BMW reta a la globalización con una nueva fábrica en Alemania
Alemania es, probablemente, el último país del mundo en el que un constructor de automóviles decidiría abrir una nueva fábrica. En la atribulada potencia centroeuropea, un obrero cobra de media 2.600 euros al mes (más pagas extras por vacaciones), siete veces más que un trabajador de la misma categoría en Europa del Este. Y encima, trabaja un 10% menos. Así, no es extraño que los principales fabricantes europeos -y alemanes- hayan decidido localizar sus nuevas plantas en países como la República Checa o Eslovaquia. O, incluso, hayan decidido importar a Europa coches fabricados en Brasil, como es el caso de Volkswagen.
BMW, sin embargo, ha decidido ir a contracorriente y retar a la globalización. La compañía bávara, convertida ya en el mayor fabricante de coches de lujo, ha invertido 1.300 millones -incluida una ayuda de 363 millones de fondos comunitarios- en una futurista planta ideada por el arquitecto anglo-iraquí Zaha Hadid y radicada en Leipzig, ciudad del este de Alemania donde nació Richard Wagner en 1813. El canciller Gerhard Schröder y el presidente de la corporación, Helmut Panke, inauguraron oficialmente la planta el viernes.
BMW se decantó hace cuatro años por la ciudad sajona, por delante de Chequia. Y eso, a pesar de que esta última localización habría resultado mucho más barata. Panke, no obstante, asegura que la nueva planta mejorará la flexibilidad y la competitividad, ya que está equipada con extensiones que permitirán rápidas reducciones o alzas de producción. El objetivo está en 650 unidades al año de la Serie 3, su modelo más vendido, que la factoría fabrica desde marzo.
El presidente de BMW asegura que la nueva planta, que se levanta en una región con un 22% de desempleo, mejorará la productividad de la compañía
Los trabajadores, eso sí, han tenido que aceptar ciertas condiciones: no se pagarán horas extras, que se remunerarán con días libres. La empresa, además, podrá trasladar a cualquier trabajador a otra planta.
La decisión de BMW despierta las dudas de los analistas. Pero, indudablemente, supone un espaldarazo al Gobierno de Schröder, que atraviesa una crisis por las reformas sociales y el incremento del paro, en torno al 11%. En Leipzig, la tasa de paro ronda el 22%. El grupo prevé que en los momentos álgidos de producción, la nueva planta dé empleo a 5.000 personas.
El canciller, sin embargo, se puede sentir satisfecho con el comportamiento de su legendaria industria del automóvil, que emplea a uno de cada siete alemanes. Mientras PSA o Renault han buscado el amparo de países emergentes, DaimlerChrysler o Porsche se han resistido a la llamada de Oriente. Los consejos de administración, eso sí, han apretado las tuercas a sus plantillas, congelando salarios (caso de VW) o con duras reestructuraciones, como los más de 10.000 despidos anunciados por Opel en otoño o los 700 en Mercedes Car Group.