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CincoSentidos

Veranear en febrero... y en Europa

Cefalú (Sicilia)

A pocos kilómetros a poniente de Palermo, la capital de Sicilia, se recorta un cabezo (kefalión en griego) a cuyo abrigo creció una población mediterránea casi arquetípica. Allí anidaron todas las culturas del Mare Nostrum, pero alcanzó su esplendor cuando el rey normando Roger II hizo levantar su catedral de estilo árabe-normando. Con catedral y todo, no pasa de ser un pueblito, una de las guaridas más sensuales y hechiceras de la isla. Palacios y casas de pescadores se cobijan bajo el enorme teso rocoso, deslizándose hacia una playa donde aún remiendan sus redes algunos pescadores. Las viviendas sencillas conviven con galerías de arte, tiendas exquisitas y restaurantes que sacan sus mesas frente al mar, para servir sabrosos pescados a la luz de las velas. Cefalú es uno de esos lugares mágicos donde a uno le gustaría detener el reloj.

Antibes (Costa Azul)

Los millonarios no son tontos. Y cuando han estado hibernando desde hace años y años en la Costa Azul, por algo será. Entre los pueblos más codiciados de esta costa benigna está Antibes. Le echaron el ojo, los primeros, los focios, en el siglo IV a C, nada menos, y le dieron el nombre que conserva apenas variado: Antípolis. Antibes es también un arquetipo mediterráneo: romanos, piratas berberiscos, dinastías europeas a la greña... Por culpa de esas grescas la pequeña ciudad posee ahora algunas fortificaciones (la muralla fue demolida, porque sí, en 1895) y un castillo, el de los Grimaldi, que lo habitaron hasta 1608. Mucho más tarde se lo alquilaron a Pablo Picasso, quien vivió y creó allí un centenar y medio de obras que se conservan en las mismas salas donde fueron concebidas. El ambiente es el de un pueblo de artistas, con rincones entre bohemios y prohibitivos, rodeado por un cinturón de muelles, yates despampanantes y la romántica silueta del Fort Carré, un fortín construido sobre un islote protegiendo la bocana.

Réthymno (Creta)

A mitad de camino entre la capital cretense (Iraclio) y la otra ciudad más activa de la isla (Janiá), Réthymno es una pequeña población que condensa lo mejor del espíritu griego. Hay pecios visitables de su andadura histórica, la ciudadela de los venecianos, la Loggia de esa misma época, una medersa otomana, iglesias y mezquitas; es decir: un paisaje mestizo donde se abrazan, irremisiblemente, Oriente y Occidente.

Pero el mejor escenario para la fusión sigue siendo el paseo marítimo y el puerto. Un andén estrecho y recoleto, plagado de terrazas y restaurantes, con los barcos amarrados frente a las tabernas donde se sirve pulpo, calamares y pescados recién sacados del agua.

El ambiente, sobre todo por las noches, es casi irreal, una jugosa miniatura de esa utopía intemporal en que sólo parecen mandar la cordura y el gusto por la vida.

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