El eje franco-alemán, en horas bajas
Cuatro meses en el poder y ningún aliado claro en la escena internacional. Quizá ese sea el balance normal para un presidente de la República Francesa. Pero la novedad con Nicolas Sarkozy es que en tan poco tiempo haya conseguido soliviantar a la mayoría de sus socios. El esperado relevo de Jacques Chirac ha tensado hasta extremos sin precedentes recientes la relación entre París y Berlín, se ha enemistado con Bruselas y no ha estrechado sus lazos ni con Washington ni Moscú. Donde más platos ha roto ha sido en Europa, un escenario en el que aseguró que Francia volvería a refulgir. Sus chisporroteos deslumbraron a sus homólogos europeos durante la primera cumbre a la que asistió en junio. En esa cita, hizo de comadrona de urgencia para que a la canciller alemana Angela Merkel, presidenta semestral de los 27, no se le muriera el nuevo Tratado.
Pero desde entonces sus intervenciones, injerencias e impertinencias han acabado por fatigar a sus colegas. 'Sarkozy juega un poco la carta de Francia contra Europa, lo cual continúa siendo un catalizador en Francia', afirma en Le Monde el director del departamento de análisis de la OFCE (observatorio francés de coyunturas económicas), Xavier Timbeau. 'Francia necesitaba un revulsivo', dice una fuente del Consejo europeo. 'Es difícil que se pueda soportar cinco años el ritmo de un presidente como él'.
El hastío por las críticas de Sarkozy resulta evidente entre sus principales víctimas. Al presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, se le tuerce el gesto cada vez que se le pregunta por alguna boutade de su compatriota. De hecho ayer lanzó un dardo de respuesta a Sarkozy y aseguró que las finanzas públicas francesas afrontan una gran dificultad y resultan una dura carga para la economía. 'Es preocupante observar que la evolución del gasto público ha sido peor que la de otros países', soltó Trichet, en una entrevista en la emisora de radio Europe 1.
Trichet lanzó ayer un dardo a Sarkozy al criticar su gasto público
El presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, que parecía haber entablado una buena relación con 'Nicolas', se ha convertido en la última diana del presidente francés, que le acusa de pasividad ante las recientes turbulencias financieras. Pero el mayor enfrentamiento se ha producido con quien debería ser el principal cómplice de Sarkozy. Angela Merkel, conservadora como él, podía haber aprovechado el relevo en El Elíseo para restablecer un eje franco-alemán que arrastrase al resto de la UE. En cambio, se ha encontrado con un incómodo socio que, para colmo, siembra cizaña en la coalición rojiverde que preside. Sarkozy no sólo ha planteado en Alemania (en la reunión que mantuvo con Merkel en la localidad de Meseberg) el sensible tema de la energía nuclear, sino incluso el tabú de ese tipo de armamento. Además, se ha apartado de la disciplina fiscal que defiende Merkel, aplazando a 2011, como muy pronto, los objetivos de consolidación presupuestario pactados por la zona euro. Para colmo, según Der Spiegel, el presidente francés telefoneó a la canciller para pedirle que reprobase en público a su ministro de Finanzas, Peer Steinbrück. Según Sarkozy, le faltó al respeto durante un encuentro del Eurogrupo al que el presidente galo se había autoinvitado para defender su relajación fiscal. Por supuesto, Merkel no se plegó.
La crisis de Airbus y el estrellato de la pareja Sarkozy en la liberación de las enfermeras búlgaras también han irritado a Berlín. Y el siguiente capítulo de tensiones podría ser la fusión que París estudia entre Areva y Alstom, en detrimento de Siemens. Parte de este descalabro de la agenda de Sarkozy parece deberse a su tendencia al tremendismo, que le hace reaccionar con aspavientos ante cualquier hecho. Ante la crisis inmobiliaria de EE UU se precipitó a solicitar la reunión del G-8, propuesta despreciativamente ignorada por el resto de potencias. E incluso cuando la Administración Bush opta por la negociación para frenar la carrera nuclear de Amadinejad, el gobierno francés evoca la posibilidad de bombardear Irán. Los estropicios de Sarkozy también responden a la ruptura con la clase diplomática de su país, a la que tilda de 'despreciable'. En todo caso, sus colegas europeos asisten atónitos a las estridencias de un mandatario cuyo brillo internacional se está apagando cual bengala.