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Cinco años sin la peseta

De moneda del general Prim a ingrediente para cuberterías

La desaparición de la peseta cumple hoy cinco años. El último día de su curso legal en nuestro país fue el 29 de febrero de 2002, tras dos meses de convivencia con el euro en el bolsillo de los españoles. Pero la desaparición es simbólica. La peseta no circula, pero sigue en las mentes y, sobre todo, en los rincones de las casas. El Banco de España calcula en sus últimas estimaciones que los españoles guardan monedas y billetes por valor de 1.829 millones de euros. Esas pesetas tienen un paradero relativamente conocido, pero: ¿qué ha pasado con el resto? Han desaparecido.

Montoncitos de chatarra clasificados por tamaño y por aleación. A eso es a lo que han quedado reducidas las pesetas que la Real Casa de la Moneda se ha encargado de recopilar desde febrero de 2002 hasta diciembre de 2003. La nostalgia no parece haber acompañado a los encargados de hacer desaparecer la calderilla. Los verdugos optaron, puede que en un homenaje a todas las operaciones financieras en las que habían participado, por el proceso más beneficioso. Por eso se decantaron por una destrucción mecánica y no térmica. Cautivas y desarmadas, las pesetas dejaron de ser dinero para convertirse en mera chatarra.

Esta mole garantizaba unos costes de manipulación y almacenamiento inferiores a los que supondría un horno de fundición. La chatarra facilita el tránsito por las aduanas, lo que favorece su venta. Los ingresos generados por la destrucción de la moneda han servido para pagar su propio final. La moneda, que tenía 134 años de edad, cumplió sus mandato económico hasta el final, asegurando los mínimos costes posibles en su eliminación.

Pero la desaparición no ha sido ni material ni psicológicamente efectiva. Tuberías, piezas de coche, cuberterías o medallas están formadas por residuos de estas monedas. Incluso hay monedas de euro que en su composición cuentan con partes de lo que un día fue una peseta.

Con ella se fue una vida más barata

Y es que, la chatarra, pese a sus ventajosas condiciones económicas de traslado, almacenaje y venta, nunca podrá superar el valor simbólico de esta moneda. La gente la recuerda a diario para calcular el precio de su hipoteca, de su coche o de la barra de pan que compra todos los días. Es en los pequeños artículos en los que los españoles echan más de menos a la moneda. Y es que el sentir popular cada vez identifica más la peseta con una vida más barata.

"La sensación real es que el consumidor tiene que destinar un euro a lo que antes le costaba cien pesetas", asegura la Confederación Española de Organizaciones de Amas de Casa, Consumidores y Usuarios (CEACCU). Tras analizar 59 productos y servicios desde 2001, este organismo ha concluido que estos son ahora un 60% más caros que cuando se formulaban en pesetas. El décimo de lotería es un 232,7% más caro, la bajada de bandera del taxi, un 224%; y el metro cuadrado de vivienda, un 156%, según los datos de la federación. De todos los alimentos analizados por la CEACCU, sólo han bajado las naranjas, que son un 30% más baratas.

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