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CincoSentidos

Vuelven los piratas

Hay cosas que parecen más ficción que realidad. Realidad es, por ejemplo, la existencia física de las tres islas: Gran Caimán, Pequeña Caimán y Caimán Brac, a 150 millas de Cuba y una hora de avión desde Miami. También son gozosa realidad sus aguas coralinas, sus playas de talco orladas de palmeras, su clima y colorido caribeños. Casi todo lo demás parece ficción. Por ejemplo, que un territorio más pequeño que la canaria isla del Hierro sea el quinto centro financiero del planeta, detrás de Londres, Nueva York, Tokio y Hong Kong.

Por ejemplo, que haya cerca de 700 bancos y trusts (fundaciones) atesorando a buen recaudo cientos de miles de millones de dólares. Pero la mayor parte de los clientes titulares de esas cuentas no han pisado jamás la isla. Y casi podría decirse lo mismo del propio dinero; los miles de millones son apenas apuntes contables, no hay cámaras acorazadas secretas, ni búnkers que alojen el tesoro. El cine, con películas como La tapadera, protagonizada por Tom Cruise, se dejó seducir por ese rastro fantasmal del dinero. Por no hablar de las películas de género sobre corsarios y filibusteros; las islas explotan de mil formas el mito, y celebran una semana de fiestas con ese motivo.

Paraíso fiscal -no hay impuesto de sociedades, ni de personas físicas, ni gravamen sobre beneficios, rentas del trabajo o propiedades-, la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) planteó una serie de exigencias para contrarrestar la opacidad y luchar contra el dinero sucio. Las medidas escalonadas que se han venido produciendo en los últimos años dieron un paso más el pasado mes de agosto con el convenio suscrito por España y el Reino Unido para intercambiar información sobre paraísos fiscales. Las islas Caimán, con una población de algo más de 45.000 habitantes, son un territorio británico de ultramar, algo peculiar, eso sí, tampoco tienen elecciones, el gobernador es designado por la Reina, y él nombra a su gabinete.

Sabor colonial

En previsión de que las exigencias internacionales pudieran espantar al dinero (el PIB per cápita es de 32.300 envidiables dólares) las islas se abren tímidamente al turismo. O no tan tímidamente, a juzgar por los grandes complejos residenciales que se construyen a destajo (una condición para ser residente y gozar de los privilegios correspondientes es comprar una casa de cierto valor). Los atractivos de estas islas están sobre todo en el paisaje. George Town, la capital de Gran Caimán y donde se concentra la gran mayoría de la población, apenas cuenta con un pequeño núcleo con cierto sabor colonial; entre las pocas casas de madera y la espesa vegetación sobresalen las moles un poco irreales de bancos y oficinas, donde se alojan los numerosos bufetes de abogados que tejen las tramas del dinero.

De George Town hacia poniente parte la llamada Seven Miles Beach, posiblemente las siete millas más caras y lujosas del Caribe, donde se concentran el bullicio, los restaurantes de lujo y locales de diversión. Bullicio relativo. La discreción es una ley de oro que acompaña también a la vida privada. La vida en las Caimán es apacible. Se sale a pescar en yate, a hacer snorkel en los arrecifes de coral, a cebar a las rayas manta, a pasear por los manglares. Y sobre todo a bucear: el submarinismo es allí casi una religión. Por cierto, lo de echar un vistazo a navíos naufragados y varados en el fondo del mar está a la orden del día; algunos son más antiguos, como el Balboa, otros son cascos modernos, como el Oro Verde y el Doc Polsen; muchos sirven de refugio a peces y corales, formando arrecifes artificiales. Y si uno no se atreve a sumergirse con las botellas de oxígeno, siempre está el recurso del Atlantis, un submarino turístico para observar sin mojarse los deslumbrantes fondos marinos.

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