El mito de Marilyn revive en París
Fue en el hotel Bel-Air de Los Ángeles. Un lugar lo suficientemente secreto y glamuroso como para atraer al mito erótico del momento. Es el año 1962. El consagrado fotógrafo Bern Stern regresa de Roma, donde ha fotografiado a la actriz Lyz Taylor durante el rodaje del filme Cleopatra. En el avión que debe llevarle a Nueva York este cazador de iconos acaricia el sueño de fotografiar a Marilyn Monroe. Y contra todo pronóstico la actriz, que apenas concede ya sesiones fotográficas, acepta. El resultado de aquella última sesión -la actriz falleció el 5 de agosto de 1962- fueron 2.571 imágenes. De ellas, el propio Stern seleccionó 59, que ahora se exponen en el museo Maillol de París hasta el mes de noviembre. 'Si la exposición ha encontrado tal éxito es porque muchas mujeres se sienten identificadas con la fragilidad que exhala Marilyn', según el comisario de la exposición y director del museo Maillol, Olivier Lorquin. De hecho, la mayoría de visitantes son mujeres. Además en ellas sólo trasciende la mirada del fotógrafo. Otras exposiciones han recogido fotografías de aquellos tres días y una noche en los que varias botellas de Dom Perignon ayudaron a mostrar el lado más libre del mito, pero hasta ahora ninguna había reflejado sólo la mirada selectiva del fotógrafo. En ella reside la originalidad de la muestra, cuyo éxito es la prueba de que el mito sigue vivo.
Además, claro está, Stern logró que Marilyn posara desnuda para él, sin maquillaje y sin necesidad de esconder una cicatriz en el vientre, huella de una operación de vesícula. Lejos queda la última sesión en la que la actriz aceptó posar desnuda para Tom Kelley. Esta vez, apenas comenzada una sesión que se prolongaría doce horas, el cuerpo y la mirada de la actriz se entregan al objetivo, extasiados por la libertad que Stern les ofrece, lejos de los decorados, la ropa, las luces y el encorsetado puritanismo de la sociedad norteamericana.
La alquimia acabó cuando la revista Vogue prefirió no publicar aquellas fotos por ser demasiado atrevidas. Empezó entonces una nueva sesión, esta vez rodeada de toda la parafernalia de la moda, a la que Marilyn se sometió aburrida, antes de encerrarse en una habitación de hotel con Stern y realizar la última serie. Esta vez sí, Stern logra con su Nikon arrancar las luces y sombras del mito, el éxtasis y el abismo en los que la actriz siempre vivió. No obstante, 'era Marilyn, y nada dejaba presagiar lo que sucedió apenas dos meses después de aquella sesión', explica Lorquin.
El artista logró que la actriz posara para él desnuda y sin maquillaje
Por aquella época, la actriz estaba en manos de su cuarto y último psicoanalista, el freudiano Ralph Greenson, tras haber pasado por el diván de Anna Freud, hija del padre del psicoanálisis. Cine y psicoanálisis fueron de la mano entre 1945 y 1965, cuando muchos cineastas y médicos coincidieron en Los Ángeles, tejiendo una relación bastante siniestra. Los psicoanalistas intervenían en los rodajes y en los guiones, y directores, actores y productores pasaban por el diván. 'Esta historia de amor y de desamor, de malentendidos y de odio entre el cine y el psicoanálisis alcanzó su punto álgido en la relación entre Marilyn y Ralph Greenson. No llegaron a acostarse, pero vivieron una historia pasional de dependencias recíprocas muy lejos de la ortodoxia freudiana', explica a Le Monde Michel Schneider, autor de Marilyn, últimas sesiones, que se acaba de publicar en Francia. El libro, al igual que las fotografías de Stern, descubren un poco más de quién fue Marilyn.