Psicofármacos para aliviar los trastornos de la infancia
Crece el consumo entre los menores. Los psiquiatras españoles lo tienen claro: complementan la terapia personal.
Javier tiene nueve años y un coeficiente intelectual que debería permitirle brillar entre los mejores alumnos de su clase. No es así. Javier tiene déficit de atención: no escucha cuando se le habla, olvida los consejos de la maestra y pierde los deberes que le mandan en la escuela. En clase, se distrae con una mosca.
El trastorno por déficit de atención con hiperactividad es una de las enfermedades psiquiátricas más prevalentes en la infancia: en España afecta a un 5% de los menores. Esta patología necesita para su corrección psicoterapia. La pregunta es: ¿Requiere también medicación?
El uso de psicofármacos entre los más pequeños es un debate abierto en la sociedad. Hay, incluso, especialistas que alertan contra lo que se conoce como neurología cosmética, escandalizados por una moda adulta que como tantas otras surgió en América y ya se ha exportado a Europa: el uso de medicamentos entre la población sana para potenciar las capacidades mentales. Es lo que está sucediendo con el uso del Prozac (fluoxetina), que elimina de un plumazo las obsesiones, o del mondafinilo, un principio activo diseñado por la industria para curar ciertos desórdenes del sueño que afila la atención y hace parecer a quien lo consume más inteligente.
Los detractores de la patologización de la infancia, con los psicoanalistas a la cabeza, aseguran que cada vez hay más niños tratados y medicados por el simple hecho de presentar dificultades en la escuela, cuando muchas veces el problema está dentro del hogar. Los críticos observan con preocupación como niños inquietos y soñadores son arrojados al saco de las siglas. 'En lugar de preguntarse por qué un niño está triste, se le diagnostica una bipolaridad', dicen estos terapeutas. La psiquiatra María Dolores Domínguez, vicerrectora de la Facultad de Medicina de la Universidad de Santiago, recuerda a los puristas que cambiar el entorno de los niños no siempre es posible 'ni positivo, y pasar a pelo ciertas enfermedades escapa al sentido común'. Domínguez concluye: 'al fin y al cabo todos somos hijos de nuestra familia'.
En España, el consumo de psicofármacos está creciendo, pero su prescripción se mantiene aún muy alejada de los patrones norteamericanos, entre otras cosas porque, según los expertos consultados, 'en nuestro país todavía hay un 70% de niños enfermos sin diagnosticar'. El Ministerio de Sanidad afirma desconocer cuál es el nivel de consumo entre los menores, y los datos manejados por los especialistas son parciales y referidos exclusivamente al metilfenidato, principio activo para tratar el déficit de atención y la hiperactividad, cuya prescripción se ha multiplicado por seis entre 1996 y 2001 'y sigue creciendo', afirma el doctor âscar Herreros, psiquiatra del Hospital Universitario de La Laguna. 'Pero partimos de cifras ridículas, del 0,1 por mil se ha pasado al 0,6 por mil', advierte. En EE UU, por el contrario, en el año 2000, casi un 5% de la población menor de 18 años consumía algún tipo de medicamento psiquiátrico, incluidos los anticomiciales, prescritos para la epilepsia. Un 48% eran estimulantes, un 24% antidepresivos, un 10% estabilizadores del ánimo y un 18% de otro tipo.
Los psiquiatras españoles, liderados por María Jesús Mardomingo, presidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría Infantil, son absolutamente partidarios del uso controlado de estas medicinas, sobre cuya eficacia y seguridad han elaborado varios documentos que pueden consultarse en la web de la sociedad científica. 'Son altamente eficaces en los trastornos de ansiedad, de déficit de atención y en las enfermedades obsesivo-compulsivas, y muy recomendables en las depresiones moderadas y graves', asegura esta especialista, responsable del servicio de psiquiatría infantil del Gregorio Marañón. 'También son casi siempre necesarios para los menores con retraso mental, que además presentan alteraciones de conducta', apostilla el doctor José Ramón Gutiérrez, jefe del servicio de psiquiatría infantil del Hospital de Badajoz.
Ambos especialistas abogan por un uso compartido de farmacología y psicoterapia, y el apoyo explícito de la familia, la escuela y los servicios sociales para resolver los problemas del niño. Sin embargo, la doctora María Dolores Domínguez alerta sobre un fenómeno ya conocido en EE UU, el uso del fármaco como sustituto de la psicoterapia 'porque ni los niños ni los padres tienen tiempo de ir a terapia'. Con todo, a âscar Herreros le parece más grave la falta de medios del sistema para atender a estos pequeños 'Sólo hay un psiquiatra por cada 52.000 menores. Somos el país peor dotado de Europa. Así es difícil curar a alguien'.
Atentos a los primeros síntomas
¦bull; Trastorno obsesivo-compulsivo. Hay niños que en el colegio evitan las clases de arte porque se manchan las manos; otros, vuelven a ratos sobre sus propios pasos, arreglan compulsivamente los papeles de su pupitre, tamborilean con los dedos o se lavan demasiado las manos. Son niños con TOC o trastorno obsesivo-compulsivo, una enfermedad psiquiátrica caracterizada por la presencia de obsesiones y compulsiones (actos repetitivos), que afecta a 1 de cada 40 adultos y a uno de cada 200 niños, lo que equivale a 5 millones de personas en nuestro país. Comienza entre los 7 y los 25 años.¦bull; Ansiedad infantil. A veces los chavales utilizan disfraces que hacen difícil detectar que se está ante un problema de ansiedad generalizado y, a pesar de ello, este problema afecta hasta un 7% de los menores. Por ejemplo, el niño tiene dolor de barriga, o de cabeza... cada vez que tiene examen de matemáticas. La evitación de ciertas situaciones encubre habitualmente problemas de ansiedad, como también lo hacen las supersticiones -caminar sin pisar las uniones de las baldosas para tener suerte en un examen o ponerse ciertas prendas de vestir-, la negación de la realidad o la proyección en el otro o la tendencia a culpar a los demás.¦bull; Depresión. Aproximadamente el 5% de los niños padece depresión en algún momento de su infancia. Los chicos que viven con mucha tensión, que han experimentado alguna pérdida o que padecen determinados desórdenes de la atención o de la conducta, con discapacidades en el aprendizaje, tienen cierto riesgo de sufrir esta patología. Los padres de estos niños han de estar atentos a síntomas como la tristeza, el aburrimiento y el cansancio, el desinterés por los juegos y por los amigos, la irritabilidad, la falta de concentración, la baja autoestima e incluso la agresividad.