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CincoSentidos

Papa soñado, Papa esperado

Una cosa es soñar un Papa y otra elegirlo. Soñar no cuesta dinero y las utopías siempre han ayudado a levantar el listón. Recuerdo que en los dos cónclaves precedentes se presentó en Roma un grupo de estadounidenses, con Adrew Greeley a la cabeza, que componía un curioso Comité para la Elección Responsable de un Papa. Decía que quien accediera a la sede de Pedro debería ser, ante todo, un hombre de hoy, 'que sepa sonreír', un Papa telegénico, un hombre 'justo', 'buena persona'. Otro grupo de conocidos teólogos pedía entonces un hombre abierto al mundo, un guía espiritual que tuviera confianza en las personas de fuera y dentro, un auténtico pastor de almas más que un burócrata; un hermano en la colegialidad que cambiara el sínodo en órgano deliberante, un mediador ecuménico y un auténtico cristiano.

A esa lista de deseos, a medias cumplida, se suma ahora la difícil herencia de Juan Pablo II, en un mundo, si cabe, que sufre en mayor medida las desigualdades y la desesperanza y que afronta retos todavía inimaginables en el ámbito de la biotecnología, incluida la clonación humana. Algunos sectores americanos y el movimiento Somos Iglesia piden ahora mucho más, como, por ejemplo 'que acepte el despertar de la conciencia de las mujeres como un signo de nuestro tiempo'; que sea 'un líder que reconozca el pluralismo cultural de la Iglesia', y 'un pionero que invite a tomar iniciativas y experimentar'. No faltan quienes, como Pedro Casaldáliga, se atreven a apuntar aún más alto, como pedirle que renuncie a ser jefe de Estado, se atreva a desclericalizar la Iglesia multiplicando los ministerios y a hacer de la colegialidad un ejercicio de descentralización. O, en palabras de John R, Quinn, el próximo Papa debería responder más al modelo eclesial que al modelo político.

Pero, aterrizando, nos encontramos con un colegio cardenalicio conformado en gran medida a imagen y semejanza de Juan Pablo II durante 26 años de presencia y fuerte protagonismo en la Iglesia. æpermil;sta ha sufrido lo que llamaba Häring un 'cisma psicológico' y una fuerte tensión por el radicalismo interno del anterior pontificado. Dicha tensión, creada por dar exclusiva voz y ciudadanía en la práctica al sector más conservador, está pidiendo a voces una figura de consenso, que engrase los engranajes, flexibilice el diálogo y que, sin dejar de mirar hacia fuera, reforme la curia y ponga en orden los muebles de casa.

En mi opinión, no se postula un emulador del papa Wojtyla, aunque recoja en parte la herencia mediática y viajera de éste, sino un buen 'administrador' y, sobre todo, un místico. El gran teólogo Kart Rahner dijo que el siglo XX había sido el siglo del hombre y que el XXI sería el siglo de Dios. Un líder espiritual y abierto serviría para dar esperanza a nuestro desvencijado mundo, en lugar de un Papa moralista que nos siguiera regañando por lo malos que somos.

Este complejo panorama, ¿cómo se traduce en nombres concretos? En Roma se habla estos días de dos grandes electores, que liderarían los dos bloques más potentes del cónclave: Joseph Ratzinger y Carlo Maria Martini. Ambos personajes de prestigio, de avanzada edad, son teólogos probados, intelectuales brillantes y con alto poder de influjo. De Ratzinger se dice que entra con el bagaje de la mitad de votos de los cardenales, pero su elección se quemaría en las primeras votaciones de sondeo, entre otras razones porque ha sido el 'martillo de herejes' wojtiliano. Martini, el cardenal de mayor prestigio durante los últimos años y papable proverbial, además de padecer de Parkinson, enfermedad que no oculta, tiene en su contra el ser jesuita y aperturista, defensor de un Concilio Vaticano III, la promoción de la mujer, la descentralización colegial y un ecumenismo de hecho.

