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Para conocer a Pepillo dale un carguillo

Hay líderes que cuando arañan una migaja de poder enloquecen. No sabemos si de gusto o de dolor, pero es cierto que pierden el sentido y emprenden un camino, el de la sinrazón, con un difícil retorno. Le acaba de pasar a Albert Rivera, líder de Ciutadans, una agrupación política que debutó y sorprendió por sus favorables resultados en las pasadas elecciones catalanas. Lo que prometía ser un partido con futuro y expansión nacional se está desmoronando, y la razón principal parece ser que son las formas que se gastan en la dirección.

Sobre Rivera está cayendo un gran chaparrón y compañeros suyos le tachan de dictador, que no ha sabido rodearse de un buen equipo de profesionales, y ha apostado por la mediocridad para seguir siendo él la estrella. Es triste que en pleno siglo XXI, el ego y la vanidad de las personas siga pesando más que el sentido común y el espíritu de servicio que debe imperar, tanto en el mundo de la empresa como en la política o en los asuntos domésticos.

El caso de Rivera no es aislado y puede suceder en cualquier ámbito de la vida cotidiana, donde siempre hay alguien que se cree un ser superior al resto de la humanidad. Como dice una compañera del periódico: 'Para conocer a Pepillo dale un carguillo'. Y es cierto. Recientemente, los vecinos del edificio en el que vivo hemos elegido a un nuevo presidente de la comunidad. Se trata de un hombre prejubilado, culto, ordenado y que siempre había dado muestras de ser una persona servicial y atenta con todo el vecindario, y cuyo sueño era llegar a ser algún día presidente de la comunidad. Fue elegido por unanimidad y con el sentimiento de que habíamos realizado una gran elección. La alegría nos duró una semana. Después, llegó el desastre y el desencanto, porque el hombre se creyó que realmente quien mandaba en la finca era él. Y empezó a aplicar el ordeno y mando, y a tomar decisiones por su cuenta y riesgo, sin consultar con ningún miembro de la junta de gobierno. Es más, considera y evalúa con qué vecinos tiene que hablar y a quiénes, a pesar de que es el presidente de todos, no merece la pena escuchar. Pocos podíamos sospechar que eso iba a ocurrir y todavía no nos hemos recuperado de la sorpresa. Con toda probabilidad, el líder de Ciutadans y mi presidente de la comunidad nunca cruzarán palabra, pero para desgracia de algunos que creíamos en ellos, yo, al menos, creía en mi vecino, tienen muchas cosas en común. Y es que el cargo les ha cegado.

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