Béjart despide la temporada de ballet en París
Escalofríos. Es lo que debieron sentir los 2.600 espectadores que acoge la âpera de París en Bastilla, a juzgar por la ovación del público, de pie y durante más de cinco minutos, antes de bajarse el telón y despedirse del Bolero de Maurice Béjart. Primero, bailarín; más tarde, coreógrafo y director de su propia compañía, Béjart es hoy en día, con casi ochenta años, referente y figura representativa de la danza del siglo XX.
El intenso crescendo de la música para orquesta que Maurice Ravel creó en 1928 encontró de nuevo una perfecta compañera en la coreografía de Béjart, más de cuarenta años después de su primer encuentro. Sola, encima de una plataforma roja por todo decorado y rodeada del cuerpo de bailarines de la âpera de París, la pieza lleva con maestría al público a la mezcla de sexualidad y de prohibición que relata la obra.
Es la última de las tres piezas del repertorio, clásicos que Béjart ha llevado a teatros de todo el mundo, y un todo que clausurará el 14 de julio la temporada de ballet de París. Ese día la representación es gratuita.
De la mejor música para orquesta de Bela Bartok, El mandarín maravilloso, primera pieza en el repertorio, Béjart hace un homenaje al cine de Fritz Lang, a través del universo de bajo fondo de la Europa de los años 30. La historia cuenta las peripecias de una joven obligada por su hombre a seducir a los pasantes para robarles.
Después seguiría la genial pieza de improvisación Variaciones para una puerta y un suspiro, creada en 1965 por Pierre Henry, en la que siete bailarines improvisan a ritmo de una música y de unos temas determinados antes.