La Isla Bonita
Así llaman, casi comoun tópico, a La Palma, un santuario de la naturaleza y una de las Canarias donde el turismo se desarrolla de manera lenta y muy selectiva.
La fragilidad tal vez sea una forma exquisita de lujo. La Palma es una isla frágil, friable; tan rápidamente como se formó, por la furia de volcanes que emergían de los abismos marinos, se rompe y se deshace, no ya por el roce humano, sino por el viento, la lluvia o el simple paso de los días. Por eso es una isla mimada, la isla bonita. Su desarrollo turístico ha sido lento si se compara con otras hermanas canarias, pero muy rápido si se echa la vista atrás, a los últimos veinte o veinticinco años. La Caldera de Taburiente, el gran cráter del volcán que la formó, fue declarado Parque Nacional en 1954 (ampliado en 1981). En 1983, la Unesco declaraba reserva de la biosfera el bosque de Los Tiles. En noviembre de 2002, la isla entera fue declarada Reserva de la Biosfera.
Y es que la naturaleza es el tesoro más codiciado de La Palma. Aparte del Parque Nacional de la Caldera, aloja otros cuatro parques naturales o reservas, dos paisajes protegidos, ocho monumentos naturales y tres sitios de interés científico. Todo en un territorio que, medido a escala, parece pequeño, pero que a la hora de patearlo, la propia geografía lo hace interminable. El lugar obligado, el santuario germinal, es la Caldera de Taburiente, la cual puede requerir, ella sola, varias jornadas para entregar sus secretos. Los visitantes tienen un centro principal de acogida en la carretera de El Paso a Santa Cruz, hasta donde se puede llegar en coche, y varios puntos de información en La Cumbrecita (también ahí se llega en automóvil) y en el interior de la caldera. Las mejores panorámicas, desde el Roque de los Muchachos, donde están las instalaciones del observatorio astrofísico. Más reciente y muy interesante es el centro de acogida del volcán San Antonio, en el sur de la isla, donde se puede seguir la peripecia del volcán Teneguía, cuya última erupción es muy reciente, de 1971. El paisaje aquí impresiona más, por la huella tan próxima del fuego.
Tesoros culturales
Santa Cruz conserva un casco antiguo muy evocador
El predominio casi abusivo de la naturaleza no quita que La Palma esconda también tesoros culturales. Fue aquí donde se descubrió la primera huella aborigen, en 1752, la Cueva de Belmaco (el yacimiento cuenta ahora con centro de visitantes). En 1941 se descubrieron otros vestigios en La Zarza, al norte, cerca de Garafía, donde se ha creado recientemente otro Parque Cultural. Repartidos por la isla se han llegado a inventariar unos doscientos yacimientos menores. Es así como se pudo establecer la biografía de La Palma. Los primeros habitantes llegaron de África unos 2.500 años a. C.; hacia el año 1.000 a. C. hubo una segunda oleada; los siguientes en llegar fueron los castellanos, en 1943, cuando conquistaron aquel territorio que llamaban los guanches Benahoré. Era una sociedad pastoril, agrupada en doce reinos acaudillados por un mencey, que vivían en cuevas o cavacos; no conocían los metales y dejaron, como mejor expresión de su habilidad, petroglifos con formas espirales (¿remedos del agua?) y cerámica.
Naturalmente, ésa es la prehistoria de la isla, en términos estrictos. Las huellas históricas no son menos interesantes: Santa Cruz de la Palma, ciudad chica e íntima, como vertida hacia dentro, conserva un casco antiguo muy evocador, crecido de espaldas al mar, en la falda de la montaña, pese a ser su puerto el cordón umbilical con el resto del mundo. El Ayuntamiento renacentista, el fuerte de Santa Catalina y las calles empedradas que lo arropan, algunas casas nobles y otras vertidas en floridas balconadas le dan un aire familiar y arcano a la vez. El auge turístico no la ha dañado, ha buscado más bien las playas cercanas de Los Cancajos, o las más abrigadas de poniente, como Puerto Naos y Puerto de Tazacorte. Parece, en fin, una isla chica, pero la isla bonita, como una maja tapada, no se entrega a nadie en menos de un par de semanas de coqueteo.