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CincoSentidos

La noche bocabajo

Al principio era el sueño de un recuerdo que nunca había ocurrido. En ese recuerdo sólo soñado Luisa y él han quedado con dos amigas, pero sólo aparece una de ellas. Paseo por la playa, whisky y la tienda de campaña. Suena el despertador y él se da cuenta de que la aventura con Amaranta fue un recuerdo soñado que lo dota de una carga de realidad, pues sólo se recuerda lo que ha ocurrido. Esta noche sabrá qué hacer en el sueño.

Como sueño era extraño porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. En su primera etapa sólo era el sueño de un recuerdo. Aquello también le resultaba inconcebible: soñar con un recuerdo de algo que nunca había ocurrido. Soñó que recordaba la vez que habían probado a Amaranta. Al principio, el recuerdo situaba a Amaranta a la orilla de una playa oscura, con esa luminosidad que en las noches marinas le otorga un levísimo tinte azul a los rostros. æpermil;l estaba con Luisa, porque siempre estaba con ella desde hacía varios años según el sueño. A su derecha, sobre la innumerable arena, Amaranta se empinaba la botella roja de whisky.

¿Dónde permanecía él, dentro de la frágil realidad del sueño, para darse cuenta de que aquella primera escena no era más que un recuerdo soñado? No poder definir del todo aquella doble perspectiva lo llenaba de asombro. Continuó hacia adelante. O hacia atrás. Después de la arena estaban en una pequeña tienda de campaña. Una tienda que a veces aparecía con un toldo bajo el cual solían sentarse los tres a conversar. Pero el tiempo no estaba ordenado. Antes de la tienda y de la playa, vio nítidamente cómo había empezado todo. Dentro del recuerdo soñado, esa noche habían quedado en encontrarse con dos amigas cerca de esa línea donde el mar se gasta sobre la arena. Pero sólo había llegado Amaranta porque la otra de pronto se había desvanecido. Después había sido el paseo a lo largo de la playa, la botella de whisky que era como un cetro de diamantes bajo la luna, y ahora estaban en la tienda de campaña asediados por el ruido de las olas.

Dentro de la tienda, Amaranta y él habían quedado solos y aburridos. ¿Y Luisa? ¿Los había dejado solos y aburridos? Pensó dentro del sueño: Luisa nos dejó para que estuviéramos solos dentro de esta tienda. Amaranta se había acercado más de lo normal, había sonreído con un rostro tan abierto que parecía que a través de él iba a escaparse un chorro de viento, y había dejado que de su pelo corto emanara aquel olor limpio y salado. Luego se acercaron tanto que fue imposible no besarse. Parecía que Amaranta, mientras lo besaba, estaba iluminada. Su sueño contenía el recuerdo de aquella tienda cerrada, de cómo había dejado correr sus dedos sobre el pecho pequeño y vivo de ella, y cómo se fueron desnudando hasta convertirse ambos en un ser extraño sobre el piso de la tienda, casi de lado, detenido, pero moviéndose.

El olor a Luisa le llegó por detrás, y observó que el rostro de Amaranta era un espejo que reflejaba la sonrisa de la otra que entraba en la tienda. En el sueño que contenía el recuerdo vio a Luisa entrambos, Amaranta levantándose un poco, desnuda, y luego cómo se unieron ambas en un solo cuerpo aun más extraño dentro del recuerdo. Después de aquello todo se tornó más confuso. Ya no estaba Amaranta, estaban en otro sitio, en el presente dentro del sueño, y todo lo anterior, todo lo visto hasta ese momento era el recuerdo de que ambos, él y Luisa, habían probado a Amaranta y les había gustado mucho. La recordaban, dentro del sueño, con un rostro hermoso, un pelo corto siempre fuera de lugar, un cuerpo palpitante y pausado. Pero aún estaba dentro del sueño, en una especie de punto cero: soñaba con el recuerdo de haber estado con Amaranta. Era como un mantra que no podía dejar de repetirse tratando de hallarle un sentido del lado de la razón.

Por fin el golpe del reloj despertador lo arrancó del divagar en aquel círculo.

Era el mismo despertador que llevaba en cada viaje. Ahora está sentado al borde de la cama y recuerda el sueño que contenía un recuerdo. En esta realidad minuciosa y cotidiana intenta restarle importancia a aquella aventura nocturna, a aquel juego de cajas chinas armado entre sueño y recuerdo. Cuando decide medir lo soñado, en un principio observa que la aventura con Amaranta posee una tremenda levedad, ya que ni siquiera había sido un sueño, sino un recuerdo dentro de un sueño. No obstante, enseguida percibe que aquello tenía una pesada contraparte: el hecho de que la aventura con Amaranta fuera un recuerdo soñado, le otorgaba una paradójica carga de realidad, pues sólo se recuerda lo que ha ocurrido.

Es de día. Mira a su lado, sobre la cama, Amaranta duerme. De este lado, del indudable lado de la vigilia, su verdadera compañera es Amaranta, y la desconocida, la nunca vista más allá del sueño se llama Luisa. Aquí se atiza hasta el delirio su curiosidad, al darse cuenta de que en el sueño ambas mujeres habían permutado sus roles. Lo difícil de entender en este momento es que acaba de entrar en su vida una mujer inexistente, hecha de la materia de un recuerdo que ocurrió dentro de un sueño: Luisa.

