, las zonas colindantes ofrecen un espacio de playas de dunas, casi vírgenes, vegetación y lagunas interiores de agua dulce mucho más plácidas.
Gracias a un favorable tipo de cambio de divisa -un euro equivale a unos 33 pesos uruguayos- y a un precio de la tierra mucho más barato que en España, el inversor puede hacerse con un terreno de 10.000 metros cuadrados por unos 250.000 dólares (174.000 euros), sobre los que construir una casa con un coste de entre 1.200 y 1.500 dólares el metro cuadrado (835 y 1.050 euros) . En definitiva, un inversor español puede hacerse con una amplia propiedad en el campo uruguayo y cerca del mar por un mínimo de 300.000 euros, según explican los directivos de Destino Punta del Este, una organización creada este año por constructores y gestores inmobiliarios con el objetivo de impulsar el desarrollo residencial y turístico de la zona.
Las grúas forman parte del paisaje de Punta del Este, donde hay en la actualidad más de 4.000 viviendas en construcción. Pero no se trata de pisos o apartamentos de playa al más puro estilo levantino, con un carácter funcional y pensados para estancias cortas. La oferta inmobiliaria de Punta del Este no está precisamente al alcance del latinoamericano de a pie sino de bolsillos pudientes.
Algunas de las promociones ahora en construcción en las dos principales playas de esta localidad -la Brava, abierta al océano, y la Mansa, de aguas tranquilas- oscilan entre alrededor de 700.000 dólares (490.000 euros) por apartamentos de más de trescientos metros cuadrados hasta los 7,5 millones de dólares (5,2 millones de euros) que cuesta uno de los áticos de 1.600 metros cuadrados del complejo residencial Aqua, el primer proyecto en su tierra del arquitecto uruguayo Rafael Viñoly y premio al proyecto internacional más atractivo en el último Salón Inmobiliario de Madrid. Con tales precios, ni que decir que los servicios comunitarios incluyen la limpieza de la vivienda o el traslado de la sombrilla a la playa.
Pero más allá de las promociones más exclusivas, la oferta inmobiliaria de la zona resulta más barata que la europea en términos absolutos y relativos. En Europa, el suelo supone el 60% del coste de una promoción inmobiliaria, un porcentaje que se rebaja al 45% en Buenos Aires y al 20% en Punta del Este, de acuerdo con datos de la inmobiliaria argentina Covello, una de las más activas de la zona.
El rebajado precio del suelo es uno de los motivos que animó a Vicente García, un ex ejecutivo de banca, natural de Alcoy (Alicante), a asentarse en Punta del Este y poner en marcha un ambicioso proyecto residencial con la construcción de 220 viviendas de lujo, diseñadas por prestigiosos arquitectos latinoamericanos como el uruguayo Carlos Ott y ubicadas sobre un cerro con vistas al mar. Tendrán un coste de entre medio millón y un millón de dólares y han conseguido atraer para su puesta en marcha a inversores estadounidenses y árabes. Los petrodólares asoman también por Punta del Este.
Este proyecto, bautizado como Latitud Sur, será uno de los primeros ejemplos en la zona de macrourbanización, una versión inmobiliaria de sobra conocida en la costa española pero que aún no ha calado en exceso en el litoral uruguayo, más habituado por ahora a las construcciones en altura de Punta del Este o a las residencias individuales de amplios espacios.
La costa que rodea a la bulliciosa Punta del Este puede presumir de un cuidado equilibrio entre cemento y vegetación, que podría verse sin embargo amenazado por un voraz desarrollo urbanístico. Las autoridades locales de Maldonado, el departamento en que se enclava Punta del Este, y los constructores y promotores inmobiliarios de la zona aseguran huir de 'los errores que se han cometido en España' y dar prioridad a un turismo sostenible, respetuoso con el medio ambiente y que prime la calidad de vida. Pero reconocen también la importancia que el turismo y la construcción tienen sobre el desarrollo económico del país, tal y como sucede en España, un espejo en el que afirman mirarse para lo bueno y también para lo malo. Su referencia más admirada es la localidad gaditana de Sotogrande, de modo que el golf también va a ocupar un lugar destacado en el desarrollo de un turismo de calidad en la zona de Punta del Este, que ahora cuenta con sólo tres campos.
