China o la paradoja de la frugalidad
Una de las historias que cuentan a los economistas cuando están en proceso de formación y para que se piensen que saben es la llamada paradoja de la frugalidad. Es un ejercicio hipotético -como casi todo en economía- en el que se plantea el escenario de un país cuyos ciudadanos, de carácter poco espléndido, ahorran todos sus ingresos y no consumen.
Dado que a los niños se les enseña que el ahorro es una virtud en sí misma, independientemente del contexto, el pensamiento intuitivo apunta a que el hipotético país donde nadie consume será un sitio próspero. Pero la moraleja del cuento dice justo lo contrario, que si nadie consume no habrá actividad económica, pues por mucho ahorro que pueda ser invertido no hay actividades económicas potencialmente rentables.
La fábula se plantea en una economía cerrada, y esta es la gran diferencia con el caso de China. Porque China ahorra mucho e invierte mucho, pero no consume de forma proporcional. Afortunadamente tiene al otro lado del océano a un país de manirrotos que compra todo lo que ellos producen. Pero China puede aprender algunos aspectos de la paradoja de la frugalidad. Como, por ejemplo, que la abundancia de dinero para ser invertido es algo positivo siempre y cuando el tirón inversor tenga sentido económico, y que una economía donde el consumo representa el 35% del PIB no es sostenible.
La mayor parte de las crisis económicas que jalonan los libros de historia proceden, precisamente, de excesos de inversión; sea en ferrocarriles o empresas puntocom. Con lo cual el aviso que sirvió de excusas a los operadores para vender a manos llenas hace hoy dos semanas no ha de ser tomado a la ligera. No por la caída de los mercados, que tocaba, sino por el hecho China no exporte solamente juguetes, aparatos electrónicos y productos textiles a precios irrisorios, sino por el riesgo de que se convierta en un foco de inestabilidad para las finanzas internacionales.