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Valores a examen
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Informar al inversor o protegerle de sí mismo

Hasta qué punto está dentro del papel de las administraciones proteger a los ciudadanos de decisiones que toman libremente? La cuestión trasciende sin duda alguna el ámbito de la inversión y el de estas humildes páginas, pero cobra actualidad una semana después de que el Gobierno propusiese el texto definitivo de la directifva MiFiD, que supone un giro copernicano en la industria de las inversiones.

Porque uno de los puntos en los que más incide esta normativa es en la protección del inversor. ¿De quién hay que protegerle?, se podría argumentar. Porque las decisiones que toma a la hora de comprar tal o cual fondo de inversión son libres. En este sentido, obligaciones como el perfilado del cliente o la explicación de productos complejos pueden sonar a paternalismo y burocracia.

Es un punto de vista. Pero no lo es menos que en España la industria de inversión es una industria cerrada en la que la colocación de productos depende de la voluntad de los comercializadores y no de las necesidades del cliente. Basten como ejemplo los pobres rendimientos de algunas macro campañas de venta de fondos. Y quien escribe estas líneas ha escuchado personalmente a un comercial de banca expresiones como 'no, este fondo de inversión no tiene comisiones' en un producto que cobraba el máximo cargo por gestión, es decir, el 2,25% del patrimonio. Por no hablar de las pintorescas estructuras de productos en los que, por poner un ejemplo, si un índice de referencia pasa de 100 a 200 puntos no ha subido el 100%, sino el 50%.

En un mundo ideal es el inversor el que exige el mejor producto para cada situación. Pero la realidad dista mucho de ser así y, antes al contrario, la escasa cultura financiera y una red de oficinas engrasada a golpe de incentivos consiguen que el cliente comulgue con ruedas de molino. Quizá el Estado no deba susurrar al oído a los inversores cuáles son los productos más adecuados para su perfil, pero sí está entre sus obligaciones fomentar la eficiencia de los mercados, y la información y la transparencia son requisitos imprescindibles en una industria financiera moderna.

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