El debate sobre un desarrollo urbanístico sostenible es reciente en Uruguay y ha llegado tarde para evitar la construcción de algunas viviendas a pie de playa y de edificios de casi treinta pisos. La ley marca ahora que no se pueda construir a menos de 150 metros de distancia de la costa y que los edificios alcancen un máximo de 17 pisos en la zona de Punta del Este, la más edificada.
Pero basta con alejarse un poco de Punta del Este para ver cómo se relaja la fiebre constructora. A veinte kilómetros de distancia se halla la localidad de José Ignacio, un refugio para los que huyen del mundanal ruido. Un poco más hacia el interior está el lugar que eligió el catalán Javier Bell para emprender un nuevo proyecto de vida, dejando atrás un puesto de responsabilidad en una multinacional. Como muchos otros, descubrió el litoral uruguayo viniendo desde Buenos Aires y decidió comprar una chacra marítima, la típica finca rústica de la zona, y quedarse.
Algunos años después ha abierto una ciudada casa rural de cuatro habitaciones, llamada la Posta del Vignet, desde la que se contempla el mar. Las vistas son similares a las que debe de disfrutar durante sus vacaciones la cantante Shakira, vecina de la Posta, y una de las estrellas internacionales que contribuyen con sus propiedades a alimentar el glamour al que aspira la zona. Así, en las inmediaciones de José Ignacio también han recalado el cantante Julio Iglesias, Naomi Campbell o Ralph Lauren.
En las playas menos bulliciosas de Punta del Este se puede montar a caballo en temporada baja y el sol se hunde en el mar con los mismos colores que a este lado del océano. Pero tras doce horas de avión, la perspectiva cambia y las horas pasan más despacio.
La magia energética de Piriápolis
A finales del siglo XIX ya hubo quien vio con claridad las posibilidades urbanísticas de la costa uruguaya y se embarcó en un proyecto vital que acabaría con la creación de una ciudad, más conocida en principio que la propia Punta del Este.El uruguayo Francisco Piria inspiró la ciudad de Piriápolis y la diseñó a la medida de sus inquietudes estéticas, con guiños a la Riviera italiana en la que pasó largas temporadas, y también espirituales. Fue pionero en la venta de viviendas sobre plano en la costa entre los montevideanos acaudalados. Pero además de la belleza natural, lo que verdaderamente cautivó a Piria fue la energía del lugar. Por la ciudad fluyen corrientes electromagnéticas, capaces de neutralizar el funcionamiento de las brújulas y de activar la imaginación del turista. Piria, a modo de un Julio Verne del Cono Sur, dejó escritos en los que vio un Uruguay futuro con aire acondicionado y energía solar y dejó en herencia una ciudad cargada del humanismo y el misterio que envolvió su vida.
Lobos marinos con la toalla al hombro
Frente al perfil de edificios que pueblan Punta del Este, una inesperada y sorprendente reserva de lobos marinos existe a tan sólo 8,5 kilómetros de la costa. La Isla de Lobos acoge a la mayor reserva de lobos marinos de América del Sur y cuenta en la actualidad con más de 180.000 ejemplares. Algunos incluso se aventuran no ya mar adentro sino hacia la costa y se han convertido en inquilinos habituales del puerto de Punta del Este, donde es fácil encontrarlos plácidamente tomando el sol, malcriados por los pescadores que los alimentan.Las excursiones a la isla son diarias en temporada alta y aunque no se permite el desembarco, basta con observar a los lobos marinos en la distancia y con escuchar el sonido de su conversación. La imagen podría ser propia de la Antártida pero queda a tan sólo media hora de la playa.