Pero no deja de ser curioso que en la búsqueda de una figura de consenso ambos apuntarían hacia un italiano moderado. Ese cardenal emergente sería Dionigi Tettamanzi (Génova), sucesor de Martini en la diócesis de Milán, que además no mira con malos ojos al hoy potente Opus Dei. Dentro del grupo italiano se habla también del arzobispo de Florencia Ennio Antonelli (Florencia) y Angelo Scola (Venecia), que contarían con el apoyo de los llamados nuevos movimientos. Hay purpurados entre los alemanes nada desdeñables, si lo que se pretende es un Papa renovador y sólido al mismo tiempo, tal es el caso del dominico Christoph Schönborn (Viena), el ecumenista alemán encargado del diálogo interconfesional Walter Kasper o Karl Lehmann (Mainz). Aunque los germanos estarían divididos precisamente por la figura de Ratzinger.

Además, estos días se han vuelto barajar la ficha de dos amigos francófonos de Wojtyla: Jean-Marie Lustiger, (ex arzobispo de París) de ascendencia judía, y Godfried Danneels (Bruselas). No faltan quien apuntan a un suave Papa portugués, José de Cruz Policarpo (Lisboa). Hay, desde luego, algunas opciones para el Tercer Mundo, aunque no parece que el momento eclesial esté maduro para dar tal paso. Si así fuera, y en el caso de un largo y discutido cónclave, el que más posibilidades tiene es el brasileño Claudio Humes (São Paulo), que tiene la doble ventaja de sus raíces europeas y el conocimiento de las principales corrientes latinoamericanas. Detrás estarían âscar Andrés Rodríguez Maradiaga (Honduras), un tanto quemado en el precónclave, o el jesuita Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires), tenido por progresista por la prensa, pero que en realidad es un espiritualista bastante conservador. El sueño de un Papa negro, Francis Arinze (Nigeria), parece lejano. Como se ve, una prolija rosa de papables, como no podía ser menos tras un Papa tan protagonista, personal y fuerte como Juan Pablo II.

Podemos tener sorpresas en el caso de que los hombres de rojo se compliquen la vida o retrasen sus decisiones. Si no, lo más lógico es que el sucesor de Wojtyla sea de nuevo, como transición hacia otro gran paso cualitativo, un italiano. Lo que se palpa como imprescindible es que, sea quien fuere, debería ser un hombre de diálogo, un buen fabricante de puentes, que es lo que significa Pontífice.

Pedro Miguel Lamet es escritor, periodista y jesuita. Autor de Juan Pablo II: hombre y Papa (Espasa)

El reto de la diversidad

'Mantener la unidad en la diversidad será el reto del futuro' ha dicho estos días el cardenal de Bruselas, Godfried Danneels, en declaraciones sobre el legado de Juan Pablo II. Porque 'cada vez más en un futuro cercano, las diferentes regiones del mundo serán más diferentes', añadió.Retos que son: pobreza en África, secularismo en Europa, abusos sexuales en Estados Unidos, competencia fundamentalista en Iberoamérica y dominio de otras religiones en Asia. Los 115 hombres que elegirán la semana que viene al próximo Papa representan a 1.120 millones de católicos de muy diversa procedencia, cultura y sensibilidad.Después de que el trabajo misionero de los europeos en los países en vías de desarrollo diera grandes frutos, con el consiguiente florecimiento de la fe, hoy el secularismo y el consumismo hace estragos en casa. En 1900, el 68% de los católicos del mundo vivía en Europa y el 22% en Latinoamérica. Europa ha disminuido esa cifra al 25%, mientras en Latinoamérica asciende al 43%. En otros 20 años, la cuota europea descenderá aún más, al 20%, según la Base de Datos Cristiana Mundial.África contaba con tan sólo un 0,7% de católicos en 1900, pero ahora tiene el 13% y debería aumentarla al 18% hacia 2025, a medida que las religiones animistas locales pierden peso. Asia ha subido más lentamente, desde el 4,2% en 1900 al 11,1% ahora, y hacia 2025 debería contar con el 12%. 'El declive en algunas áreas se ha equilibrado con el aumento en otras', ha explicado Todd Johnson, director del Centro del Estudios de la Cristiandad en Wakefield, en el estado norteamericano de Massachusetts, que gestiona el citado banco de datos.Entre los 6.450 millones de habitantes hay 2.140 cristianos, de los cuales 1.120 son católicos. El principal reto para el nuevo elegido es que hoy día ser Papa es una tarea intercultural, mediática e inabarcable para una persona, que debe ser el Papa de todos.

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