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Ya no se improvisa ni para ir al restaurante

El viernes comí con un amigo que se quejaba de la falta de improvisación a la que estamos sometidos en una gran ciudad como Madrid. Si algo se pone de moda, allá que vamos todos como corderitos. Y argumentaba como ejemplo para justificar su malestar el hecho de que hoy día no se pueda ir a comer o a cenar a un determinado restaurante, si previamente no has reservado con varios días o semanas de antelación.

Ahora entiendo algo que me ocurrió recientemente: a principios del mes de enero, un alto directivo, con la excusa de contarme los nuevos proyectos para el año entrante, me citó para almorzar con dos meses de antelación. Cuando fijó la fecha ya me dio el nombre del restaurante, muy de moda, en el que íbamos a vernos. En ese momento pensé que la agenda de este directivo era complicada y que el hombre no disponía de otra fecha libre.

Cuando por fin nos vimos, me confirmó que efectivamente había hilado varios viajes transoceánicos y que había comenzado el año cargado de trabajo. No me sorprendió en absoluto. Sin embargo, cual fue mi sorpresa cuando a los postres, con la excusa de preguntarme si me había gustado la comida, me aseguró que había fijado la fecha en función de la disponibilidad del restaurante. No sé qué habría sucedido si el establecimiento hubiera tenido que cerrar por algún motivo, tal vez habríamos tenido que esperar varias semanas hasta encontrar una mesa disponible. Estoy de acuerdo que cierta previsión debe estar forzosamente presente en todas nuestras actuaciones, y a ello nos obligan por ejemplo los restauradores. Y que la alta dirección no debe dejar ningún cabo suelto al capricho de la improvisación. Pero también es cierto que jugar siempre sin un margen de maniobra ha de ser un aburrimiento tremendo, y que todo ejecutivo debe estar preparado para cuando aparezca algún contratiempo. Que cada vez son más numerosos. La placidez en el mundo de los negocios es algo apenas inexistente y que ya ha tocado fin. Que se lo digan a todos estos ejecutivos, que lideran en estos momentos compañías muy apetecibles para otros empresarios, y que amanecen todos los días con la amenaza de que alguien vaya a ocupar su sitio. En estos casos, han de improvisar y tomar decisiones sobre la marcha. Qué será de ellos si se dejan guiar por los mismo criterios con los que eligen un restaurante.

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