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La opinión del experto

Por favor, un poco de atención

Hacer las cosas bien, sobre todo si encierran algún grado de complejidad, requiere una buena dosis de concentración, eliminando de raíz cualquier distracción que nos aleje de la tarea que nos ocupa en ese momento. Pocas veces se alcanza un buen resultado, si mientras se aborda un asunto permitimos que se nos interrumpa constantemente o nos interrumpimos a nosotros mismos dejando que la mente vague a su libre albedrío, yendo de un lado hacia otro, escapándose de la cuestión que teóricamente nos habíamos planteado. La concentración se produce si existe capacidad de aislamiento, rechazo temporal de todas las demás cuestiones, incluso aunque sean importantes, para, durante un tiempo determinado, dedicarse en exclusiva a aquello que se pretende resolver con éxito. Aparcar otros intereses y centrarse de lleno en un solo objetivo es lo que persiguen los deportistas en vísperas de una competición que consideran de la mayor importancia.

Algo parecido se produce en la vida empresarial cuando se convocan actos, llámense cursos, seminarios, jornadas, en las que un grupo de personas se reúnen en un espacio que favorece el aislamiento, la concentración, para abordar reflexiones de alcance que se consideran esenciales para el devenir de la organización a la que pertenecen. El sólo hecho de la existencia de estas convocatorias especiales refleja la valoración que se tiene de las reuniones ordinarias, cuyo marco se considera insuficiente para tratar con seriedad determinadas cuestiones. Seguramente se da por sentado la limitación del espacio habitual, pero sobre todo la disposición anímica de los directivos convocados, poco orientada al abandono de otras preocupaciones que no sean las que conciernen al contenido del orden del día.

Hay una tendencia generalizada a la dispersión mental, a irse de un sitio a otro en un vagabundeo permanente, sin detenerse en un punto para alcanzar la profundidad necesaria. La mente juguetona nos transporta de unos escenarios a otros en pugna con la voluntad que desea someterla a los dictados de una disciplina imprescindible. Pero también hay que reconocer que, en ocasiones, ni siquiera existe total voluntad, abandonándose plácidamente a ese deambular que permite ir de un sitio a otro sin estar verdaderamente en ninguna parte.

Estoy seguro de que la mayoría de los lectores tienen experiencias personales de haber participado en reuniones en las que de pronto uno de los asistentes plantea una cuestión más propia de un extraterrestre infiltrado. Todo el mundo o, al menos una parte, se pregunta a qué viene tal planteamiento, absolutamente alejado de la cuestión que se debate. No es que el discurso sea incoherente, e incluso puede estar bien hilvanado y mejor pronunciado, lo que ocurre simplemente es que la cuestión no guarda relación alguna con lo que se está debatiendo. También hay directivos que, sea cual fuere el asunto que se trate, aprovechan la ocasión para repetir un discurso monocorde, ya escuchado en otras muchas reuniones, para cuyo papel es cierto que no se precisa la más mínima concentración.

Siempre da la impresión de que hay personas que sólo asiste físicamente, mientras su mente se halla ocupada en otras cuestiones lejos de los asuntos a cuya resolución deberán aportar, que son para los que realmente han sido convocados.

Uno de los momentos que mejor refleja esa presencia-ausencia es aquél en el que hecho el razonamiento, con toda la cautela del mundo para no ofender ni desautorizar, de que su reflexión es importante, pero que encajará mejor en otra reunión en la que se aborde esa cuestión, vuelve a argumentar como si no hubiera escuchado nada, y es que realmente no ha escuchado, porque sigue ausente salvo para lo que para él constituye en ese instante su única obsesión.

Y es que hay quienes nunca escuchan y los argumentos que deberían atender no son para ellos más que una música de fondo sobre la que elaborar nuevos discursos, que repiten, con otras palabras, las mismas posiciones ya expuestas.

A veces esa ausencia, esa falta de concentración no es sólo mental sino física, fruto del mal uso que se hace de algunas de las tecnologías modernas. Me refiero al uso y al abuso que la mala utilización de los móviles ocasiona, ya que existen directivos que todavía no han entendido algo tan elemental como que jamás harán bien su trabajo si no son prescindibles.

Antes la única justificación para levantarse temporalmente de la mesa de reuniones era ir al lavabo, pero hoy, donde no existe prohibición terminante, esos movimientos se multiplican, contribuyendo a dispersar aún más la atención y a distraer la mente con ocupaciones diferentes a las programadas para ese espacio de tiempo. Estoy seguro que con estos comportamientos somos desleales a la organización que convoca, puesto que le prometemos una presencia que después no se produce, somos irrespetuosos con los compañeros y, además, nos engañamos a nosotros mismos, puesto que no es posible resolver con eficacia aquello a lo que no le prestamos atención.

Se equivoca quien piensa que abarcará más espacio estando o pretendiendo estar en todas partes, dispersando su mente en atenciones mil, la mayoría de las cuales son, además, perfectamente delegables, manteniendo una presencia física que contrasta con una ausencia real. A muchos directivos les vendría bien una reflexión que les llevara a determinar la importancia de permanecer en tantos cargos como desempeñan porque, una de dos, o merece la pena, en cuyo caso hay que dedicarles la atención que requieren o no la merece, y en esta circunstancia lo mejor es dejar paso.

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