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CincoSentidos

Trucos del secreto oficio de detective

Montajes de empresas sin escrúpulos, informes jurídicos a la carta, estafas a empresas aseguradoras o casos de pederastia entre altos ejecutivos. No son argumentos de cine negro, es la realidad con la que se enfrentan a diario los detectives como el sevillano Juan Carlos Arias, que acaba de publicar un manual sobre su escabrosa profesión.

En Confidencias de un detective privado, de La Esfera, Arias repasa las claves de su gremio y relata de forma novelada para esquivar el secreto profesional un buen puñado de casos reales que han pasado por su manos.

En este bando de los desenmascarados sobresale un tipo que intentó estafar a una aseguradora haciéndose pasar por parapléjico. En su afán por cobrar una indemnización de 1,8 millones de euros después de un accidente del que salió ileso, este individuo no dudó en practicarse una epidural para eliminar la sensibilidad de sus piernas y salir airoso del examen neurológico. Cuando el investigador lo interceptó por orden de la aseguradora cortaba tranquilamente y sin silla de ruedas el césped de su jardín.

Lo cuenta en el libro, junto con otra treintena de casos reales, el detective de ficción Reyes, creado por Arias.

Arias admite que su actividad está en pleno auge. Las prácticas detectivescas a la hora de contratar a un alto directivo, comprobar una baja laboral o defender una marca comercial se han extendido en el mundo de la empresa, que acude cada vez en mayor medida a los servicios de estos profesionales.

La agencia de Juan Carlos Arias, ADAS, es un ejemplo de ello porque trabaja preferentemente con empresas y bufetes de abogados más que con particulares. 'Pero las empresas raras veces reconocen que contratan continuamente a detectives', señala Arias, quien desvela que los méritos de sus informes se lo apuntan secretamente ante sus jefes los directivos de la empresa.

'Muchas veces todo es cuestión de dinero'. Así de crudamente y de forma crítica describe el autor la operativa de muchas empresas multinacionales, bufetes de abogados o agencias de detectives que se prestan a todo tipo de montajes.

'Yo tengo que engañar a la gente porque si confieso mi profesión no culminaría con éxito ni una sola investigación. También lo hacéis los periodistas', contesta a la defensiva Juan Carlos Arias cuando es interrogado por los métodos que utiliza para obtener información.

A su juicio, para ser un buen detective hay que tener 'dosis mínimas de ética, sentido común, mucha psicología y una buena porción de picardía española'.

El autor de Confidencias de un detective privado, su tercer libro divulgativo sobre la profesión, destapa algunos de sus trucos más habituales, como la denominada 'llamada cruzada'. Se usa habitualmente en el sector asegurador y consiste en destapar la verdadera relación entre dos personas que simulan no conocerse llamando al teléfono de una de ellas de parte de la otra. La vinculación entre ambas suele confesarse espontáneamente. Sólo en este caso de confesiones no forzadas, aunque conseguidas bajo una falsa identidad por parte del investigador, considerará el detective que la información es verdadera y está contrastada.

En contra de las prácticas de otras profesiones menos morbosas como la periodística, Arias sostiene que para dar por bueno un resultado la información debe estar contrastada por tres vías distintas.

Polémico relato sobre Heineken

La polémica que generó el caso Alhambra contra Heineken, que tuvo al detective Juan Carlos Arias como protagonista al convertirse su informe en piedra angular del proceso, podría desempolvarse ahora tras el incisivo relato novelado que ha incluido sobre el tema en su último libro Confidencias de un detective privado. Arias ha estado 15 años trabajando para Cruzcampo, pero la relación con esta empresa quedó agriamente zanjada hace un par de años a raíz de la investigación que el detective realizó por orden de Heineken sobre la marca El Águila Negra. Esta enseña era propiedad de Alhambra y la multinacional holandesa pretendía sacarla del mercado por su parecido con su marca El Águila. El investigador, que logró demostrar que se podía exigir la caducidad de esta marca porque Alhambra no hacía uso comercial de ella, se vio en el centro de un cruce de querellas entre ambas firmas dentro de un caso que terminó en archivo. En la ácida ficción que evoca estos hechos se han cambiado nombres, ciudades y situaciones, pero quedan al descubierto suculentos datos muy identificables.

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