La literatura en estado puro de 'El turno del escriba'
Graciela Montes y Ema Wolf comparten lecturas e intercambian opiniones sobre libros desde hace años. En una de esas charlas, 'cerveza por medio en un bar llamado Marco Polo', hablaron del viaje del veneciano, una aventura que les conmovió desde la infancia. Una de ellas lanzó el reto: ¿Qué te parece si escribimos un libro? Así empezó todo. 'Casi como un juego', recuerda Graciela Montes (Bueno Aires, 1947).
El turno del escriba, libro por el que recibieron ayer el VIII Premio Alfaguara de Novela, transcurre en la Génova del siglo XIII, donde vive preso Rustichello, un escribano de la ciudad de Pisa que trabajó para los monarcas más grandes de Europa. Su destino cambiará con la llegada de un nuevo compañero de celda, Marco Polo, el mercader veneciano que viajó durante 24 años por Oriente, cuyos relatos son para el escribano un tesoro que le hará recuperar el favor de los príncipes.
Las escritoras rescatan del olvido a Rustichello. 'Marco Polo es una figura adorable, Rustichello es el perdedor, olvidado por la historia', explica Ema Wolf (Carapachay, Buenos Aires, 1948). Hay pocos datos históricos sobre los personajes, pero las escritoras completan los vacíos con mucha invención.
El presidente del jurado, José Manuel Caballero Bonald, ha conceptuado la novela como 'literatura en estado puro'. El turno del escriba es una reflexión sobre los modos posibles de construir una narración, pero fundamentalmente, sobre el valor de la literatura como instrumento de libertad.
Las autoras son afamadas cultivadoras de literatura infantil y juvenil, ambas candidatas por Argentina para el premio Hans Christian Andersen en varias ediciones. Ninguno de los miembros del jurado sospechó que se trataba de una novela a cuatro manos, ni repararon en el seudónimo con que se presentaron al premio, Mark Twin, un juego de palabras con el nombre del escritor y el término inglés gemelos.
Graciela Montes y Ema Wolf escribieron la novela por separado. Cada una un capítulo o una parte de él, que luego leía la otra y después juntas peinaban sucesivamente el texto.
Ana María Moix, integrante del jurado, reveló ayer que ni siquiera pensó que el autor fuera argentino, por el 'castellano neutro', aunque viéndolo después, reconoce que el humor que destila la novela tiene bastante de argentino.
El lenguaje es, de algún modo, la clave de la novela, según las autoras. Graciela Montes y Ema Wolf se han empapado de lecturas de la época. En la escritura, recurren a palabras en latín, italiano o francés.
Escribiendo la novela, las autoras disfrutaron con los paralelismos entre el pasado y el presente: las luchas por el poder, la seguridad en las ciudades, la burocracia. Su único interés ha sido contar una historia, las referencias a la actualidad prefieren que las haga el lector.
Las ganadoras recibieron el Premio Alfaguara, dotado con 175.000 dólares, unos 135.000 euros, y una escultura de Martín Chirino, de manos de Jesús de Polanco, presidente del Grupo Prisa, en un acto al que asistió la ministra de Cultura, Carmen Calvo.