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CincoSentidos

Purita Pasión

Esta Purita sí que tiene valor. Ha transformado completamente su manera de vivir en un ratito; y todo porque la visión de una imagen en un periódico le ha llevado a reflexionar muy, muy profundamente sobre lo que ha sido su existencia hasta ese momento. Ha puesto en entredicho su monótonos hábitos: cortarse los sábados las uñas de los pies, confesarse todos los domingos... Es tal el cambio, que ha afectado incluso a su apellido.

Purita se corta las uñas de lospies, comocada sábado con pulcra exactitud, no vale un pico, ni un desnivel, sacraliza ese momento, como tantos otros, mientras limpia el ambiente de su casa con esencias en el quemador azul que compró en el todociende la esquina. Cumple su ritual al son de Olga Guillot, que, después del libro de catequesis, es su amiga de cabecera, su espejo secreto, su evangelio de las emociones, que nadie conoce (o eso cree ella) y que cada domingo es uno de los temas negociados con su confesor, que la perdona por ese desliz pecaminoso, porque Olga la lleva al camino de la perdición interna mientras le insinúa que lo prohibido es tan excitante, que nada en su vida se le puede comparar.

Después de una dura semana de trabajo, en la que se ha prohibido mil y pico pensamientos, vuelve a su refugio con la sana intención de retirarse del mundanal ruido, de las pieles que pasean por la calle y que le provocan sonrojo, y alguna vez una súbita pulsión acallada con chocolate y voluntad, como tantas veces le han dicho desde su infancia, porque el deseo es la peor lacra y su cuerpo sigue sin enterarse.

Cierra el maletín de pedicura, se marea al incorporarse y se mira al espejo; allí está ella en su más plena soledad, desnuda y despeinada, una imagen salvaje que hay que depurar, no puede ser que esa mujer sea vista en público, no hay decencia en la exhibición de ese bello monstruo, porque es bello, porque las arrugas no han aparecido gracias a la falta de gesticulación, porque la piel nunca se expuso a las inclemencias de la noche, porque ningún canalla la hizo llorar, porque, una vez peinada y abrochada la blusa, salvo el rictus de tristeza y la tensión de los músculos faciales, nada la diferencia de la imagen de la Virgen Niña que corona el cabecero de su cama.

Sale del baño y busca en el salón el periódico para mirar la hora de la película de la que tanto hablan en su trabajo, hojea las páginas sin interés en el resto de noticias, cuando entre las necrológicas y la cartelera, columnas y columnas anuncian la sección de relax; ella siempre pensó que eran masajistas, pero aquel día un torso desnudo anunciaba todos los placeres concebibles a un módico precio, HORROR, ¿cómo podía permitirse semejante aberración?, ¿cómo un sano joven podía vender el tesoro de su cuerpo en lugar de trabajar de albañil, por ejemplo? Una amplia reflexión turba a Purita, que durante horas examina la manera de redimir a aquella alma perdida. Ensaya conversaciones con el joven, ¡qué clara tiene su misión! Tanto, que a punto está de llamar al menos cinco veces, pero, al descolgar el auricular del teléfono, un fenómeno paranormal asola su entrepierna que tiembla y arde; la cercanía del pecador la aproxima a nuevas experiencias en su misión redentora. Lo sorprendente es que nunca antes su cometido había humedecido tanto su preciado tesoro, guardado para…

'¿Para qué guardo mi tesoro?'.

Se preguntó Purita, asustada de semejante reflexión, un rápido aluvión de argumentos caen desde el cielo, los desgrana uno a uno…

¡Ay, Dios mío, que ninguno es convincente! Que la gente se reirá de ella si los dice en voz alta, que, de repente, no era normal la conversación sobre ropa interior que cada domingo sostenía con su confesor, que su compañero de catequesis no hablaba a solas con ella de pecados de la carne más que cuando ella llevaba el pelo suelto, que su familia ya ni le preguntaba por sus novios porque nunca los tuvo, y no los tuvo porque los hombres eran esos monstruos que sólo piensan en la carne, y la carne…

Un estremecimiento se apoderó de ella, una mano invisible le apretaba el pecho, ¿cómo podía pensar aquello? Y lo peor: ¿cómo podía llevar horas pensando en aquello? En eso que hacen los demás… y Olga Guillot a voz en grito pidiendo 'una vez más', con lo bien que canta no puede ser una… una… una… ¿y si lo es? Y si ella, que todo lo sabe de amores y desamores; ella, que le transmite con su voz tantas emociones; ella, que es su oscura guía, fuese una… ¡revelación divina!, si está en su camino sólo puede ser por dos razones: para tentarla o para orientarla.