Antes de salir al trabajo besa a Amaranta, que es exactamente igual a la leve Amaranta del recuerdo soñado. Le susurra algo, le dice que regresará a almorzar.

Durante el resto del día está demasiado ocupado, pero no puede eludir aquel recuerdo vigilante, aquella reminiscencia de lo soñado. Le había gustado mucho la Amaranta del recuerdo porque no era suya, porque era casi una extraña, porque tenía una ternura de recién nacida al mundo de las cosas soñadas. Tampoco su Amaranta real, la que debía estar en aquel momento en casa, merecía menos que todo su amor. Eran simétricas, una misma mujer en dos tiempos y en dos espacios: el absoluto e irreal tiempo del sueño donde cualquier mujer hubiera sido perfecta, y el erosivo tiempo cotidiano donde cualquier mujer hubiera sido, con la suerte del amor, su Amaranta de siempre.

No pudo ir a almorzar porque no tuvo tiempo. Y mientras regresaba ya anocheciendo, se dio cuenta de que la mujer incógnita que se llamaba Luisa, dentro del sueño había tenido toda la gravidez de la realidad: ambos llevaban varios años juntos, se conocían gracias al tiempo transcurrido, eran cómplices hasta en el acto misterioso de probar a una tercera persona. Y recordaban juntos haber estado con una tal Amaranta. Sin embargo, esa misma Luisa, en el ámbito de esa vigilia en que regresaba a su casa, era el recuerdo de la Luisa del sueño, y por ello estaba dotada de una indudable irrealidad que la acercaba a un ideal. Lo innegable era un monstruo de dos cabezas: Amaranta, en el recuerdo soñado, era sublime e irreal, y la Luisa soñada acababa de entrar en el mundo, en su mundo diario, a causa del sueño. Innegable y grávida como una recién nacida.

Esa noche, antes de dormir, le hizo el amor a Amaranta como si estuviera ya en el sueño, y al rozar su pecho abierto y vivo experimentó la misma intensa sensación de ternura.

Esta vez no soñó con un recuerdo. El olor a Luisa, que caminaba siempre a su lado con los pies hundidos en la espuma de las olas, era inconfundible. Iban a hacerle otra vez el amor a Amaranta porque la habían extrañado, y lo extraordinario era que recordaban lo que había sido el contenido del sueño anterior. Hablaban de aquella vez, de la playa de luz azul y de una botella de whisky, y de lo tierna que podía ser una mujer como Amaranta entre las sábanas. Hablaban de un pasado reciente que empezaba a engrosar una historia. Llegaron, la puerta de la tienda se movía batida al viento, entraron y subieron la cremallera. Amaranta tenía puesto un vestido de flores verdes y no llevaba ropa interior. Los tres se besaron durante mucho tiempo apenas sabiendo de quién era cada boca, luego estaban desnudos, luego habían vuelto a formar esa criatura que se abría y cerraba con muchos brazos.

Cuando el reloj despertador lo arranca hacia la vigilia, siente que ya está completamente enamorado de Luisa. Mira a Amaranta, a su Amaranta de tantos años, volteándose en la cama, y tampoco siente que la ama menos. Entonces se percata de que se está enamorando otra vez de ella a causa de la materia del sueño. Sabe que en adelante le será imposible separar a su Amaranta de aquella otra Amaranta que era una montaña de ternura y de caricias inesperadas en el sueño.

Pasó el día en la oficina esperando que llegara la hora de dormir.

Esa noche se hundió en el sueño como el explorador que lleva una brújula y un mapa. Sabe lo que va a ocurrir, y sabe lo que tiene que hacer dentro del sueño. El olor mezclado de ambas mujeres, dentro de aquella tienda a la orilla del mar solitario, se parecía al olor de un niño que estaba por llegar. Esa noche se fueron durmiendo mientras compartían una sola risa. No temían que amaneciera, porque después de haber hecho el amor habían colocado un grueso y opaco manto sobre la tienda para que el sol no entrara. Querían seguir allí echados, tocándose, hasta bien entrado el día.

Cuando suena el despertador con su timbre ahogado dentro de una mochila, distingue el toldo bajo a dos aguas y aquel olor a sexo tierno y revuelto. Recuerda que los tres habían acordado tapar con un manto la entrada del sol. Amaranta está en el medio y le da la espalda, recibiendo en cuchara el cuerpo delgado y levemente sudado de Luisa. Afuera se revuelve un viento de mar. æpermil;l levanta un poco la cabeza, y mientras las observa así, detenidas en la tienda de campaña, piensa que había soñado con una oficina y una sucesión de días irreales, y una vida cotidiana con una extraña Amaranta que no era inmune a la erosión del tiempo. Pero decide no darle demasiada importancia a ese recuerdo absurdo, y otra vez siente ese olor mezclado de ambas mujeres más allá del cual no era necesario imaginar el mundo.

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