El complejo del patito feo
Es de dominio público que no se llega a la función directiva a través de un determinado tipo de estudios, es decir, no existe ninguna carrera en la que se obtenga el título de directivo con el que se pueda acudir al mercado del trabajo en busca de un puesto acorde con la titulación conseguida. Si se analiza la formación inicial de los ejecutivos se obtiene la conclusión de que se puede acceder a esa función desde bagajes universitarios bien diferentes, e incluso sin formación académica, si bien esta circunstancia resulta cada vez menos frecuente, por mucho que tenga importantes antecedentes en épocas pasadas.
En general, se inicia la actividad laboral en un empleo, la mayor parte de las veces, aunque no siempre, relacionado con la formación adquirida, siendo la capacidad demostrada en esta tarea, el buen hacer constatado, el que posibilita el ofrecimiento por parte de la empresa en la que se trabaja de funciones con mayor grado de responsabilidad. Juegan, por tanto, un papel importante las circunstancias, ya que no todos los titulados llegarán a ser directivos, entre las cuales destaca la actitud personal ante el trabajo y los resultados inicialmente conseguidos. Tras un periodo de tiempo, en el que seguramente se han desarrollado actividades en diferentes áreas de la empresa, el rol de directivo se consolida, llegando en la práctica, y en términos de empleabilidad, a tener más peso que el título universitario con el que se obtuvo el primer empleo. Podría decirse que la persona se ha consolidado en la función directiva, hasta el punto de que a partir de ese momento puede iniciar la búsqueda de nuevas opciones de trabajo basadas en la experiencia adquirida.
Conseguido ese cierto grado de elegibilidad y tomada la decisión de ejercerlo, unos miran hacia los grandes grupos consolidados, en los que esperan asentar su carrera definitivamente, mientras que otros, probablemente los menos, apuntan hacia proyectos que inician su andadura, pero en los que creen ver un gran potencial de desarrollo o, incluso, se lanzan a la aventura de crear su propia empresa. Aunque todos los caminos son válidos, entre ellos existen notables diferencias, por lo que optar por uno u otro dependerá más que nada de las características personales de cada individuo.
En una gran empresa se encontrará un mayor estatus social, no tanto por lo que se representa internamente entre un gran contingente de directivos, sino por la valoración externa que siempre prima al tamaño como factor determinante. Otro elemento valorable es la mayor disposición de recursos para la realización de programas y proyectos, lo que para el directivo, que tiene que luchar contra la escasez de medios, supone un gran alivio.
Al mismo tiempo y en sentido contrario, es probable que en un gran grupo se encuentre maniatado por normas y reglas que limitan su capacidad de acción y que pueden haber sido gestadas a miles de kilómetros en culturas alejadas del país en el que el directivo desempeña su cargo. En un gran grupo es mucho más difícil hacer oír la voz, que lleguen las propuestas y las opiniones de quienes están alejados de la sede central, lo que al cabo del tiempo produce cansancio, e incluso hastío, y provoca no pocas deserciones. No es que sea una limitación intrínseca, propia del tamaño, sino que responde a modelos organizativos.
Los que se aventuran hacia realidades menos consolidadas asumen sin duda alguna un mayor nivel de riesgo, puesto que la probabilidad de equivocarse se incrementa, sin que a cambio quede el marchamo de haber formado parte de una empresa prestigiosa. Claro que nadie que se decida por una opción de este tipo está pensando en términos de seguridad, en cuyo caso no lo haría, sino que busca otro tipo de alicientes que indudablemente existen. Entiéndase que nos referimos siempre a los directivos que pueden optar, no de aquellos otros a los que les surge una opción y no tienen más alternativa que tomarla o dejarla.
Dirigir o formar parte de la dirección de un pequeño proyecto otorga poco prestigio social y en la relación con otros ejecutivos de empresas de mayor rango puede ocasionar un cierto complejo de inferioridad. Así me lo confesaban los miembros de un consejo de dirección de un pequeño grupo empresarial, aunque en una actividad altamente diferenciada y de un extraordinario valor cultural. Oyéndoles recordaba lo difícil que fue para mí superar tal complejo, lo que conseguí mediante el simple recurso de una mayor cercanía a aquellos que en la distancia y rodeados de simbología me parecían seres de otra galaxia.
Tomar parte en algo que se está haciendo tiene muchos alicientes, el más importante es el desarrollo en plenitud de la tarea de crear. Existe una idea y poco más, salvo un futuro cargado de oportunidades que hay que convertir de potencial en real, y eso sin grandes medios, a partir de la capacidad de un grupo limitado de personas que tendrán que ir madurando al mismo tiempo que avanza el proyecto. Siendo todas las opciones válidas y aceptando que el poder elegir es ya un privilegio, la suerte de ver crecer una criatura desde su más tierna infancia, sintiéndose apoyo y guía de su desarrollo, en un proceso en el que casi se mimetizan el proyecto personal y el empresarial, constituye la culminación de un sueño.