¡Qué descoloque!

¡Cómo pudo no darse cuenta! Si cada sábado escuchaba 'que noche la de anoche', y sólo podía pensar en la leche con galletas que se había tomado mientras ojeaba el trabajo que se llevaba a casa, es porque el mundo iba por otros derroteros y ella no se enteraba. Pero ¿era o no pecado? Eso tendría que consultarlo con el confesor que le miraba el canalillo. ¡Es verdad! Acababa de caer en que su confesor apenas la miraba a los ojos, no puede ser, no puede ser… o sí.

Con la vida bocabajo no se puede hacer nada, y así está Purita revisando sus pocas hazañas amorosas, que murieron asoladas por el fantasma de la culpa, sus pulsiones callejeras, sus extraños sueños perdonados de todo mal porque una no es culpable de lo que pasa mientras duerme, ayyyyyy cuánta vida aparcada para ganar el cielo, ¿el cielo? O la aprobación familiar, o el respeto de los feligreses, o la credibilidad de los catecúmenos, o la discreción del vecindario, o la buena fama y… ¡el cielo no puede tener un precio de entrada tan alto como la hipoteca de mi piso! Pensó Purita haciendo resumen de su vida dedicada a pagar letras, trabajar, cuidar al mundo y cortarse las uñas de los pies los sábados mientras Olga Guillot le susurraba que las pasiones existen.

Algo hay que hacer, se dice con determinación, pero, justo cuando el arrojo ha hecho mella en su angelical rostro, una imagen turba su valor: ¿ese torso… será el estándar?, ¿y si resulta que eso tampoco es cierto? Contrasta en el periódico la veracidad de la imagen, y en su temperatura el efecto de la visión, y se dispone a hacer algo con su vida… Pero… ¿qué?

Aparecen las imágenes de su infancia de magdalenas apedreadas, de mártires achicharradas, cegadas, apuñaladas, mujeres fuera de su camino… ¡Qué mal acababan las pobres!… ¿Y si ahora es Purita la protagonista de esa sádica tradición del destino?, ¿de dónde sacará el valor para afrontar que su vida ya no es la que le marcaron?, ¿cómo retomar el camino de la carne? ¿Dónde vivirá Olga Guillot para darle las gracias?

Valerosa, como las santas, se arma de intenciones. Será capaz de asumir los designios que le vengan: si los poderes celestiales han puesto el deseo en ella, quién es para contradecirlos. Sin duda acaba de empezar una nueva etapa, ahora toca leer despacio toda la sección de relax: travesti, griego, francés, felación, tríos, lésbico… Escalofríos tiene Purita de imaginar qué querrán decir esas palabras. Busca en la discografía de su Olga, pero ninguna de sus palabras se refleja en las letras de las contraportadas, el diccionario le revela algunas, no todas, y con más arrojo aún se dispone a llamar y preguntar a alguno de aquellos números del periódico, pero la frena el pudor de ser tan… tan… tan… pardilla.

Da igual, no va a cambiar todo en un día, ya lo aprenderá, ahora toca cambiar la imagen: el pelo suelto, como cuando sale de la ducha, la blusa un poco más desahogada, un poco más, venga… así. Ensaya sonrisas, pero le asalta la duda: ¿se estará volviendo una furcia? No, porque no piensa cobrar nunca; ya está, resuelto el conflicto.

Después de casi una hora de buscarse en el espejo todas las combinaciones posibles de ropa, un toquecito de colorete, otro de carmín..., la nueva Purita ya está preparada. Hasta rímel se ha puesto, y ahora… hay que salir a comprobar el efecto en el mundo. Desde que pisa la calle con su zapato de medio tacón de la boda de su prima, siente un pequeño temblor en la barbilla; es el miedo a que descubran que es novata en todo, pero no importa, con paso seguro los pies la conducen a la parroquia, pero… ¡no!, a tiempo encuentra un bar en el que algunas mujeres se sientan en mesitas y entra sola, se pide un café y…(¿qué más me pido, para no seguir siendo Purita?) lo primero que escucha a un joven en la barra, un gin-tonic, sí señor. Qué amargo está, pero da igual. Sin saborearlo, de tres tragos deja el vaso en la barra y mira con fingida suficiencia a la clientela; la verdad es que es para llorar, así es fácil entender su retiro de años, pero no se rinde, otro gin-tonic, y una risilla floja, la música que suena parece más amable que cuando entró, unos jóvenes la miran de lejos, ella sonríe dispuesta a dejar salir la fierecilla, pero frena a tiempo: son los alumnos de catequesis de hace tres años, ¿qué dirían sus familias?… Eso, dice Purita… ¿qué dirían?... Siempre preguntando, siempre preguntando, uff… ¿pues a ver qué es lo que dicen?

