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La opinión del experto

El estilo de dirección del Papa

Antonio Cancelo reflexiona sobre el 'fuerte papel de liderazgo' que Juan Pablo II ha sabido ejercer. Destaca su habilidad para llegar a todo el mundo y hablar no sólo a los católicos

La muerte de Juan Pablo II es el acontecimiento de mayor dimensión ocurrido durante estos primeros días del mes de abril, hasta el punto de eclipsar cualquier otra información que, sin este suceso, ocuparía un espacio destacado en los medios de comunicación. En estos momentos todo gira alrededor de su vida y su obra, sobrepasando el impacto a lo que podría considerarse el área natural de afectación, es decir, el mundo católico.

La conmoción que esta muerte, previsible por la evolución de su enfermedad en los últimos tiempos, ha ocasionado desborda en efecto a los fieles de la Iglesia católica, alcanzando una repercusión universal que emociona a millones de personas seguidoras de otras religiones que sienten la pérdida como algo propio, en un fenómeno digno de análisis y que seguramente se produce por primera vez en la historia, al menos con este alcance.

Si se trae este magno acontecimiento a este espacio de reflexión sobre la vida de los directivos es, alguno ya lo habrá intuido, por el fuerte papel de liderazgo que el Papa fallecido ha sabido ejercer en el mundo, trascendiendo las fronteras naturales que de su función de máximo responsable de la Iglesia católica eran inicialmente esperables. Creo que este es uno de los aspectos destacados del papado de Juan Pablo II, que en la mayoría de las ocasiones habla para el mundo y no sólo para los católicos, extendiéndose su influencia a espacios alejados de la fe que profesa.

Si tiene eco, si como todo el mundo afirma ha tenido capacidad para incidir positivamente en los acontecimientos más importantes acaecidos en los últimos veinticinco años, quizá haya que buscar las razones en su propia personalidad y no sólo en la dignidad de su cargo como Sumo Pontífice de la Iglesia católica. Quienes le escuchan, y a veces le atienden, en muchos casos no comulgan con su fe, pero entienden su palabra sabia que ayuda a resolver conflictos y a situar la dignidad del ser humano en el lugar que le corresponde.

La capacidad de movilización más allá de la fe encuentra un primer punto de apoyo en la bondad, virtud aparentemente olvidada pero que cuando aparece muestra el ansia que la humanidad siente de encontrar personas que buscan el bien de los otros sin esperar nada a cambio. Por eso mucha gente destaca estos días su mirada como aquello que le produjo mayor impacto en la relación personal, seguramente porque la mirada limpia no abunda en estos tiempos. Quizá pueda parecer una locura, pero me pregunto si no sería conveniente incorporar la bondad como una característica necesaria del liderazgo.

Cuando se propone algo que encierra cierta dificultad y que incluso choca con lo establecido, exigiendo cambios de comportamiento arraigados, la limpieza del planteamiento, el que beneficie al conjunto y no al proponente o a algún grupo próximo constituye una condición necesaria para que la propuesta tenga visos de prosperar.

El Papa, desde la bondad, ha sido contundente, explicando honradamente lo que quería transmitir, independientemente del previsible recibimiento que sus palabras pudieran tener entre la audiencia. Esa coherencia entre lo que creía, vivía y decía nos muestra otra de las facetas características del líder que no puede ser acomodaticio, adaptando su discurso en función de quienes en cada momento constituyen su auditorio. Ha sido además constante, insistente, incansable, repitiendo una y mil veces los mismos mensajes en cualquier parte del mundo, sin que ello fuera obstáculo para responder a los problemas específicos de cada territorio.

El estudio y la reflexión son otras características propias de quien sabía que hay que conocer con precisión los temas sobre los que debe emitirse opinión si se quiere aportar enfoques válidos para la resolución de los problemas. El esfuerzo de comunicación en las lenguas propias de aquellos a los que se dirigía muestra la valoración que otorgaba a los elementos más sensibles de la vida de las comunidades.

Su tremenda vitalidad, su capacidad de dedicación, son otras de las virtudes que han adornado al Papa que nos deja tras algo más de un cuarto de siglo de papado, cuyo análisis global deja una ola de reconocimientos en la que coinciden creyentes y no creyentes hasta alcanzar un grado de unanimidad que no se ha producido nunca en la historia. De su vida y de sus enseñanzas tenemos mucho que aprender los que en un terreno mucho más modesto debemos animar y orientar a grupos humanos dentro del mundo de la empresa.

Desde la microvisión de quien está acostumbrado a medir el progreso en términos empresariales, me pregunto si se podría afirmar que en estos momentos la Iglesia católica está más viva, hay más personas que profesan la fe y la practican, los actos del culto se ven más concurridos, hay más vocaciones, los jóvenes que acuden al Papa llenan las iglesias, porque quizá también eso haya sido un elemento a tener en cuenta. O no, realmente no lo sé, ya que tal vez lo verdaderamente importante deba medirse mediante parámetros relativos a la libertad, la justicia y la democracia.

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