La alquimia del siglo XXI tampoco funciona
La realidad es tozuda, pero el género humano lo es aún más. Más o menos en el siglo XVI empezó a desarrollarse el sistema económico actual, con sus ventajas y desventajas, y desde entonces, con la puntualidad de un reloj, se han repetido sucesivas burbujas financieras y sus consiguientes estallidos. El patrón siempre es el mismo; en un contexto de bonanza económica aparece un factor novedoso que seduce y ofusca a los actores económicos hasta el punto de hacerles pensar que la historia tal y como se conocía ha cambiado. Sucedió con las Compañías de Indias, con los tulipanes y con el ferrocarril, sucedió en los felices 20 de Estados Unidos y en el Japón de los 80, sucedió, claro, en la burbuja tecnológica de los 90. En el siglo XXI la piedra filosofal que cambiaría el paradigma económico ha sido un tanto distinta. El desarrollo del propio sistema capitalista, la aparición de nuevos jugadores y nuevos mecanismos de inversión, con el control de la inflación como telón de fondo generaron la percepción de un cambio sistémico. El mundo había cambiado, no en algo tangible como la llegada del ferrocarril o la máquina de vapor, sino en una facilidad crediticia nunca vista y un riesgo desconocido. Dinero fácil para comprar casas, pedir préstamos o adquirir empresas.
Pero la caída del mercado inmobiliario en Estados Unidos ha empezado a erosionar este castillo de arena. El sistema financiero ha avanzado, pero en su avance han emergido problemas desconocidos hasta el momento y, que se sepa, aún no es capaz de convertir el plomo en oro. Quizá la aversión al riesgo actual sea exagerada, pero sin duda lo era la apetencia de hace unos meses.
La purga que se avecina en los sectores que más se han embarcado en la aventura -con la banca de inversión como gran beneficiaria y responsable del inflado de la burbuja- tendrá, también, consecuencias económicas. Los efectos de la crisis de 2000 en la economía real fueron moderados teniendo en cuenta su dureza. Esta vez el impacto puede llegar a través de la vivienda, principal patrimonio de la mayoría de la población.
Queda por ver si el aviso no ha llegado demasiado tarde. Es algo que tardaremos algunos meses en comprobar, y de ahí la inestabilidad de los mercados. El origen y los posibles efectos de esta crisis son tan etéreos, dependen tanto de las percepciones, que uno termina por no saber si el hecho de que el Ibex esté a apenas 1.200 puntos del máximo histórico es bueno o malo.