Caruso vuelve a la cumbre
El histórico hotel Caruso, situado en la diminuta población de Ravelo (a 60 km de Nápoles), está colgado de un acantilado de 300 metros sobre la Costa Amalfitana. Una zona que conserva la vitola de lugar distinguido en la Italia elegante ya desde los tiempos del esplendor de Roma.
El establecimiento consiguió fama mundial desde que en 1903 el New York Times lo recomendó como lugar de cita para adinerados norteamericanos que gustaban pasar el invierno en las rivieras europeas. Cuentan que el célebre tenor Enrico Caruso, cuando le preguntaban en Nueva York si era familiar del dueño del hotel, se apresuraba a decir que sí.
Ahora el mítico establecimiento ubicado en el Palazzo D'Afflitto, que construyó en el siglo XI una familia patricia romana, estrena vida nueva. La cadena Orient Express ha invertido 45 millones para devolver a la cumbre al viejo emblema hotelero.
El nuevo Caruso ofrece a sus clientes toda suerte de detalles que marcan tendencia. Cada una de sus 50 habitaciones supera los 100 metros cuadrados, sin contabilizar generosas terrazas con una vista única al Golfo de Salerno. Tan importante como las estancias son los jardines: sus setos están esculpidos con la misma destreza que los leones del pórtico de mármol de la entrada del hotel, que procede de la Iglesia de San Eustaquio de Pontone.
Los jacuzzis están proscritos; el hotel no quiere sumergir a sus clientes en aguas que han sido utilizadas por otros inquilinos. Eso sí, las bañeras son gigantescas y regalarse una inmersión relajante en ellas transporta a otra dimensión cuando se acompaña de sales de baño al té verde, que la firma Bulgari empaqueta en un formato de bolsita como si fuera a introducirse en una taza de infusión.
Las veladas se acompañan con música. Jóvenes cantantes de la âpera de Nápoles desgranan con sus poderosas voces las historias de amor apasionado de las canciones napolitanas. El spa es exquisito y los masajes se dan en una cabaña construida entre los setos del jardín. Una espectacular piscina en el borde del precipicio permite que los bañistas se asomen al acantilado sin salir del agua en una singular versión de los belvederes (miradores) que proliferan en la zona. Al borde de la piscina un autoservicio ofrece la mejor versión de la cocina italiana internacional: pasta, antipasto y pizza.
Orient Express intenta que estos detalles sean sólo una agradable circunstancia en el escenario rescatado como resultado del proyecto de restauración del Palazzo que ha realizado el interiorista Federico Forquet en 50 meses de trabajo.
Las bóvedas decoradas con frescos del siglo XVIII; los suelos vestidos con baldosas ancestrales, el pórtico de mármol, las ruinas arqueólogas con 1500 años, o la capilla privada del siglo XVI, configuran un marco en el que , modernidad, hospitalidad y elegancia no provocan situaciones encontradas.