Dónde invertir, la pregunta equivocada
¿Cuál es el mejor coche del mundo? ¿Y la mejor ciudad para vivir? ¿Qué hay del mejor restaurante? La respuesta a estas tres preguntas ha de ser, necesariamente, una nueva pregunta. ¿Para quién y para qué? Cualquier otra respuesta es errónea, pues quizá yo prefiera un vehículo que me permita transportar una camada de perros mientras mi vecino desee un descapotable que aparcar en doble fila en un paseo marítimo de la Costa Azul.
Sin embargo, a la hora de usar el dinero para conseguir más dinero, esto es, para invertir, se tiende a buscar respuestas absolutas. Lo mejor es comprar tal activo. O tal otro. Pero no hay que llamarse a engaño. Quien crea saber la mejor inversión en cada momento, o bien tiene demasiada información o bien, lo que es más habitual, demasiado poca. Es cierto, hay personas que han ganado mucho dinero especulando con un determinado valor. Y hay productos financieros que terminan batiendo, con mucho, a los índices o mercados de referencia. Pero iniciar cualquier actividad, y la inversión es sólo un ejemplo, pensando en ser el número uno es una estrategia peligrosa. Aparte de esto, no tiene nada de malo.
Volviendo al ejemplo del coche, probablemente todo el mundo conozca a alguien que pinchó al adquirir un coche usado. ¿Todo el mercado de ocasión es una estafa? No, pero si se busca el chollo hay que estar dispuesto a llevarse a casa alguna que otra chatarra.
Así, cuando uno entre a comprar un producto financiero le tendrán que preguntar antes por sus preferencias personales, capacidad de asunción de riesgo y plazo de la inversión. Si disparan antes de preguntar y, según cruza la puerta, le aconsejan un producto, será mejor pensárselo dos veces. Si el producto está anunciado con grandes carteles o anuncios de televisión, léase la letra pequeña. Y si quien iba delante en la cola lleva bajo el brazo el mismo folleto, será mejor que se dé la vuelta.
Obviamente, cada cual es muy suyo de hacer lo que quiera. El propio hecho de invertir buscando el pelotazo puede dar al inversor una satisfacción más allá de la rentabilidad económica. O, al contrario, no preocuparse por el destino del ahorro es un modo -un tanto caro- de tener menos inquietudes. Lo malo es llamarse a engaño. Por eso, la primera pregunta del inversor se la debe formular a sí mismo. Cuánto esfuerzo y dinero puede invertir y durante cuánto tiempo puede hacerlo. Y entonces podrá pensar en dónde invertir.