Levanta la mano para saludar y acompaña el gesto de una sonrisa; todos la saludan sorprendidos de encontrarla allí, pero… ahora que se fija bien, ya deben de tener 17 o 18 años. Recibieron el sagrado sacramento de la confirmación hace tiempo y algunos son muy guapos, pero tan jóvenes que debe de ser pecado mirarlos, ¿no?, pues si el Santísimo ha puesto esa tentación en su camino será por algo. Se acerca hasta ellos, los conoce a todos, pero nunca se había fijado en esas espaldas musculosas, ni en esas angelicales sonrisas, ni en esas manos aún suaves que seguro que ya habían acariciado alguna…¡no puede ser!… ¡hasta cárcel debe de tener esto! En ese instante recuerda cómo mira su compañero de catequesis a las alumnas, cómo les dice qué ropa deben ponerse para no incitar al pecado, cómo les comprueba si les han crecido las… ¡no puede ser! Ese falso puritano no se cortaba, y ella prohibiéndose mirar, porque era una mujer. ¡Ja!

Prestos a agradar, dos de ellos se levantan para prepararle una silla y la invitan a sentarse; se sienta junto a los más guapos, tan segura de sí misma… Claro, con alumnos no hay peligro, ya la respetan…, así puede mirarlos sin miedo, es un buen primer paso… Son encantadores, pero al cabo de un rato la conversación es tan poco interesante que Purita otra vez tiene que decidir ¿me voy y quedo como una señora? O ¿me quedo y sólo miro sin escuchar? Finalmente, Purita mira un ratito más, el justo para que uno de ellos acomode su brazo en la mano de nuestra heroína, un pequeño sobresalto y el descubrimiento del roce, porque rozar había sido rozada muchas veces, pero consciente nunca, 'huyyyy, ¿y esto? Esto… me gusta… pero si es que son críos. Para empezar, no está mal, pero mejor me voy'.

Se acerca a pagar a la barra cuando un agradable joven se apoya en la barra con un mono azul de trabajo, la cremallera abierta hasta la mitad del pecho, una camiseta blanca, un torso… '¡ay señor, prueba de fuego!', sonríe con miedo, y mira al suelo. æpermil;l la mira con curiosidad, ella finge buscar algo que se ha caído, él la ayuda, ella escucha a Olga Guillot en su cabeza, él a Extremoduro, ella siente que la recorre una oleada de calor y decide irse a su casa, él da muestras de conocer bien el sitio cuando el camarero lo saluda con la cordialidad de lo cotidiano, ella respira tranquila sabiendo que ya sabe dónde encontrarlo, pero que por hoy ha estado bien la terapia de choque; él le sonríe a ella, ella le sonríe a él y tiembla; se despiden.

Ella sale del bar de vuelta a casa con una sobrecarga muscular en la zona pélvica, una humedad desconocida y, por primera vez permitida; cree tener alguna atrofia y en cuanto llega a su salón se desmadeja en el sofá, comprueba con algo de recelo que sus braguitas están muy húmedas y se dispone a conocer el motivo: se busca alguna razón y se encuentra un sobresalto, repite la caricia, una vez y otra, y otra, y otra, los ojos se cierran, la mano busca, el calor reaparece, y algo parecido a la pérdida de control, y… el éxtasis de Santa Teresa de Bernini tiene sentido sobre el sofá del salón. Abre los ojos y el mundo sigue igual, no han llovido rayos, no hay una hecatombe, no hay castigo, ni testigos; hay una mujer satisfecha y dispuesta a vivir, que se levanta pulsa el play y escucha a Olga Guillot, mientras decide que, después de tanta mentira, la ha invadido una mujer nueva y viva, que decide empezar. Pero ¿cómo? Y se responde que desde la profesionalidad, que ella se lo puede permitir; descuelga el auricular y concierta una cita con un torso de la sección de relax:

-Sí, esa es mi dirección, sí, este mismo teléfono, no, al contado. ¿Mi nombre? Purita, hummmm... Purita Pasión.

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