Cuando el mar de fondo se revuelve
En los últimos días los mercados han vivido una convulsión cuyas características recuerdan a las de un movimiento sísmico. Habitualmente la palabra terremoto bursátil se utiliza, en un alarde de ingenio, para describir caídas muy fuertes del mercado. Pero en este caso el símil viene no por la destrucción que ha dejado a su paso el movimiento de los mercados, sino porque ha removido los cimientos del entramado financiero.
Aún sin saber el alcance de lo ocurrido ayer tras la publicación del IPC de Estados Unidos, en la última semana se ha generado un efecto dominó, un movimiento de placas tectónicas que ha hecho pensar a más de uno.
El jueves, en pocas horas, los inversores de todo el mundo pusieron sus barbas a remojar, sacando el capital de los activos de mayor riesgo y castigando por igual a materias primas, mercados emergentes, renta variable a lo largo y ancho del globo y divisas vinculadas bien a mercados emergentes bien a materias primas. Una huida del riesgo que llevó el dinero, en parte, a deuda y en parte a dólares, concebido este activo como seguro aun cuando las perspectivas son bajistas.
Las cosas pintan, con todo, bastante bien, dicen los expertos, pero aún no demasiado bien. En realidad, momentos como el del pasado jueves, cuando Wall Street dudó antes de caer a plomo, son la señal de que los inversores aún tienen en cuenta los riesgos implícitos a eso que llamamos el reequilibrio global de los mercados. La depreciación del dólar se acepta ya como una realidad entre inversores y gobernantes, pero un proceso demasiado rápido, que conduzca a la venta de las posiciones en Bolsa de EE UU o en bonos del Tesoro, tendría efectos desastrosos sobre las economías.
En cualquier caso, es una buena noticia que el mercado sea consciente de los problemas en lugar de dejarse llevar por el frenesí del dinero fácil.