El Báltico más elegante
En los primeros años del siglo XX, la isla de Usedom era el lugar elegante y de moda de la élite rica de Berlín. La distancia entre la capital alemana y ese litoral es de poco más de un centenar de kilómetros. Tan de moda se puso, que el propio kaiser Guillermo se dejaba caer por allí, aunque no llegó a construirse un palacio; su busto preside ahora los jardines de la villa que solía frecuentar. Tras la segunda guerra mundial, Stalin hizo pasar la frontera entre Alemania y Polonia por el extremo oriental de la isla: Polonia se quedó sólo con la décima parte, pero ésta incluía la única ciudad grande y el puerto; la República Democrática Alemana se quedó con todo lo demás.
Todo lo demás era casi todo: más de cuarenta kilómetros de playa, que alcanza a veces el centenar de metros de anchura, de arena lechosa y fina, respaldada por dunas, paseos arbolados y pequeñas comunidades formadas por villas y jardines generosos. El interior de la isla es un inmenso Parque Natural de 630 kilómetros cuadrados, trufado de lagos y alguna pequeña aldea. Durante la era comunista, aquella costa elegante conoció la decadencia, pero no la destrucción. Con ayuda de capital fresco, tras la reunificación, los antiguos hoteles y villas vuelven a lucir como en los viejos tiempos.
El agua no es muy transparente, pero en verano alcanza los 25 grados. Para protegerse del viento, es costumbre usar unas hamacas o cestos (Körbe) que dan a las playas nórdicas su toque distintivo. La elegancia es algo que se respira. Quien busque calma, silencio y relajación, encontrará aquí su paraíso; para paliar la parsimonia del sol fuera de la época estival, una veintena de hoteles han incorporado spa a sus instalaciones. Usedom es, sobre todo, un lugar para estar y para disfrutar, lleno de excelentes restaurantes y terrazas. Pero no faltan ni animación ni cosas para ver.
''La elegancia es algo que se respira. Quien busque calma, silencio y relajación, encontrará su paraíso''
Perdida por la isla, se puede encontrar alguna iglesia o reliquia antigua: el territorio ha estado habitado desde la Edad de Bronce. Pero los mayores focos de atracción están en los extremos insulares: en el oriental, junto a la frontera con Polonia, tres comunidades - Ahlbeck, Heringsdorf y Bansin - forman Drei Kaiserbäder (tres baños imperiales). En el polo opuesto, Peenemünde alcanzó fama mundial porque allí se desarrolló el plan nazi de investigación de nuevas armas. Desde 1936, miles de técnicos ensayaron los primeros cohetes y misiles. El 3 de octubre de 1942, se consiguió lanzar el primer cohete de larga distancia. Unos 20.000 prisioneros murieron en las obras o pruebas de estos ensayos. Allí se sentaron las bases de la carrera espacial que, gracias a la ayuda y papeles de von Braun, retomarían Estados Unidos, Rusia y las potencias.
Todo fue arrasado con la guerra, excepto una central térmica anexa, que funcionó hasta 1990, y donde ahora se ha instalado un museo que es al mismo tiempo un alegato contra las armas. Casi al lado de este museo-memorial, puede visitarse el Juliett, un submarino de 1961 que añade otros matices al horror de las armas. La parte polaca de la isla es la ciudad de Swinoujsce (la antigua Swinemünde, cuyo puerto fundó en 1740 Federico el Grande). El contraste con la parte alemana es chocante, pese a los esfuerzos de los polacos por mimetizarse con sus vecinos ricos. Claro que la diferencia de precios hace que muchos de esos vecinos opulentos prefieran venirse a los hoteles y balnearios del lado polaco. Y no es solo una cuestión de dinero: la inocencia no perdida de esa pequeña franja también tiene su encanto.