Slow Food, el movimiento contra la comida rápida
En 1986 un periodista gastronómico italiano, Carlo Petrini, fundaba Slow Food, un movimiento que pretendía luchar contra la invasión homogeneizadora del fast food, la comida basura, y sus múltiples consecuencias en el modo de vida y el medio ambiente. Hoy esta asociación de carácter internacional agrupa a más de 83.000 miembros de 104 países -entre ellos España- en los cinco continentes.
Desde que se puso en marcha, Slow Food se ha dedicado a fomentar la cultura culinaria y enológica, la promoción y protección de los alimentos y productos tradicionales, las técnicas de cultivo y producción artesanal, la pequeña agricultura, la pesca y ganadería sostenibles y la defensa de la biodiversidad.
Y es precisamente la protección de los productos tradicionales una parte fundamental de su ideario. Salazones, quesos, cereales, variedades de frutas o razas animales que están en vías de extinción en todo el mundo, pasan a engrosar la lista de lo que llaman el arca del gusto y los baluartes: el primero preserva producciones artesanales de calidad en todo el mundo, los segundos (265 en todo el mundo) apoyan económicamente proyectos de pequeñas producciones en peligro de desaparición, oficios y técnicas, razas autóctonas, etc. En nuestro país el queso asturiano de Gamonedo, el cerdo pintado del País Vasco o el turolense azafrán de Jiloca, están en el punto de mira de la asociación.
Todo esto, claro, se traduce en una apuesta rotunda por la cultura gastronómica entendida en el sentido más amplio, por la educación alimentaria y del gusto, de los sentidos y los placeres de la comida. Para difundirla celebran una serie de actividades (tienen una revista trimestral en siete idiomas, entre ellos el español, una editorial que publica ensayos, guías, etc.) en las que no faltan las ferias, como la bienal de quesos de Bra (Piamonte) o Munich, las Jornadas Internacionales de la Garnacha, y sobre todo, el Salón del Gusto, que cada dos años se celebra en Turín, una magnífica muestra enogastronómica (en la última edición, la de 2004, fue visitada por 200.000 personas).
En España Slow Food -nacido en 1990- agrupa a 1.500 miembros de Madrid, País Vasco, Cataluña, Zaragoza, Valencia, Castellón, Sevilla, Málaga, Galicia, etc., instituidos en distintas agrupaciones locales o 'convivia', en las que se organizan cenas temáticas en torno a un producto, seminarios del gusto o catas, entre otras actividades.
Cocineros españoles como Arzak, Subijana, Berasategui o Adriá apoyan y participan en este movimiento de compromiso con la cultura gastronómica.
Hacerse socio cuesta 55 euros al año. Tel.: 686 659 171.
La gastronomía, al aula
El pasado martes se presentaba en Zaragoza la Universidad de Ciencias Gastronómicas -la única existente en el mundo- una institución privada italiana fundada por Slow Food que en octubre de 2004 ha iniciado su primer curso. Según comentó su director, Vittorio Manganelli, han querido unir 'la información científico-alimentaria con la humanística, sin olvidar la investigación'. A lo largo de cinco años se estudiarán asignaturas como viticultura, antropología, historia de la gastronomía o derecho alimentario, y se realizarán viajes de estudios a países como Francia, Japón, Marruecos o India. Actualmente 70 alumnos, tanto italianos como extranjeros, asisten a las clases en las dos sedes de la Universidad en Pollenzo y Colorno (próximas a Turín y Bolonia respectivamente), tras haber abonado 19.000 euros anuales por curso, que incluyen las clases (en inglés e italiano), alojamiento, viajes y material de estudio. Incidiendo en el carácter 'democrático y no elitista de la institución' se concederán 20 becas de distintas dotaciones. Y en 2006 prevén firmar distintos convenios con 200 universidades del mundo. Más información en www.unisg.it