Lisboa, viva en cuerpo y alma
De la plaza del Rossio a la estación de Oriente, de Santiago Calatrava, en un fin de semana
Miles de turistas recorren Lisboa, entre sábado y domingo, dispuestos a descubrir sus rincones. La espléndida ciudad del Tajo y el Atlántico es hoy la suma del aire cansado y nostálgico de algunos de sus barrios más visitados -Alfama, Morería y Barrio Alto- con los vientos vanguardistas que se respiran en la ribera oriental del río, con el Parque de las Naciones y el imponente puente Vasco da Gama, el más largo de Europa con sus 17 kilómetros.
Conocer la Lisboa antigua requiere ciertas dotes de alpinista. Sus siete colinas convierten la ciudad en un continuo sube y baja y lo que, a primera vista, parece una distancia razonable puede convertirse en una dura escalada.
Advertidos, lo mejor es echar a andar sin propósito definido y dejarse seducir por una de las capitales europeas que mejor han preservado su estilo y arquitectura. Subir a los tranvías, funiculares y ascensores del centro es de obligado cumplimiento. El más conocido es el tranvía 28, que enlaza el cementerio dos Prazeres, situado en Campo de Ourique -una zona poco turística pero agradable para pasear, hacer compras (rua Ferreira Borges) y visitar la casa de Pessoa (rua Coelho da Rocha, 16)- con el barrio de Graça.
Al otro lado de la Plaza del Comercio, el 28 pasa delante de la catedral y por el mirador de Santa Luzia, en Alfama, tal vez la parte de la ciudad más concurrida y antigua. Siempre es un gozo perderse por ese laberinto de calles sin salida aparente, por sus empinadas escaleras y sus pequeñas plazas. Un poco más arriba está el Castillo de São Jorge. El atardecer es el gran momento para visitarlo y disfrutar de la impresionante vista del río y la ciudad. Al anochecer, las casas de fado abren sus puertas a turistas y portugueses, que aún acuden a ocupar las mesas con gesto respetuoso y silencio absoluto cuando se canta. En Mesa dos Frades, Bacalhau de Molho, el Clube de Fado o la Parreirinha de Alfama se puede oír buen fado.
Una de las calles llamativas es la que recorre el elevador de Bica, en el barrio de Santa Catarina, próximo al Barrio Alto. El desnivel de la calzada, con la vista del río al fondo, recuerda a una pista de saltos de esquí. Aún así, quienes se atreven a subirla a pie descubren, a mitad de camino, una coqueta placita.
Más que simples tiendas
En el Barrio Alto, la zona de vida nocturna juvenil y de tascas para todo tipo de paladares, han abierto las tiendas de ropa y calzado más modernas. Algunas tienen servicio de peluquería y todas atienden en horario de tarde y noche. A dos pasos, la plaza de Camões es un continuo ir y venir de gente. La terraza del Hotel Bairro Alto -caro y con mucho encanto- ofrece un descanso y algún que otro cóctel antes de emprender el recorrido del Chiado, muy restaurado desde que se incendió hace casi 20 años.
La rua Garret, arteria principal que conecta con la Baixa, alberga numerosos comercios y el famoso café A Brasileira, donde el Pessoa de bronce se fotografía todos los días junto a cientos de turistas. Bajando por la rua do Carmo se encuentra la tienda de una de las diseñadoras portuguesas con más proyección internacional, Ana Salazar.
La plaza de Dom Pedro IV (Rossio), una de las más bonitas de Europa, acoge el Teatro Nacional Doña María, con una buena programación. No lejos de allí, el Teatro Nacional São Carlos presume de restaurante al aire libre, muy concurrido en las noches de verano.
Los amantes de las antigüedades pueden probar suerte en las velherias (anticuarios) del barrio de São Bento, donde también se agolpan las galerías de arte. Y para completar el periplo hay que reservar dos horas para recorrer el jardín y la colección permanente del Museo Calouste Gulbenkian, un filántropo que se basó en el principio de 'sólo me conformo con lo mejor'. Las piezas exhibidas recorren todas las épocas del arte Occidental y Oriental.
En dirección al río, la mirada al futuro del barrio de Santos, área industrial reconvertida que ha atraído, con sus antiguos espacios fabriles, a las mejores tiendas de diseño y decoración. Lo mismo ha ocurrido con las docas, donde almacenes y talleres son hoy restaurantes (Kais, Bica do Zapato) y locales de ocio nocturno como el Lux.
El recinto de la Expo'98, con la estación de Oriente que firmó Santiago Calatrava, representa un fuerte contraste con la Lisboa más tradicional. Edificios vanguardistas salpican un espacio que se enriquece con el pabellón de Portugal, obra de Álvaro Siza. Sin embargo, el mayor número de visitantes del Parque de las Naciones llega atraído por el Oceanario y la impresionante perspectiva que ofrece el puente Vasco da Gama sobre el estuario del Tajo. Lisboa es una apuesta segura. La ciudad de Pessoa, la ciudad blanca, nunca decepciona.