Sin miedo al cambio
Antonio Cancelo aconseja a los ejecutivos analizar los posibles cambios que se produzcan dentro de la organización, sin temer las posibles reacciones o desasosiego que se origine
El análisis de los factores externos que configuran el marco en el que las empresas desarrollan su actividad, constituye uno de los requisitos más elementales para un correcto desempeño de la función directiva. Está claro que la empresa actúa en un medio que en gran medida le viene dado, en virtud de que en la interacción entorno empresa, la mayoría de estas carecen de la potencialidad necesaria para producir cambios significativos. Conviene, por tanto, acertar en la interpretación de los mensajes gratuitos que se obtienen del análisis de los datos disponibles, lo cual encierra una cierta complejidad porque, además del conocimiento necesario, es precisa una actitud honesta, que no acepte o rechace en función de la comodidad o incomodidad que proporciona para el desarrollo de los negocios.
Resulta fácil aceptar los mensajes cuando coinciden con la estrategia que estamos desarrollando, es decir, vienen a confirmar las decisiones que hasta ese momento se han adoptado. Por el contrario, es más complicado reconocer la contradicción entre lo que venimos haciendo habitualmente y lo que deberíamos hacer a la luz de la información disponible en mercados que reaccionan generalmente antes que aquellos en los que estamos instalados. De entrada este planteamiento puede sonar un poco literario, pero a poco que se desee reflexionar es fácil descubrir comportamientos, a veces generalizados en un sector, que desoyendo la reiteración de los mensajes precedentes del entorno se han empeñado en mantener la composición de la oferta, o la estructura organizativa, o el estilo de dirección, con la necesaria contumacia hasta hacer peligrar o certificar la defunción de muchos negocios.
Sin necesidad de poner ejemplos, puede aconsejarse para aquel que tenga algún interés, el análisis de la evolución del ranking de las empresas de cualquier sector en los últimos, por ejemplo, veinticinco años. Aunque con resultados dispares, podrán apreciarse los cambios producidos en los distintos sectores, en función de cómo se haya respondido ante los signos de cambio que se avecinaban, que, por otra parte, eran claramente perceptibles.
Algunos directivos habilidosos saben disfrazar los mensajes hasta hacerlos irreconocibles
Algunos directivos habilidosos saben disfrazar literariamente los mensajes hasta hacerlos con frecuencia irreconocibles, a veces con el argumento desviacionista consistente en afirmar lo evidente, para trasladar a continuación la incidencia hacia los demás, ya que ellos actúan en un nicho o en un mercado a cubierto de tales repercusiones. Las empresas de esos directivos son, evidentemente, las que hoy habrán desaparecido de las estadísticas que antes mencionábamos, o serán las candidatas a desaparecer en los próximos años. Los buenos directivos escuchan los mensajes con atención y están prontos al cambio cuando su contenido no coincide con el enfoque que vienen dando a su actuación.
Asumen la dificultad de los ajustes y se enfrentan a ellos desde una visión positiva, fundada en el convencimiento de que su tarea tiene que contribuir al éxito de la actividad en la que participan, independientemente del grado de incomodidad que a título personal pudieran ocasionarles los cambios.
El conocimiento ha adquirido carta de naturaleza en la gestión empresarial y constituye un pilar insustituible para captar las modificaciones que se vislumbran en el horizonte y reaccionar en tiempo oportuno poniendo en marcha las pertinentes adecuaciones. Pero por sí solo el conocimiento no sería suficiente si no fuera acompañado por valores como la honestidad, la honradez, ya que podría ser utilizado para justificar posiciones de comodidad, contrarias a las necesidades de adaptación y de innovación que las empresas necesitan para progresar. Posiblemente no es falta de conocimiento lo que poseen los directivos que no asumen, rechazan o camuflan literariamente los contenidos perturbadores respecto al futuro de sus empresas que dimanan de lo que acontece en el mundo.
También es humanamente comprensible que se trate de justificar mediante interpretaciones sesgadas lo que, de ser aceptado en su integridad supondría aplicar transformaciones profundas que seguramente incomodarían a la mayoría de las personas que trabajan en la empresa. También puede que se entiendan los atronadores mensajes de cambio que lanza el entorno, pero que se evalúe incorrectamente el tiempo de reacción, posponiendo para más adelante, cuando resulte oportuno, lo que, sin embargo, debería iniciarse sin dilación alguna, porque el mensaje es para todos y sólo ganarán los que antes actúen.
Entender lo que ocurre y las consecuencias que de ello ser derivan, actuar con honestidad buscando las adecuaciones necesarias, independientemente del desasosiego personal que ocasionen y reaccionar a tiempo, sin aplazamientos estériles, son signos que distinguen a los directivos que desempeñan su labor satisfactoriamente. Actuar de este modo no sólo revaloriza ante los demás la figura del directivo sino que a la larga es rentable a título personal, al elevar la autosatisfacción derivada de haber comprendido a tiempo lo que iba a deparar el futuro y haber actuado con honradez.