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CincoSentidos

La fiebre del oro

Sacramento, en California, fue la locura. Parques temáticos y ciudades históricas recuerdan el reguero humano que juntó al escritor Mark Twain, la cantante Lola Montes o el bandido Joaquín Murieta

Todo empezó el 24 de enero de 1848. Un emigrante llamado James Marshall, que trabajaba en una serrería del río Americano, encontró una especie de lenteja dorada en su caz. ¿Oro o pirita? La aplastó con dos piedras, parecía blanda: era oro. Aunque trató de ocultar su hallazgo, pronto se corrió la voz hasta la bahía de San Francisco, y luego a la costa este, y luego al mundo entero. Miles de aventureros se pusieron en marcha. California cambió de la noche a la mañana. En apenas un lustro, su población pasó de 15.000 beatíficas almas a más de 300.000 buscadores sin escrúpulos. Algunos salieron ganando y otros perdiendo, sobre todo los indios nativos, expulsados o diezmados por enfermedades.

Aquel episodio traumático e intenso, que tanto juego ha dado a la literatura y al cine, fue el punto de partida para uno de los rasgos más definitorios de aquel auténtico Wild West: el cosmopolitismo, con una especial presencia de chinos. Aunque esa diversidad venía de antes, desde que fue un emigrante suizo, Johannes Augustus Sutter, fundara en 1839 una explotación agrícola de corte feudal, en lo que llegaría a ser luego la ciudad de Sacramento. Cuando la fiebre del oro contagió a los trabajadores de Sutter, le abandonaron y la hacienda se fue al garete.

Sacramento es ahora la capital de California. La puerta de El Dorado. Una ciudad bifronte con cerca de medio millón de vecinos repartidos en dos hemisferios muy distintos: uno es Old Sacramento, la vieja ciudad de casas de madera, ordenadas en cuadrícula a orillas del río Sacramento, donde aún flotan barcos de rueda como los que pilotaba el minero y periodista Mark Twain; el otro rostro de la ciudad está formado por avenidas y rascacielos en torno al Capitolio neoclásico, donde tiene su oficina el gobernador Arnold Schwarzeneger. El gobernador, aunque esté feo decirlo, es la principal atracción de la ciudad; cualquier ciudadano honrado se puede acercar a su despacho, o intentar verle en el hotel que le sirve de casa (el Hyatt) o en los restaurantes que frecuenta.

Sacramento es una de esas ciudades de la América profunda que depara gratos secretos. Junto al old town de madera, verdadero museo vivo de los días dorados, se encuentra el mayor museo de trenes de toda América. Cerca del Capitolio, algunos museos sorprendentes como la colección miscelánea que el juez Edwin Crocker y su esposa crearon hacia 1870 (y que incluye alguna obra de Durero, o de artistas contemporáneos); el California State History Museum y el Indian Museum, ambos centrados en la historia local.

Sacramento no sólo evoca los días de la fiebre del oro -especialmente en los muelles del río, con buenos restaurantes, tiendas y mucha animación, incluidas excursiones en barco o tren de época- sino que es obligado punto de partida para explorar el Gold Country.

Algunas agencias de la ciudad ofrecen paquetes que incluyen los principales enclaves y parques temáticos, que son bastantes. Los dos más aconsejables son el Marshall Gold Discovery State Historic Park y el Empire Mine S. H. P. Poblaciones especialmente evocadoras del gold rush son Jackson, Murphys (donde vaga el fantasma de Joaquín Murieta, el bandido mexicano) y Sonora. Más al sur comienza el país del oro líquido, en torno sobre todo a los valles de Napa y Sonoma: el vino de California.

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